Hace cerca de quinientos años, la reforma protestante de Martín Lutero quebró los cimientos del Viejo Continente. Su enfrentamiento con el poder de los Papas fue acompañado de una tendencia iconoclasta. Ahora, esa ola recorre de nuevo una Europa que aún no ha decidido entre su pasado católico y un futuro cargado de laicismo. Al frente de este movimiento -y con la sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos que obliga a retirar los crucifijos de las aulas como estandarte-, se ha situado el abogado José Luis Mazón.
Convertido en una suerte de Quijote de la era moderna, Mazón ha destacado en estos últimos años por arremeter una y otra vez contra los a su juicio nuevos molinos que se han cruzado en su camino: el juez Garzón, José María Aznar, la presidenta del Tribunal Constitucional, el PSOE, el presidente del TSJ de Valencia…
Ahora, a esa lista de poderes y poderosos enemigos ha unido la imagen del Cristo de Monteagudo, monumento que desde la cima de un cerro domina parte de la huerta murciana sobre un castillo musulmán. "La citada estatua -señala Mazón en el escrito en el que pide al juez su retirada-, aparte de constituir una enfermiza incrustación que profana al castillo hispano musulmán del último rey islámico, patrimonio histórico, está ubicada en terrenos de propiedad del Estado, por lo que proyecta la identificación de éste con el credo católico del cual dimana". Con la Iglesia hemos topado, amigo Sancho.
No es, sin embargo, la primera vez que Mazón -natural de Orihuela, como el poeta Miguel Hernández, se ve las caras con lo que él mismo califica como "el poder sotánico" de la sociedad española.
Hace casi dos años, el letrado ya estuvo en el punto de mira de los colectivos católicos más radicales por arremeter contra el juez Fernando Ferrín Calamita. La batalla concluyó con la derrota del magistrado, que ha sido apartado de la carrera judicial por anteponer sus creencias religiosas para intentar frenar el proceso de adopción de una pareja homosexual.
Esta vez, sin embargo, la empresa se antoja más difícil que nunca. La talla del Cristo -situado sobre las ruinas del castillo que fue la residencia del último rey musulmán de Murcia-, parece hacerse cada vez más grande y amenaza con borrar de una embestida los logros pasados del "ingenioso letrado". Mazón, sin embargo, no está dispuesto a dar un paso atrás en su apuesta "por una nueva sociedad".
Esta personal lucha, contra todo y contra todos, se inició en 1994. Ese año logró que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos condenara a España a indemnizar a una mujer de Lorca por sufrir durante años las emanaciones de gas de una depuradora próxima a su casa. Por primera vez, la justicia europea aplicaba un derecho fundamental a temas ambientales.
Este caso abrió una brecha por la que se colaron las primeras sentencias que se dictaron en España sobre el ruido o la condena a Iberdrola por contaminación electromagnética.
Pero Mazón no derribó su primer gigante hasta el año 2000. Fue el entonces presidente del Tribunal Constitucional, Manuel Jiménez de Parga, y otros diez magistrados. El abogado consiguió que fueran condenados a pagar una indemnización de 5.500 euros por archivar un recurso de amparo sin haberlo examinado. La actual tuvo que responder por haber cobrado 30.000 euros del Premio Pelayo.
Desde entonces, no ha parado de combatir lo que él considera complacencia, clientelismo, impunidad y "compadreo" entre el poder político y el judicial. "Existe una legión de jueces pelotas con el poder. Encontrar a uno con personalidad, honradez e independencia cuesta trabajo, pero a esos los considero aliados", ha dicho el letrado.
Críticas a De la Rúa
Entre sus objetivos está el juez Garzón -a quien ha denunciado por el cobro de unas jornadas en Nueva York; el que fuera presidente de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional, Javier Gómez Bermúdez; el juez Ferrín Calamita; o el presidente del TSJ de Valencia, Fernando de la Rúa. "La decisión de De la Rúa, amigo declarado de Francisco Camps, sobre el archivo de los trajes fue una cacicada".
De lengua afilada, nunca se ha ahorrado contundencia y sarcasmo al hablar de la Justicia. Al Tribunal Constitucional lo ha calificado como "una institución tocada por el cáncer de la arbitrariedad y la politización".
El segundo eslabón de esa cadena que ahoga a la sociedad -la clase política-, también ha sufrido sus arrebatos. El ex presidente del gobierno, José María Aznar, es uno de sus enemigos declarados. Contra él ha iniciado hasta tres procesos: uno por asegurar que se había llevado información confidencial tras dejar la presidencia, otro por el borrado de información de los ordenadores de La Moncloa y un tercero por su intento de conseguir la medalla del Congreso norteamericano. Para ello, según denunció Mazón, el ex presidente pagó dos millones de euros -con dinero público-, para obtener el apoyo de un lobby.
Con estos antecedentes, y con una frase que resume su filosofía vital -"a veces, hay que morir o matar"-, el Cristo de Monteagudo puede echarse a temblar. El tiempo dirá si el ingenioso hidalgo togado sale despedido después de cargar contra su último molino, pero de una cosa no hay duda: Mazón morirá matando.