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Abulfutú, ¿el buen islamista?

¿Es Abdel Moneim Abulfutú ese islamista templado y respetuoso de la libertad y el pluralismo que podría devolver a un Egipto democrático su condición natural de faro del mundo árabe? ¿Podría ser para el valle del Nilo algo semejante a lo que ha sido Erdogan para la también vieja e influyente Turquía? Hay muchos egipcios que así lo piensan, incluidos no pocos liberales, socialdemócratas y nacionalistas, y por eso se aprestan a votar por él en los comicios presidenciales de la próxima semana. Y, por supuesto, hay muchos otros en el campo secular que piensan que Abulfutú no es sino un lobo disfrazado de cordero y se inclinan más bien por lo malo conocido que representa el apparatchik Amr Musa

El jueves 10 de mayo ocurrió en Egipto algo que desmonta por sí solo todo el argumentario cenizo de que la “primavera árabe” no ha servido para nada. Por primera vez en la historia del país, y del mundo árabe, dos candidatos a la presidencia celebraron un debate ante las cámaras de dos cadenas de televisión privadas. En las cuatro horas y media que duró el cara a cara, millones de egipcios no despegaron los ojos de las pequeñas pantallas. Estaban fascinados por el insólito espectáculo catódico de libertad política que protagonizaban Abulfutú y Musa.

Egipto celebra los próximos días 23 y 24 la primera vuelta de sus presidenciales; los contendientes que lleguen en primera posición disputarán la segunda los días 16 y 17 de junio. A tenor de las encuestas, los mejor colocados son Musa, que fue ministro de Exteriores de Mubarak y luego secretario general de la Liga Árabe; Abulfutú, un islamista moderado que concurre como independiente, y Ahmed Shafik, el último jefe de Gobierno de Mubarak. Van por delante de Mohamed Mursi, el candidato oficial de los Hermanos Musulmanes, y Hamdín Sabahi, de la izquierda nasserista. Aunque, bueno, los sondeos en Egipto no son precisamente tan exactos como un reloj suizo.

Abulfutú y Musa, en todo caso, debatieron en la tele a la americana. El primero reprochó al segundo su larga vinculación con el “corrupto y represivo” régimen de Mubarak; el segundo acusó al primero de “doble moral”, de decir una cosa a sus amigos liberales y otra a sus amigos salafistas. Ambos coincidieron en que, tras estos comicios, los militares deberían volver a sus cuarteles y dejar el poder político en manos del presidente y el parlamento democráticamente elegidos.

Musa, de 75 años, fue más agresivo y explotó su experiencia política y diplomática, su manifiesto perfil laico y su distanciamiento de Mubarak en los últimos años del dictador. Abulfutú, de 61 años, fue profesoral y recordó su condición de opositor a Sadat y Mubarak (pasó un total de 7 años en la cárcel), su compromiso con la revolución de Tahrir de enero y febrero de 2011 (montó un hospital de campaña en la plaza) y su ruptura con los Hermanos Musulmanes tras décadas de militancia en la cofradía.

El optimismo es hoy un bien escaso en el valle del Nilo. En los 15 meses transcurridos desde la caída de Mubarak, el poder se ha fragmentado (los militares en el Ejecutivo; los Hermanos Musulmanes y los aún más cerriles salafistas en el Parlamento; los demócratas en la calle y el ciberespacio), la delincuencia común se ha disparado, el turismo se hace el huidizo, la economía desfallece y las querellas políticas se saldan con numerosos muertos y heridos. Y sin embargo, la campaña de Abulfutú, que usa el caballo como símbolo, el naranja como color y se anuncia en la tele con marionetas, rezuma una curiosa vitalidad.

Nacido en El Cairo en 1951, Abulfutú es un médico prestigioso y ha sido un dirigente nacional de los Hermanos Musulmanes en las últimas cuatro décadas. Consiguió reputación de valiente en febrero de 1977, siendo un estudiante de la Universidad de El Cairo, al enfrentarse verbalmente en un acto público con el entonces presidente Sadat. Desde entonces, los medios políticos y periodísticos de El Cairo le han tenido siempre por uno de los líderes más moderados y reformistas de los Hermanos Musulmanes.

Abulfutú rompió con la cofradía islamista el pasado año, al poco de la caída de Mubarak. En un momento en que los Hermanos Musulmanes proclamaron que no iban a presentar un candidato propio a los comicios presidenciales de la primavera de 2012, él dio el paso adelante de anunciar su candidatura personal como islamista independiente y conciliador. Al final, los Hermanos Musulmanes terminaron presentando un candidato oficial, Mohamed Mursi.

Pese a carecer de un partido, Abulfutú ha ido forjando una heterogénea coalición de apoyos, que incluye a los sectores más jóvenes de los Hermanos Musulmanes, a los mismísimos salafistas y al influyente predicador islamista Yusuf Al Qaradawi, pero también a personalidades y sectores liberales y progresistas de la revolución de Tahrir.

En una entrevista con el canal inglés de Al Yazira, Abulfutú expuso su programa político el pasado 29 de abril. Dijo querer construir “un Estado moderno, civil y democrático basado en el pensamiento islámico”. Preguntado sobre el significado de esa fórmula, afirmó que el islam rechaza el Estado teocrático y quiere uno en el que nadie sea discriminado “por razón de género, religión o color”, en el que los dirigentes sean elegidos “por el pueblo” y “en función de sus méritos y capacidades”, y que garantice unos niveles razonables de sanidad y educación públicas.

¿Cuál sería el lugar de las mujeres y de la amplia minoría cristiana copta de Egipto en un Estado semejante? Tendrían, respondió Abulfutú, “los mismos derechos y obligaciones” que los demás, lo contrario, añadió, sería “racismo”. El pasado diciembre, en otra entrevista con Reuters, Abulfutú había dicho que, de ser elegido presidente, protegerá las libertades personales y se opondrá a cualquier intento de imponer en Egipto reglas coránicas en materia de alimentación, bebida o vestimenta.

A diferencia de Irán y Arabia Saudí, dos modelos de teocracia, los islamistas egipcios, como los de Marruecos y Túnez, no pueden remplazar con petrodólares las carencias de libertades y derechos y de puestos de trabajo en la industria, la agricultura y el turismo. Era previsible que ganaran las primeras elecciones democráticas surgidas de la “primavera árabe”, pero en las segundas ya serán juzgados por sus resultados. Los más lúcidos saben que si Erdogan lleva 9 años como presidente del Gobierno es porque Turquía ha intentado acercarse a Europa y ha experimentado un importante crecimiento económico, y ello sin excesiva merma del secularismo impuesto por Ataturk.

A tenor de sus declaraciones públicas y de los mensajes y el tono de su campaña presidencial, Abulfutú parece de los más lúcidos. De triunfar, le arrebataría a los Hermanos Musulmanes el monopolio del islamismo posibilista en Egipto. Y sentaría un interesante precedente para todo el mundo árabe. Pero está por ver que lo consiga. El resultado de los comicios presidenciales egipcios es tan enigmático como la sonrisa de la Esfinge.

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