La contradicción de la jerarquía católica según la cual María fue y no fue la madre de Dios
La jerarquía católica defiende la doctrina de que María fue madre de Dios, pero al mismo tiempo afirma que Dios, tanto Padre como Hijo y Espíritu Santo, son eternos, lo cual implica que, si María no era eterna –y no lo era-, el Hijo existió antes que la madre, lo cual resulta bastante insólito.
En cuanto ser madre implica generar una vida en un momento determinado del tiempo, la maternidad de María respecto a Dios implicaría la negación de la eternidad de Dios o la afirmación de la eternidad de María, lo cual la excluiría del conjunto de los seres humanos, que tenemos carácter temporal.
En efecto, si el Hijo nació de María, después de que ésta quedase embarazada por una gracia del Espíritu Santo, en tal caso parece evidente que el Hijo comenzó a existir hace alrededor de 2.000 años, que es cuando se supone que nació Jesús, el supuesto Dios-Hijo. Y, si alguien replicase que, aunque Jesús nació de María, de hecho ya existía eternamente y que María fue el instrumento del que Dios se sirvió para su “encarnación”, en tal caso afirmar que María es la “madre de Dios” es una nueva superchería que, aunque sirve para alimentar la fantasía del redil católico respecto a la idea de una madre humana de Dios, muy accesible a las súplicas humanas de todo género, es contradictoria con la eternidad del propio Dios, eternidad no compartida por María, hija de Joaquín y de Ana, y madre de Jesús, a la cual, en consecuencia, sería el colmo del absurdo considerar como “madre de Dios”.
De hecho en los evangelios no se concede a María ninguna importancia especial sino todo lo contrario, pero además en los primeros tiempos del Cristianismo ni siquiera se la tuvo en cuenta. Más adelante, cuando los dirigentes de la secta cristiana se dieron cuenta de que la presencia de diosas en otras religiones era un elemento positivo para su éxito en el proselitismo correspondiente, comprendieron que la incorporación, si no de una divinidad femenina, al menos de un sucedáneo de ella podía ayudarles para el éxito de su negocio, y, en consecuencia, decidieron incorporar a María como un fichaje esencial para enriquecer el elenco de iconos de su escaparate religioso, pues la idea de una “madre divina” tenía su atractivo especial, hasta el punto de que a lo largo de muchos siglos se ha ido haciendo bastante más elevada la cantidad de cristianos y cristianas que siente una devoción particular por la “madre de Dios” que la de quienes sienten una devoción similar por el propio Dios-Padre, Yahvé, al cual no parece que haya muchas iglesias dedicadas –supongo que habrá alguna-.
Esta devoción a “María” se hace patente en sus diversas versiones más o menos milagreras relacionadas con los correspondientes santuarios e incluso con la variedad de nombres que adopta la misma madre de Dios según los lugares en los que se la venera, lugares en que curiosa y sospechosamente, tratándose de la misma madre de Dios, en unos santuarios parece mostrarse mucho más dadivosa que en otros a la hora de realizar sus “milagros”, como si hubiese hecho un contrato especial con el clero de tales lugares, dejando caprichosamente los restantes en el olvido. Los santuarios de tales sitios, como se ha dicho, se corresponden con diversas advocaciones a María, que han dado lugar a una extensa variedad de nombres de mujer (Amparo, Angustias, Asunción, Carmen, Consolación, Consuelo, Dolores, Esperanza, Fátima, Guadalupe, Inmaculada, Lourdes, Macarena, María, Milagros, Misericordia, Montserrat, Pilar, Rocío, Socorro, Soledad, etc.).
Por ello mismo, el número de santuarios en los que se venera a una “madre de Dios milagrosa” es muy superior al de los lugares en los que se venera y adora al propio Dios en espera de “sus milagros”, veneración explicable a partir del antropomorfismo de considerar que a una madre se la puede camelar con mucha mayor facilidad que a un padre, especialmente si se trata del “Padre eterno”, e incluso a partir del prejuicio según el cual María, como madre de Dios, puede interceder ante él para que conceda diversos bienes que por sí mismo –y a pesar de su amor infinito- no concedería.
Por otra parte resulta ingenuamente arrogante hasta un grado inconmensurable por parte de quienes inventaron este tipo de religiones, en las que un ser humano aparece como “madre de Dios”, enaltecer hasta ese punto a un ser tan insignificante como cualquiera de nosotros para concederle el honor de ser madre de un ser en teoría tan infinitamente superior. Si imaginamos a una simple pulga y la considerásemos madre de una ballena, esa metáfora no reflejaría adecuadamente la distancia de infinitos millones de años luz existente entre la figura de María y la de un Dios como el que presentan los dirigentes católicos. Además, mientras tanto las ballenas como las pulgas existen y en ese sentido podría existir alguna relación, no sucede lo mismo en el caso de Dios y de María, pues mientras María existió como madre de Jesús y de otros hombres y mujeres, según consta en los Evangelios,el supuesto Dios cristiano es imposible que exista por su carácter contradictorio.