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Barcelona, ciudad en llamas

Se cumple el centenario de la Semana Trágica, del 26 de julio al 2 de agosto, que marcó social y políticamente el inicio del siglo XX

El régimen político español a principios del siglo XX podría clasificarse como 'liberalismo oligárquico', un sistema por el cual dos partidos (conservador y liberal) se turnaban pacíficamente en el poder gracias al arbitraje del Rey y a un acuerdo de convivencia entre ambos (Pacto del Pardo). Cuando el monarca lo juzgaba prudente retiraba su confianza a uno de los dos partidos dinásticos para otorgársela al otro, el cual obtenía la mayoría parlamentaria mediante un habitual falseo electoral dirigido desde el Gobierno. El sistema, instaurado por Cánovas, garantizaba una serie de derechos individuales, preveía un turno pacífico de los dos partidos dinásticos y proscribía el recurso a la revolución callejera o el golpe militar como formas de lucha política. Se ganaba en paz y estabilidad respecto al período isabelino, pero al precio de falsear las elecciones, otorgar la hegemonía al Rey y excluir del poder al resto de las fuerzas políticas. Además, con la incipiente urbanización e industrialización, la movilización de las masas comenzó a hacerse evidente lo mismo que la necesidad de evolucionar hacia una verdadera democracia parlamentaria. Santos Juliá ha subrayado que las tres hipotecas que dificultaron la transición pacífica hacia un Estado laico y democrático fueron: Monarca, Ejército e Iglesia.
Desde 1902, un Alfonso XIII adolescente mostró un intervencionismo que resultaría desestabilizador para los propios partidos dinásticos. El Ejército, al que Cánovas había apartado de la política, volvía a ella por diferentes caminos: intervención en el mantenimiento del orden, imposición de la jurisdicción militar, y aventurerismo colonial en Marruecos. La Iglesia en España gozaba de privilegios excepcionales: era la religión oficial del Estado, desempeñaba un papel creciente en la enseñanza cubriendo así el inmenso hueco educativo dejado por la incuria de los sucesivos gobiernos. Por otra parte el catolicismo era doctrinalmente intransigente («el liberalismo es pecado») y se identificaba con los sectores políticos conservadores.
Así, cuando en 1907 se inicia el 'gobierno largo' del conservador Antonio Maura, se extiende la fundada sospecha de que actúa apoyado en los sectores políticos más clericales, como el Marqués de Comillas, se desata una reacción anticlerical de todos los grupos a excepción de los propios conservadores. Liberales dinásticos como Canalejas, laicistas discretos como la Institución Libre de Enseñanza, pero también republicanos o anarquistas menos escrupulosos con la retórica de brocha gorda.
La Rosa de Fuego
El primer lugar donde el 'turno dinástico' dejó de funcionar fue Barcelona, que en aquellos años empezó a convertirse en la cabeza de la protesta contra el sistema. La ruptura vino desde tres direcciones diferentes: anarquismo, catalanismo y republicanismo. Desde los años 90 del siglo XIX se había desarrollado en Cataluña un terrorismo intermitente de inspiración anarquista contra el cual el Gobierno, inspirándose en las denuncias de los sectores más clericales de Barcelona, desplegó una represión ciega, torturando y fusilando a inocentes en los fosos de la fortaleza de Montjuic. El poderoso movimiento sindical se agrupaba en torno a Solidaridad Obrera, una asociación declarada independiente de los partidos; pero en realidad el anarquismo, el republicanismo y un socialismo minoritario competían para lograr la adhesión de los obreros. Entre tanto los partidos dinásticos y caciquiles se hundieron ante la movilización cívica de los electores; su lugar fue ocupado por el catalanismo de Françesc Cambó y el republicanismo de Alejandro Lerroux, 'el Emperador del Paralelo'. Ambos movimientos surgían fuera del sistema pero, debido a su mutua incompatibilidad, no podían aliarse contra él. La Lliga de Cambó era un partido conservador, de composición burguesa con apoyos en el clero local y que aspiraba al reconocimiento de la nacionalidad catalana. El partido Republicano Radical agrupaba a la clase obrera, profesaba el patriotismo español y exhibía un retórica de izquierda populista y anticlerical.
Así, en uno de sus artículos más truculentos Lerroux había llamado a los «jóvenes bárbaros» a destruir la «los templos» y «levantar el velo de las novicias para elevarlas a la dignidad de madres».
Francisco Ferrer y Guardia, fundador anarquista del laicismo pedagógico en Barcelona (padre de la Escuela Moderna) era un personaje importante en la escena política, no tanto por su influencia directa como por sus contactos que le permitían hacer de puente entre la masonería europea, el anarquismo y el republicanismo barcelonés de Lerroux. Ferrer y Lerroux compartieron el proyecto de desestabilizar la monarquía mediante el asesinato de Alfonso XIII. De hecho Ferrer se había visto involucrado y encausado judicialmente por sus contactos con Mateo Morral, autor del sangriento atentado en Madrid el día de la boda del Rey. Aunque salió absuelto del juicio, la convicción de su culpabilidad se extendía incluso a personas progresistas como Gumersindo de Azcárate, que por esta causa se negó a defenderlo.
El estallido
Uno de los proyectos del Gobierno Maura era la ampliación del dominio territorial español en Marruecos y la protección de los intereses mineros en el Rif; en consecuencia ordenó un avance militar en el 'hinterland' de Melilla. Pero, en contradicción con el optimismo oficial, el Ejército experimentó crecientes dificultades a partir del 9 julio. Maura, que no tenía que responder ante las Cortes (las había cerrado el 4 de julio), pensó que la situación militar podía revertir en victoria, si se enviaban refuerzos con rapidez, y con tal fin movilizó a los reservistas.
El servicio militar era muy criticado por su carácter discriminatorio, ya que sólo afectaba a los pobres; pero la movilización de hombres que ya lo habían hecho, algunos de ellos casados y que iban a una guerra de perspectivas muy sombrías, tenía que causar un estallido de ira popular, sobre todo teniendo en cuenta que los embarques para Marruecos se hacían en Barcelona y los transportes pertenecían al clerical marqués de Comillas. El 11 de julio el Partido Socialista convocó una manifestación antibelicista en Madrid y empezó a proyectar una huelga general para principios de agosto. El 18, durante un embarque de tropas en Barcelona, se produjo una manifestación violenta en los muelles donde la gente gritaba contra Maura y contra la guerra, diciendo que fueran a ella los hijos del marqués, mientras desde cubierta los soldados arrojaban al mar las medallas religiosas que las damas católicas les habían impuesto minutos antes en la pasarela.
El 23 se produjo un desastre militar en el 'Barranco del Lobo' (1.238 bajas) cuyo conocimiento en España tuvo efectos demoledores en la opinión pública ya que no en las enmudecidas Cortes. En Barcelona el domingo, 25 de julio se había constituyó a partir de Solidaridad Obrera un comité de huelga que, formado por tres miembros (1 anarquista, 1 sindicalista, 1 socialista), que llamaba a un paro pacífico de 24 horas como forma de protesta contra la guerra. Pero los hechos se iban a desarrollar de una forma totalmente imprevista.
Desde la madrugada del lunes 26 de julio se paralizó el trabajo, tanto por la acción de los piquetes, como por la actitud de los patronos que cerraron las fábricas, indicando así que no se opondrían a la protesta. Entendían éstos que se trataba de un pulso entre los obreros y 'el Gobierno de Madrid'. A las 13 horas, el gobernador civil, desasistido por las elites locales y presionado por el ministro de Gobernación, hubo de ceder el mando al capitán general.
Para entonces los obreros huelguistas, las 'damas rojas' y los 'jóvenes bárbaros' (organizaciones del Partido Radical) se habían lanzado ya por el control de las calles, habían cerrado las tiendas y paralizado los tranvías. La huelga comenzó a extenderse por los pueblos fabriles de la provincia a la vez que tomaba un cariz insurreccional y violento con la proliferación de barricadas. La impotencia del gobierno militar y la inutilidad del proclamado estado de guerra se explican por la debilidad de la fuerza disponible en Barcelona (ante la defección de la policía local y la tibieza de los soldados, sólo quedaba la Guardia Civil). Cuando los huelguistas constataron el vacío de poder existente en la ciudad, los objetivos iniciales de la huelga fueron ampliamente desbordados. El problema era saber qué dirección tomaría un movimiento tan amplio como carente de orientación, programa o liderazgo. No hubo iniciativas anticapitalistas, ni se dio una proclamación republicana; pero desde la medianoche del lunes, con el incendio del colegio de los maristas, pudo ya vislumbrarse que la cólera de los sublevados se dirigiría contra la Iglesia.
La actitud ambigua de los republicanos del Partido Radical es decisiva para explicar los hechos de los días siguientes. Lerroux se encontraba exiliado en Argentina y en su ausencia dirigía el partido Emiliano Iglesias, el cual utilizó todas las tácticas dilatorias para no comprometerse en la insurrección y no proclamar la República, como hubiera deseado el propio Ferrer Guardia. Pero el comportamiento radical fue dicotómico, porque a la vez que negaba apoyo público a la revuelta, dejaba que sus militantes se volcaran en la destrucción de los templos católicos (30 conventos de 75 existentes y 21 iglesias de las 58, y 3 religiosos asesinados). El hecho de que la protesta obrera se dirigiera casi exclusivamente contra el clero es una paradoja que sólo parcialmente puede explicarse por el conservadurismo de la Iglesia. La causa determinante de esta actitud hay que buscarla en la subcultura política del lerrouxismo, es decir en un anticlericalismo tosco, milenarista y arcaico ( que llegó a la profanación de los cadáveres). Un anticlericalismo rebosante de violentas apelaciones apocalípticas contra 'curas y monjas', que, envueltos en turbias leyendas, desempeñaban el clásico papel del chivo expiatorio.
El Gobierno empezó a recuperar el control de la ciudad a partir del miércoles, 28, con la llegada de los primeros refuerzos y el eficaz cañoneo de las barricadas, pero la lucha se prolongó hasta el domingo. Para entonces habían muerto 104 civiles y 9 miembros del Ejército y Fuerzas de Seguridad, y comenzando ya el éxodo de miles de fugitivos (se estimaba en 30.000 el número de los sublevados).
Las consecuencias
Desde principios de agosto el Gobierno dividió la represión entre tribunales militares (para el delito de resistencia al Ejército) y tribunales civiles para los demás delitos (incluidos los incendios). Los tribunales civiles actuaron con muy poca severidad, pero hubo cinco fusilados por los militares, entre ellos Francisco Ferrer al que se condenó sin pruebas. Su fusilamiento levantó una oleada de indignación en Europa, donde se le creó una falsa aureola de 'santo laico'. Había estallado el 'affaire Ferrer', un 'caso' capaz de influir en la opinión pública y derribar al Gobierno. El 15 de octubre, dos días después de la ejecución de Ferrer, Maura, por imperativo constitucional, tuvo que abrir las Cortes; en el debate parlamentario el Partido Liberal se unió a los republicanos para exigir la dimisión del Ejecutivo e incluso planteó la hipótesis de la ruptura con el Rey. El 21 Alfonso XIII despidió a Maura y llamó a los liberales al poder; estos lo aceptaron encantados, lo cual tuvo por efecto disolver el llamado 'bloque de izquierdas' y quebrar los proyectos verdaderamente reformistas. En los años siguientes el Rey continuó ejerciendo su prerrogativa de nombrar gobiernos mientras el Ejército y la Iglesia ampliaron su poder.
El fracaso de la democratización y del laicismo en España parece aún más acusado, si se compara el 'affaire Ferrer' con el 'affaire Dreyfus' en Francia. Los republicanos franceses consiguieron formar en torno al caso Dreyfus un duradero y estable 'bloque de izquierdas', capaz no sólo de suprimir la influencia política del Ejército, sino de limitar el poder de la Iglesia e instaurar un Estado laico. En cambio la Semana Trágica fue un estallido de violencia estéril sin relación alguna con los cambios políticos a largo plazo.
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