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Bancos de alimentos, Estado de caridad

En una crisis económica como la actual, cualquier cosa que alivie las necesidades básicas de tanta gente en apuros es bienvenida? siempre que no sirva para ahondar en la desigualdad, la explotación o la humillación.

Que la gente auxilie a quienes lo están pasando peor es digno de toda alabanza. En este aspecto, un aplauso a la generosidad de quienes se involucran de modo altruista en la organización de los Bancos de Alimentos, y de los particulares que trabajan en ellos o les donan productos y esfuerzo. Pero me temo que hay oportunistas que no pierden la ocasión para sacar tajada, y que quienes necesitan las ayudas pueden verse en situaciones poco dignas a la hora de recibirlas.

Empecemos por lo último. Se ha discutido mucho sobre si la labor de los Bancos de Alimentos es caridad (ejercida desde arriba) o solidaridad (entre iguales). Hay de todo, pero creo que la cuestión clave no es esa; yo la plantearía en estos términos: alguien necesitado de los productos que se reparten, ¿puede exigirlos? Igual que exigimos, qué se yo, que se nos atienda en un Centro de Salud, porque tenemos derecho a ello. Quien dice exigir, dice rebelarse y liarla parda si hay una desatención o un abuso manifiesto. Es evidente que no puede, pues es una gracia que se le concede, sea por compasión o por solidaridad. En la misma entrada de un Mercadona donde recogía productos el Banco de Alimentos, vi a dos mendigos que no podían acceder a los artículos donados. Ya sé que la política de estos Bancos es entregar los alimentos a ciertas organizaciones, que son las que se encargan del reparto final. Pero ¿qué organizaciones son estas?: en buena parte, parroquias, conventos, Cáritas y otros centros católicos, y también asociaciones que no explicitan esa afiliación, pero ya me dirán de qué pie cojea, por ej., la antiabortista ProVida Alcalá. Aunque esas entidades católicas no lleguen a requerir una genuflexión a los beneficiarios, para estos puede ser una humillación adicional que sean monjas, curas u otros beaticos quienes les dispensen lo que necesitan. (No entro en los pequeños escándalos, como el de las monjas granadinas que cobraban por servir comida que recibían de un Banco, el de la hermandad rociera de Alcalá que consumía alimentos de otro, o el de los peperos sanluqueños que desayunaron zumo donado).

En definitiva, muchos receptores pueden percibir claramente que se trata de beneficencia y caridad, pero, aunque no se produzca un atentado a su dignidad, el caso es que no es justicia: no se actúa por el principio de dar a cada uno lo que le pertenece, no es por derecho, razón o equidad (sigo las definiciones de justicia del diccionario de la R.A.E.). Así, no me sorprende que el muy caritativo (según dice) pero muy poco defensor de la justicia social (según hace) Opus Dei esté tan involucrado en los Bancos de Alimentos, llegando a ocupar algunos de sus más altos cargos directivos.

            Luego tenemos las grandes empresas que colaboran en las campañas de recogida. A la entrada del Hipercor, Alcampo, etc., nos ponen hermosas cajas para donar productos… ¡comprados, claro, en el propio hipermercado! Pude ver cómo un Mercadona hacía caja utilizando dos de esas cajas de cartón, sí, con un par; no me extrañó que una amiga quisiera entender que lo que se echaba en las cajas no había que pasarlo por la de pagar, sino simplemente moverlo de sitio, y así hizo con varios artículos, y carillos. Confieso que aplaudí su acto, pues seguro que Juan Roig (el dueño de Mercadona que, a la vez que se forra a nuestra costa, nos vacila con prédicas prochinas), tan humanitario, ve con buenos ojos estos gestos realizados con tanta buena fe como la suya. Qué bien, ¿no?, que esta y otras compasivas empresas puedan utilizar los Bancos de Alimentos como una forma rentable de publicidad, de ampliación de ventas y a veces de desgravación fiscal. En algunos casos, también es un modo muy provechoso para ellos mismos de gestionar sus excedentes, que de otra manera sencillamente se destruirían (parece que es lo que hay que hacer para que no caigan los precios y los beneficios).

            Otro caso llamativo de apoyo a los Bancos de Alimentos es el de los otros bancos, los que, aunque las cosas vayan mal, nunca pierden (ya saben, la banca siempre gana), los que usuran, nos crujen a comisiones y cláusulas abusivas, nos niegan préstamos, nos desahucian sin piedad y manejan en una medida imposible de ponderar el cotarro político, es decir, nuestras vidas. Pero a Botín (Santander), Fainé (La Caixa), González (BBVA) y otros gachós trajeaos yo no creo que el sombrero les toque en la tómbola. Ahora vienen y se las dan de santos con cuatro palabritas finas y alardes de amor al prójimo, pero yo percibo un hilillo de sangre que les cae de la comisura de los labios. Cuando un banco me hace carantoñas, o me habla de los grandes valores de la vida (como el Sabadell con sus conversaciones de dóciles parejitas, a la vez que hace negocio con la devastadora e inhumana especulación alimentaria), echo mano a la cartera mientras corro al retrete.

Y por fin están los apoyos desde la Administración, a distintos niveles. Es escandaloso que el Estado promueva la caridad a costa de la justicia. Este respaldo, que es sobre todo presupuestario, y que sirve para justificar los beneficios económicos que se otorgan a la Iglesia (muchísimo mayores que los que ella devuelve a su antojo como caridad), se concreta, en el caso que nos ocupa, en ayudas de las Fuerzas Armadas y del Ministerio de Agricultura y Pesca, y se visualiza a través de numerosos gestos, como el que le den el premio de la Fundación (“privada”) Príncipe de Asturias a los Bancos de Alimentos, que la Reina reciba el premio anual de la Federación que los agrupa (en un acto que contó con la presencia de la ministra de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, Ana Mato), que Ana Botella sea nombrada presidenta honorífica del Banco de Alimentos de Madrid…

 ¿A qué juegan, qué significa este morreo entre altos cargos y entidades benéficas? Los cargos públicos deberían tener la mínima decencia de no recrearse en mojigaterías piadosas, y, en cambio, cumplir su deber trabajando en pro de la justicia: ¡más eficiencia y menos beneficencia! Y los Bancos de Alimentos, la dignidad de —al margen de su labor— exigir esa justicia o, al menos, no premiar a quienes contribuyen, con su complicidad o su ineptitud, a que sea necesaria la concesión compasiva. Estos premios y honores mutuos desacreditan, en mi opinión, a unos y a otros. No queremos que la labor de estos Bancos sirva para perpetuar un estado de desigualdad que es intolerable, una anomalía que debe corregirse a conciencia. No me parece que haya que celebrar que cada año los Bancos de Alimentos tengan que atender a más gente (según dicen, ya unos dos millones de personas).

Han empezado a surgir iniciativas de Bancos Públicos de Alimentos. Aunque las intenciones sean loables, me temo que sólo superen de manera muy incompleta las críticas aquí expuestas; habrá que verlos funcionar. Más allá de estos esfuerzos, ¿no sería de justicia luchar de manera radical contra la especulación alimentaria, como la que lleva a acumular alimentos, o a destruir excedentes, para hacer subir los precios? ¿No es de justicia asegurar que todo el mundo tenga lo mínimo para subsistir dignamente, con un reparto de riqueza controlado con criterios públicos, transparentes, sin depender de la bondad de almas misericordiosas? Pues eso es lo que reclamamos de nuestros políticos, para que estos Bancos de Alimentos tan tristemente exitosos pierdan su razón de ser. Queremos y exigimos un Estado de derecho y de justicia. Un Estado de caridad es inadmisible.

Banco Alimentos recogida

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