En un blog de la cavernosa InfoCatólica escribe el cura Guillermo Juan Morado sobre Algunas razones para la enseñanza de la Religión (católica) en la escuela (interesantes, esos paréntesis). Morado dice ser Doctor en Teología y Licenciado en Filosofía; esos estudios le han servido, por lo visto, para poder montar con rapidez una estructura sofística de aspecto adecuado en un sitio donde no se espera que la misma sea sacudida por nadie en busca de debilidades. He aquí el panfleto en cuestión, extractado, y mis respuestas.
1. La misión específica de la educación es la formación “integral” de la persona humana. (…) Uno puede ser un genio en las matemáticas, o en la física, o en la biología. Pero solo eso no basta. No somos solamente agentes de cálculo, seres dotados de peso y medida o, simplemente, seres vivos. Somos algo más. Somos personas. Y, en la calidad de tales, tenemos dotes físicas, morales, intelectuales y espirituales.
Como es costumbre desde tiempos inmemoriales, lo primero que hace el chamán es asustar a los nativos con demonios. Aquí el demonio es la frialdad de la ciencia y el materialismo. ¿Quién niega que somos personas y que necesitamos algo más que ciencia para ser personas plenamente? La palabra “espiritual” debería ser erradicada del lenguaje filosófico: significa tanto que no significa nada (como “Dios” y “amor”). La idea de que la educación debe formar integralmente a la persona no es tan indiscutible como parece; en todo caso depende de qué abarca esa “educación”: ¿la escuela primaria, la primaria y la secundaria, sólo la universidad? ¿En qué proporción deben estar las ciencias, las humanidades y las “espiritualidades”? Los contenidos de formación “espiritual” ¿deben darse en una asignatura específica, incluirse de manera transversal, o simplemente transmitirse a través del ejemplo de los educadores?
3. Los principales educadores son los padres. Y la sociedad, el Estado, y hasta la escuela, han de ayudar a los padres a educar a sus hijos.
4. Los padres tienen derecho a elegir para sus hijos una educación conforme con su fe religiosa.
No y no. Para que los padres sean educadores primero deberían estar educados ellos, o lo suficientemente educados para poder elegir luego a educadores formados para sus hijos. Ni la sociedad ni el estado ni la escuela deberían facilitarle a los padres la propagación de sus prejuicios o creencias irracionales dañinas. En nuestra sociedad los padres tienen de facto un poder casi ilimitado (lamentablemente) para elegir para sus hijos una educación conforme a sus creencias religiosas, pero tal poder pisotea el derecho de los hijos a la libertad de conciencia y de elección. Expresado como está, el derecho de los padres es un despropósito: el derecho a recibir una educación es de los niños. En general consideramos, por razones de tradición y de conveniencia que generalmente nos dan la razón, que los padres saben lo que es mejor para sus hijos menores de edad, quienes no pueden elegir; pero no podemos olvidar que esa regla es una convención y que las mismas leyes contienen excepciones a ella.
5. No puede haber, en la educación, ningún monopolio, que elimine el principio de subsidiaridad; es decir, que el Estado no debe sustituir las instancias intermedias, entre ellas, la familia.
¡Valientes palabras! Ningún monopolio. Ni el Estado ni la Iglesia. Esta idea es genuinamente revolucionaria; si al P. Morado se le hubiera ocurrido expresarlas hace un siglo lo habrían tildado de libertino, promotor de la libertad irrestricta de pensamiento, fomentador de la herejía. En cada ocasión en que la Iglesia Católica ha podido utilizar el poder secular en su beneficio, desde la conquista de América hasta la dictadura franquista, la catequesis católica forzada o cuasi-obligatoria ha pasado por encima del derecho de los padres no católicos a darle a sus hijos una educación conforme a sus creencias.
6. Si no se pudiese enseñar Religión en la escuela los alumnos quedarían privados, en ese ámbito, de la apertura a la dimensión trascendente de la vida.
Tonterías. Conceptos vacíos. Si “la dimensión trascendente de la vida” es lo que se enseña en la clase de Religión (católica), entonces llamémosle “creencias católicas oficiales sobre la vida después de la muerte” y punto. Hay muchas formas de trascendencia además de las inventadas por la Iglesia o por las otras religiones.
7. Si no se pudiese enseñar Religión en la escuela el derecho a la libertad religiosa se vería mermada.
Sólo en el mismo sentido en que no enseñar la doctrina marxista-leninista implica mermar la libertad de pensamiento político. Menos todavía. En (casi) ningún lugar del mundo hay establecimientos exentos de impuestos con personal dedicado full time a propagar el marxismo-leninismo. En buena parte del mundo hay como mínimo una iglesia por barrio en cada ciudad. Excepto en los países afligidos por el totalitarismo comunista o por el islamismo de estado, la libertad de enseñar y aprender religión (católica) está asegurada.
8. Si en la escuela pública se dijese que todas las religiones valen lo mismo o que ninguna vale nada significaría que el Estado, pasando por encima de las convicciones de sus ciudadanos, se atribuye el derecho a decidir que lo mejor es una supuesta “neutralidad” que llevaría al indiferentismo.
La escuela pública no hace tal cosa. La escuela pública, cuando es laica, educa en el valor del respeto a la diversidad y en la no discriminación por razones religiosas, que es lo más que se le puede pedir. Si los ciudadanos (adultos) están convencidos de que la tierra es plana o que las mujeres son intelectualmente inferiores o que los homosexuales padecen una enfermedad curable, el Estado debe pasar por encima de esas convicciones y enseñar a los niños que sus padres están equivocados; de lo contrario la escuela no es escuela sino una mera repetidora de prejuicios, y al Estado más le valdría desaparecer.
9. El poder civil no debe impedir, sino favorecer, la vida religiosa de los ciudadanos.
El poder civil no debe impedir la vida religiosa de los ciudadanos, en tanto esa “vida religiosa” no implique joderle la vida a los demás ciudadanos. (Hay ciudadanos, quizá le sorprenda saber al P. Morado, que no tienen ni desean una “vida religiosa”, como así tampoco pagar para que a otros se les favorezca.)
10. Si se trata de enseñanza de la Religión católica, solo la Iglesia Católica puede establecer qué contenidos son conformes o no con su creencia.
Obviamente. Pero sólo si además paga por ella.
11. La enseñanza de la Religión en la escuela no es catequesis. La catequesis busca la adhesión. La enseñanza de la Religión en la escuela busca el conocimiento sobre la identidad del cristianismo y de la vida cristiana.
La identidad cristiana, como toda otra identidad, se aprende en los espacios propios de la comunidad cristiana: la familia creyente, la iglesia o templo, las reuniones de grupos de oración, etc. La escuela no es un espacio para reforzar identidades. Es ingenuo pensar que la enseñanza de una doctrina religiosa puede separarse de la catequesis, cuando los alumnos son niños y muy especialmente cuando la enseñanza la da un cura, una monja o un catequista designado por la Iglesia.
12. Si una enseñanza que se imparte en la escuela es privada de su condición de “enseñanza”, si no cuenta para nada, si es lo mismo cursarla o no, esa enseñanza queda completamente desvirtuada.
Las asignaturas optativas existen desde siempre en las currículas escolares. En el caso de la “enseñanza” religiosa (que es catequesis), debe ser forzosamente optativa porque no vivimos en una sociedad homogénea. Por lo mismo, no puede ser puntuada como las otras asignaturas.
13. La libertad de los padres, o de los alumnos, ha de ser respetada. Pero también en el sentido positivo. También hay que respetar la libertad de los padres, y de los alumnos, que desean recibir enseñanza de la Religión en la escuela.
Pura confusión. ¿Hará falta repetir aquello de que “tus derechos terminan donde empiezan los míos”? Esto es esencialmente una repetición del punto 4. Es una vuelta de tuerca deshonesta hablar de “libertad para hacer X” cuando en realidad se está hablando de “libertad para obligar a todos a que hagan X conmigo” o su variante, “libertad para obligar a los demás a que paguen para que yo pueda hacer X”. Todo estado moderno obliga a sus ciudadanos a pagar con sus impuestos por cosas que no usan ni necesitan, cosa que casi todos (excluyendo a libertarios, anarcocapitalistas y similares) aceptamos, en tanto el balance entre lo pagado y lo recibido no sea muy desfavorable ni esté muy inclinado hacia el beneficio de cierto sector.
El caso de la religión católica en Hispanoamérica muestra un ejemplo de sesgo extremo: una religión organizada que tiene centros de enseñanza privada propios, medios de difusión, contactos en la prensa y el gobierno, miembros en puestos clave de la política y el sistema de justicia, privilegios socioculturales de todo tipo, y además solicita, reclama, exige del Estado que obligue a los niños a ser sometidos a la indoctrinación en las escuelas públicas. Está claro que en las carreras de filosofía católica se enseña, como asignatura excluyente, la desfachatez.
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