Benedicto XVI, tras el susto que sufrió, cayéndose al suelo mientras avanzaba hacia el altar mayor de la Basílica de San Pedro, a causa de un empujón propinado por una mujer desequilibrada –últimamente en Roma parece que abundan ciertos desequilibrados con ansias de irascibilidad agresora- pronunció su homilía en la que confirmó una realidad sociológica, ciertamente inquietante desde la óptica de los creyentes.
“En la lista de las prioridades, Dios se encuentra a menudo cerca de la última plaza”, reconoció el Sumo Pontífice de la Iglesia católica. Joseph Ratzinger tiene razón. Dios no ha muerto -a pesar de lo que algunos filósofos y otros intelectuales vaticinaron hace años-, pero cada vez más aparece postergado, difuminado, casi inexistente. Las palabras del Papa fueron breves y nítidas al respecto.
Nada de autocrítica
Sin embargo, el resto de sus razonamientos apenas aportaron contenidos solventes en relación a la terapia adecuada para que Dios no se instale -más o menos de forma definitiva- en el furgón de cola de la historia. Y, por supuesto, no se advirtió en el sermón de Benedicto XVI el más mínimo esfuerzo de autocrítica. ¿No debe interpretarse, el hecho de que Dios esté en sus horas más bajas, como un fracaso colosal de quienes se han erigido oficialmente en sus herederos directos, en sus intérpretes o en sus representantes?
Un ser altivo, lejano y cruel
Sorprende que aquellos que monopolizan a Dios, convirtiéndolo en un ser altivo y lejano, en ocasiones de una crueldad estremecedora, envuelto sistemáticamente en rígidos dogmas y en reprimendas constantes -lanzadas contra los que no acatan, o no comparten, las teorías de los sumos sacerdotes de la actualidad- no se planteen los porqués de esta indiferencia colectiva acerca de Dios. Ni se pregunten por las razones por las que, sólo en tiempos y épocas de temor institucionalizado, la sociedad mayoritariamente se acordaba de Dios.
Tortura y hoguera
Lo hacían los humanos, para parapetarse ante el terror al infierno, cuando ser infiel o hereje podía pagarse con la tortura o la hoguera. O cuando dictaduras sacrosantas, como las de los reyes absolutistas, con numerosos clérigos incrustados en el poder terrenal, o regímenes teocráticos, surgidos de la barbarie de la fuerza, al estilo del franquismo o del pinochetismo o de Fernando VII, entre miles y miles de personajes tenebrosos, que en nombre de Dios fusilaban, en nombre de Dios movilizaban ejércitos, colonizaban países o hacían Cruzadas contra los mahometanos o contra los protestantes o contra los rojos.
Fanatismo maniqueo
¿Qué sentido tiene la ofensiva dialéctica de prelados católicos y de fervorosos devotos, contra la ley del aborto, comparándola con el nazismo que encarnó Adolf Hitler? Únicamente el fanatismo más maniqueo puede explicar la avalancha de desmanes oratorios con amenazas a los políticos democráticos que han hecho posible o han aprobado una legislación que es homologable a la de la mayoría de países europeos. Todos los que, desde hace meses, insultan a quienes creemos que el aborto regulado es un derecho de las mujeres, llamándonos asesinos, lo hacen en nombre de Dios.
Honorable intento
El Concilio Vaticano II fue un honorable intento de reforma profunda de la Iglesia y, por ende, de proyectar otra imagen de Dios, mucho más cercana a los débiles y, en cambio, muy poco favorable respecto a los poderosos. La otra imagen de Dios es la de su hijo –siguiendo la ortodoxia vigente-, Jesús de Nazaret. El Concilio procuró recuperar esa imagen, pero pronto reaccionaron los integristas –que son mayoría en la cúpula de la Iglesia casi desde siempre- y crucificaron de nuevo a Cristo. Ratzinger estuvo entre los teólogos partidarios de las reformas conciliares.
El guardián de la fe
Su entusiasmo por tan noble causa le duró, no obstante, muy poco. Pasó en poco tiempo del progresismo al conservadurismo. No en vano, durante mucho tiempo, ejerció de guardián de la fe mediante la censura y la represión contra teólogos críticos, apóstoles de la teología de la liberación y relativistas. Que no se extrañe, pues, Benedicto XVI ahora si su Dios -que tal como lo pintan el Papa y sus colaboradores es de derechas y hasta de extrema derecha- está el penúltimo entre las prioridades de la gente. Y eso no lo arreglan montajes como el de ayer domingo, con los obispos y los curas en la calle defendiendo la familia –como si la familia fuera perseguida en España- pero, de hecho, organizando otra tangana implícita contra el Gobierno. Que de eso se trata. No nos engañemos.
Enric Sopena es director de El Plural