En su primer viaje a Hispanoamérica, Benedicto XVI visitó dos países con problemáticas distintas, que enfrentan una crisis política interna, y que están unidos por los pueblos hermanos de México y Cuba.
Desde que comenzó esta visita oficial del Papa, minuto a minuto los medios de comunicación nos dieron la crónica de su peregrinar. Al mismo tiempo los expertos se dedicaron a debatir sobre las verdaderas razones que motivaron este viaje al segundo país con más católicos en el mundo, previo a su elección presidencial, así como al único país del continente que se proclama socialista y donde la mayoría de sus habitantes profesan la santería.
Este universo de información contribuyó a transformar y confrontar opiniones tanto al interior como al exterior de Cuba, desde el cubano de a pie, pasando por la diáspora, hasta las jerarquías del estado cubano y de la iglesia católica. Todos con perspectivas distintas del mismo acontecimiento dependiendo del ángulo de su realidad.
En este sentido, cabe destacar al menos tres de estas perspectivas que interactúan entre sí:
Religiosa.
Es sin duda la más humana y espiritual de todas porque se fundamenta y se sostiene de la esperanza. Todos los cubanos aspiran a mejorar sus condiciones sociales y materiales de vida. El problema no está en el sincretismo, la virgen de la Caridad del Cobre y Ò?un se unen, en cambio los cubanos se dividen.
La visita del Papa les ratificó a los católicos cubanos que ya quedó en el pasado la época en que eran discriminados y agredidos por sus creencias religiosas y fue reiterativo en sus esperanzas de un futuro mejor con base en la fe y la reconciliación.
Política.
Es la más compleja toda vez que entran en relación y confrontación los intereses del estado, la iglesia y la injerencia extranjera estadounidense y europea.
Al gobierno cubano le interesaba que la figura del Papa y la iglesia, con todo lo que representan, se manifestaran en contra del embargo estadounidense y en favor de la soberanía cubana. Este objetivo se logró parcialmente toda vez que se criticó la injerencia extranjera y Dionisio García Ibáñez y Jaime Ortega, Arzobispos de Santiago de Cuba y La Habana respectivamente, expusieron un discurso moderado y diplomático sobre la situación en la isla; nada que hiciera recordar el crítico discurso del entonces Arzobispo Pedro Meurice Estiú durante la visita de Juan Pablo II en 1998.
Por su lado, los miembros de la Iglesia católica diversificaron su participación y con ello dejaron en claro su capacidad negociadora.
Por un lado Benedicto XVI declaró, antes de llegar a México, que “es evidente que la ideología marxista en la forma en que fue concebida ya no corresponde a la realidad”, y durante su estancia en Cuba, si bien fue diplomático, se manifestó a favor de cambios que contribuyan a la concepción de una sociedad “abierta y justa”.
Mientras tanto los jerarcas de la iglesia en Cuba comprendieron que obtenían mayores beneficios entablando mejores relaciones con el gobierno cubano que con la disidencia. Sin embargo, no todos los religiosos comparten este método a pesar de que están fortaleciendo su presencia e incrementando sus relaciones políticas; al mismo tiempo que demandan mayores espacios sociales para la iglesia católica como su participación en la enseñanza.
Sin lugar a dudas, quien quedó relegada fue la injerencia extranjera en la medida que el Papa no canceló su viaje a Cuba, fue diplomático en su discurso, se reunió con Fidel Castro y no así con los miembros de la disidencia.
Ética.
Es la más sensible ya que en la isla representa la polarización de un conflicto entre quienes representan el poder del estado, determinando lo que es “correcto” e “incorrecto”, “obligatorio” y “permitido”, etc., y aquellos ciudadanos cuyo interés es la transformación de ese estado al que consideran represor.
El problema se agudiza con la injerencia extranjera a partir de la maquinaria internacional que promueve la defensa y el respeto de los derechos humanos y la democracia en la isla, cuando a su vez arrastran un historial, sobre todo la parte estadounidense, de sabotaje, terrorismo y una guerra económica que han dañado severamente al pueblo cubano.
Mientras los intereses de la política exterior chocan y se reacomodan, con motivo de la visita del Papa, el gobierno cubano detuvo a más de 150 disidentes a los que cataloga como “mercenarios al servicio del imperialismo yankee”.
Esta operación se llevó a cabo durante varios días e incluyó arrestos domiciliarios, “levantones”, desapariciones y suspensión de la telefonía celular para evitar que se manifestaran en contra del gobierno castrista.
Poco a poco los detenidos han comenzado a regresar a sus hogares y queda pendiente su respuesta y reacciones al saldo que les deja esta visita del Papa Benedicto XVI a Cuba.
Miguel Arrieta Gutiérrez. Profesor de Historia de la UNAM (México)