1. Las denuncias del teniente Segura
“Un paso al frente”, el libro en el que el teniente del Ejército español Luis Gonzalo Segura de Oro-Pulido denuncia diversas formas de degeneración de las Fuerzas Armadas, le está costando muy caro al autor a pesar de su éxito de ventas. Como se resume en El Huffington Post, para el teniente el Ejército es “una organización de castas en la que los altos mandos viven como semidioses con todos los privilegios del mundo, se gastan el dinero público o el destinado a la comida de la tropa como les viene en gana y utilizan los coches y helicópteros oficiales para su uso privado mientras se sirven de los soldados como chóferes… una especie de mundo paralelo lleno de abusos, desvíos de dinero público, corrupción y acosos sexuales y laborales”. Y añade que “los soldados no tienen ningún derecho, son auténticos siervos, chusma para los altos mandos”. Dice el autor que “hay mucha gente que piensa que esto sucedía en la mili pero ya no sucede, que las Fuerzas Armadas se han modernizado. Pero no es así.”
En esencia, “abusos, corruptelas (como malversaciones) y privilegios” de la “casta” de los oficiales —una especie de señores feudales—, a costa de los suboficiales y soldados —semiesclavos sobre los que rige la ley del silencio—, y del erario. Hoy se mantiene la tradición según la cual el oficial que no abusa de su poder pierde prestigio y autoridad.
Las acusaciones noveladas estuvieron precedidas de denuncias pormenorizadas ante las instancias militares —que fueron desestimadas—, y seguidas de declaraciones públicas en las que el autor se reafirmaba en todo lo dicho a pesar de sutiles advertencias para que no siguiera por ese camino.
Como era de esperar, el teniente Segura fue arrestado y conducido a prisión militar. El 18 de julio empezó a cumplir, en Colmenar Viejo, dos meses de arresto y pérdida de destino por dos faltas graves. El 21 de julio, Defensaaclaró que el teniente incurrió en faltas graves recogidas en los artículos 8.18 y 8.32 del Régimen Disciplinario actualmente en vigor, penadas con privación de libertad, a cumplir en un Establecimiento Disciplinario Militar:
• Artículo 8.18: Hacer reclamaciones, peticiones o manifestaciones contrarias a la disciplina o basadas en aseveraciones falsas; realizarlas a través de los medios de comunicación social (….)
• Artículo 8.32: Emitir expresiones contrarias, actos irrespetuosos o adoptar expresiones de menosprecio contra las Fuerzas Armadas (…)
Por su parte, parece que el fiscal estudia los cargos paraver si le puede acusar de un delito militar, lo que le podría llevar a una condena de seis meses a seis años en una cárcel militar. Mientras tanto, algunas asociaciones de militares progresistas, como Militares para la Democracia y la Asociación Unificada de Militares Españoles (AUME), le han mostrado su apoyo y han denunciado las amenazas que están sufriendo los militares para que ni siquiera acudan a las presentaciones del libro.
El teniente Segura se puso en huelga de hambre, como protesta, en cuanto conoció la condena, el 17 de julio. Aseguró que su huelga sólo terminaría «con el compromiso público de que el Rey afrontará los problemas de corrupción, la falta de auditorías independientes y el maltrato hacia la tropa que hay en el Ejército». El día 20 lo ingresaron en el Hospital Gómez Ulla(Madrid), donde ha permanecido hasta el final de la huelga. UPyD decidió que desde el 5 de agosto preguntaría al Gobierno cada día en el Congreso por su huelga de hambre y por sus denuncias de corrupción en el Ejército; con el respaldo deIzquierda Unida, ha pedido al Ministerio de Defensa que abra una investigación. El diputado y portavoz parlamentario de Justicia de IU, Gaspar Llamazares, ha pedido que el Observatorio de la Vida Militar (un organismo creado precisamente para paliar los abusos en el mundo castrense ahora denunciados) estudie "con urgencia" las sanciones impuestas al teniente Segura, tras sus denuncias sobre casos de corrupción en el Ejército. Por otra parte, se han abierto varias recogidas de firmas en Change.orgen apoyo del teniente Segura.
Finalmente, ante el grave deterioro de su salud, el teniente Segura abandonó la huelga de hambre a los 22 días de comenzarla, el 8 de agosto, pero —según afirmó— no su lucha.
2.- Una valoración laicista
Las denuncias del muy valiente y honrado teniente Segura, primero ante las propias instancias militares, después en forma novelada, y finalmente a través de declaraciones a los medios, constituyen, en mi opinión, un hito en la puesta en evidencia pública de lo que es un clamor desde hace décadas. Desde fuera del Ejército, organizaciones e individuos antimilitaristas (una población heterogénea, de convicciones diversas) nos hemos expresado a menudo en términos parcialmente similares a los de Segura, pero, que yo sepa, nadie había tenido la claridad de ideas y el valor suficientes para hacerlo desde dentro del propio Ejército, y con tal grado de precisión. De todas formas, quiero hacer hincapié en el “parcialmente” anterior: el autor de ningún modo se declara antimilitarista ni repudia todo lo repudiable, por lo que la coincidencia con las organizaciones e individuos mencionados sólo se produce en lo que denuncia, y no en todo lo que defiende.
Para el laicismo, que lucha, ante todo, por la libertad de conciencia de las personas (lo que incluye las libertades de pensamiento y de expresión), el máximo desarrollo posible de las propias conciencias, y la igualdad de derechos entre ellas, pocas situaciones son más reprobables —en mi opinión—que muchas de las que se suceden con toda “normalidad” en el Ejército. Este carácter de “normal”, aceptado sin discusión, lo hace especialmente repulsivo.
Cuando existía la mili, era un saber popular que a ella debían ir los muchachos a “hacerse hombres”, todo un perverso eufemismo que significaba aprender a someterse ante la caprichosa y a menudo brutal autoridad militar, que solía complacerse en humillar a los soldados. Éstos, a lo más que podían aspirar era a aprender a “escaquearse” de las tareas —con frecuencia absurdas—. Los hombres resultantes de la disciplina militar resultaban serlo menos que nunca, pues habían perdido la dignidad de rebelarse ante el abuso y la arbitrariedad, y en ocasiones habían aprendido a ejercer en su vida particular las malas maneras castrenses, siendo ahora ellos quienes ejercían el autoritarismo militarista.
Aquellos comportamientos humillantes se justificaban como exigencias de un valor supremo, el “amor a la Patria”, entendido como una xenofobia tribal y estúpida basada en la lógica del ellos-malos nosotros-buenos. Este sagrado valor hacía incuestionable la obediencia ciega: una degradación de la humanidad y también una coartada común para la ejecución de todo tipo de barbaries. La fuerza como razón se acompañaba normalmente del más chabacano machismo, una parte esencial de aquel “hacerse hombres”. La libertad de opinión y de expresión eran enemigas de la práctica militar, pero se intentaba ir un paso más allá eliminado, en lo posible, la libertad de pensamiento.
Pues bien, todo esto que he escrito en pasado parece, según las denuncias del teniente Segura y de los militares que las confirman —sobre todo a través de las asociaciones progresistas a las que antes aludía—, que sigue muy vivo. Muchos teníamos ya esa percepción, pero estas denuncias la confirman e incluso la extienden. En vista de lo cual, desde el laicismo no cabe, en mi opinión, más que apoyar las denuncias del teniente Segura, y al propio teniente. (No entraré aquí en asuntos relacionados de gran calado como el cuestionamiento de la propia existencia del Ejército —y en su caso, del tipo de Ejército—, a quién sirve el Ejército español, su papel histórico y actual en la represiónsocial, la eventual legitimidad del recurso a la violencia armada, los gastos militares del Estado, y el macronegocio de la compraventa de armas.)
Y entiendo que desde el laicismo debemos extender estas denuncias a todo tipo de militarismo, es decir, no sólo al que se produce en el ámbito estrictamente militar. Habitualmente se trata de aplicar los comportamientos, la estructura y los modos militares en esferas ajenas a lo militar. Especialmente reprobable es que estas actitudes se intenten inculcar a los niños en las escuelas, como en ocasiones ocurre mediante las iniciativas del MADOC (Mando de Adiestramiento y Doctrina del Ejército) apoyadas por algunos ayuntamientos. También me parece inaceptable (para mí, muy repugnante) la tradicional alianza entre la cruz y la espada, concretada mediante la existencia de capillas y capellanes en los cuarteles, un arzobispado castrense, participación de tropa y cargos militares en procesiones, misas, romerías, ofrendas y todo tipo de eventos religiosos, y Vírgenes y santos como patronos militares.
Otra forma de militarismo la venimos sufriendo desde la muerte del dictador, que ya era el “Generalísimo”, el “Caudillo de España por la gracia de Dios”. Sus sucesores, tanto Juan Carlos I (recordemos, designado por Franco) como Felipe VI, se nos han presentado como una suerte de generalísimos, algo venidos a menos (afortunadamente) y nunca legitimados por las urnas. Que Felipe VI tomara posesión de su cargo de Jefe del Estado, como máxima autoridad institucional de todos los españoles, en un acto de la mayor carga simbólica, vestido con el uniforme de gran etiqueta del ejército de Tierra, fue una forma precisamente simbólica de situarnos a todos los ciudadanos bajo su mando militar. Un exceso militarista, un abuso simbólico más que unir a los ya abundantes abusos confesionales de la Corona.
Se entiende que en diversos terrenos sea exigible el acatamiento riguroso de unas normas, y se comprende que estas normas sean más estrictas en el funcionamiento de la policía, las Fuerzas Armadas… Pero en todos los casos los límites deben ser clarísimos, totalmente respetuosos con la democracia y los derechos humanos, y debe vigilarse escrupulosamente que no se sobrepasen, ofreciendo las medidas de transparencia y de denuncia que lo aseguren en lo posible. Especialmente cuando el rigor normativo sea mayor, como es el caso que nos ocupa, el de las Fuerzas Armadas.
3.- Una nota particular
Las ideas expuestas brevemente en el punto anterior ya las defendía, en lo esencial, cuando empecé a ser llamado a filas, a finales de los 70. Por tanto, estaba decidido a no hacer la mili como fuera, pero tampoco, cuando se presentó la ocasión, la prestación social sustitutoria, que me parecía una forma encubierta de mili, la “puta mili”. El culto a la bandera, el amor a la Patria… me parecían algo entre ridículo y fascista, buen tema para chistes, para un humor más corrosivo que el ya estupendo de Gila. En ellos estaba muy presente la máxima grouchiana “Inteligencia militar es una contradicción de términos”.
Me pasé años alegando inexistentes enfermedades, años en que no colaban mis intentos. Mientras, pedía prórrogas por estudios. Hasta que lo logré. Ese año llegué a falsificar mi DNI con la foto de un buen amigo que tenía las dioptrías necesarias para librarse (de hecho él lo hizo), con idea de que se presentara por mí, aprovechando que no había que firmar nada y que ese año, por unas obras en la entrada del Hospital Militar de Granada, se entraba directamente a la consulta, con lo que el único cotejo lo hacía el algo cegato oculista mirando la foto del carnet. Finalmente mi amigo fue más razonable que yo y no accedió, pero me dejó lo que más necesitaba: sus gafas de 4 dioptrías (yo tenía 0,5 en un ojo y 2 en el otro).
El resto lo hice yo: con un intervalo de meses, acompañé a mi padre (policía nacional) a dos revisiones de la vista en el Hospital Militar y memoricé en buena parte los paneles de símbolos. Después de que el mismo oculista militar midiera las dioptrías de mis gafas, pasó a revisarme la vista, y dije que no veía cuando veía; conforme me ponía más dioptrías y veía peor, acertaba más símbolos; finalmente, cuando todo el panel era el borrón que tenía prefijado, recité de memoria, sin errores, los optotipos aprendidos (de vez en cuando miraba de reojo por fuera para no equivocarme de panel). El resultado: inútil total para el Ejército, un orgullo que me acompañará toda la vida.
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