El informe de EL PAÍS contiene acusaciones en 19 colegios de la congregación, que hasta ahora ha desobedecido al Papa y no abre procesos canónicos de las denuncias que recibe.
La orden de La Salle se resiste a obedecer las directrices del papa Francisco e investigar canónicamente los casos de pederastia cometidos por sus miembros en el pasado. Es una de las pocas, a diferencia de otras, como salesianos o maristas, que todavía se niega a abrir una investigación de las denuncias que le atañen en el informe que este diario entregó a principios de diciembre al Vaticano y al cardenal Juan José Omella, presidente de la Conferencia Episcopal Española (CEE). En todo caso, la investigación de los 251 casos del dosier ya está en marcha y si la orden no colabora será el Vaticano, a través de la Congregación de Doctrina de la Fe, su órgano disciplinario, el que se encargue de que se cumpla la ley. En el estudio aparecen 17 hermanos de La Salle acusados de abusar de al menos 19 víctimas en 19 centros de la orden por toda España. Si se suman a los casos que ya se conocían, la cifra se eleva a 26 acusados y al menos 60 víctimas en 27 de los 115 colegios que la orden tiene en España. Es decir, en un 23% de los centros de esta orden hay acusaciones de pederastia.
En respuesta a este periódico, la orden explica: “Creemos que no es apropiado abrir una investigación interna sobre estas acusaciones. No tenemos autoridad para ello, aunque estamos abiertos a acoger a las víctimas y darles nuestro apoyo”. La congregación afirma que si recibe una información sobre abusos, rastrea indicios de delito y verifica si los datos son verdaderos. Luego, los entrega a la autoridad civil competente. Es una medida abocada a un callejón sin salida, pues casi todos los casos están prescritos y los jueces simplemente los archivan. Pero además, de este modo la orden desobedece al Papa y sus instrucciones sobre cómo abordar los abusos, que afectan a todos los institutos de vida consagrada o sociedades de vida apostólica, incluida La Salle, pese a su peculiaridad de ser una congregación de laicos. Siempre debe abrirse una investigación e informar a Roma. Las reglas del vademécum de referencia del Vaticano sobre la pederastia son claras: la notitia de delicto es “toda información sobre un posible delito que llegue de cualquier modo al Ordinario o al Jerarca. No es necesario que se trate de una denuncia formal” (artículo 9) e incluso sin datos precisos debe ser estudiada y abrirse una investigación previa (artículos 13 y 16). Pese a ello, La Salle insiste: “Entendemos que cumplimos con lo que nos obliga el Derecho Canónico”.
Por su parte, la CEE desdeñó el pasado día 20 el informe de EL PAÍS por una presunta falta de rigor que “hace difícil extraer conclusiones que puedan servir a una posible investigación”. Este periódico desgrana desde entonces esos casos: estas son las historias de once de las personas que están detrás de esas denuncias en centros de La Salle.
La primera historia afecta a un alto cargo de La Salle, N. F. P., acusado de abusos en el colegio madrileño Institución La Salle en los años noventa. También tuvo responsabilidades durante esa década en la patronal de Escuelas Católicas y fue consejero titular del Consejo Escolar del Estado. En 2004, tuvo cargos en ARLEP (Agrupación Lasaliana de España y Portugal) y fue responsable de todos los centros educativos de la orden en estos países. Y estuvo vinculado a los scouts durante su etapa en Canarias, en el colegio de La Verdellada (La Laguna, Tenerife), a lo largo de los años ochenta.
En este caso, La Salle ya se negó a seguir las normas canónicas. En febrero de 2020 recibió una denuncia anónima contra este hermano en su correo electrónico. Era de una persona que también había escrito a EL PAÍS. La congregación acudió a la Fiscalía, que archivó el caso por prescripción. Entonces el plazo para que esto ocurriera era de solo tres años desde la mayoría de edad, según el auto al que ha tenido acceso EL PAÍS. La orden no abrió un proceso eclesiástico, aunque estaba obligada a hacerlo. Este periódico ha reunido luego dos testimonios más contra esta persona.
El primer exalumno, Jaime T., denunció que este religioso le sometió a tocamientos hasta en dos ocasiones en el curso de 1992 a 1993, en octavo de EGB, en el colegio madrileño Institución La Salle. Tenía 15 años. Nunca contó nada hasta 25 años después, cuando “por miedo a que siguiera abusando” denunció a N. F. P. en la Unidad de Atención a la Familia y la Mujer (UAFM) de la Policía. Semanas después, los agentes le comunicaron que el delito había prescrito. Entonces decidió escribir a EL PAÍS. Según su relato, en clase de Religión este docente propuso preparar una canción para la función de fin curso. “Yo sugerí que podía llevar a clase una cinta de Los Inhumanos que tenía mi hermano y ensayar en el colegio. Me contestó que se la llevase al día siguiente a su despacho. Cuando fui, me pidió que me acercase a su silla y me empezó a tocar por encima de los pantalones. Yo me quedé paralizado”, narra el denunciante. Afirma que la escena se repitió una vez más, en una ocasión en que el acusado le pidió que le ayudara a coger material de una sala del colegio. “Allí, frente a frente, volvió a agarrarme mis partes íntimas por encima del pantalón. Entonces, le miré con cara de: ‘¿Qué cojones estás haciendo?’ y me fui”, cuenta.
Otro compañero de Jaime T., que prefiere no dar su nombre, afirma que también sufrió abusos de este hermano varias veces. “En aquel tiempo sabía mucho de ordenadores y tiraba mucho de mí para eso. Un día, cuando dejó el colegio, me llamó para que fuera a un centro que la orden tenía [en Madrid] para arreglar unos ordenadores. Cuando fui me tocó mis partes y me sentí muy incómodo”, dice. Este exalumno afirma que su conducta era vox populi.
Tras la publicación del informe de EL PAÍS entregado a la Iglesia, otro exalumno ha contactado con este diario para relatar que el colegio había enviado una circular donde hacía referencia al caso e informaba de que el delito ya había sido desestimado por la Fiscalía. “Me dio mucha rabia, parecía que estaban defendiendo su inocencia”, relata. Este antiguo estudiante cuenta que era habitual que el acusado llevase a los niños a su despacho para tocarles: “Nos ponía en fila y, como si fuera un juego, nos sobaba los genitales. En una ocasión, durante el curso del 94, se encerró con un amigo, echó la llave y le acarició la entrepierna. Lo ha pasado muy mal”.
En conversación telefónica con este periódico, el acusado negó los hechos, aunque refirió que hace tres años recibió un correo electrónico de otra supuesta víctima acusándole de un delito similar. Afirma que no informó a la orden ni tampoco intentó ponerse en contacto con el remitente. “No le di importancia y prácticamente no hubo más [denuncias]”, dice el acusado, que manifiesta estar sorprendido. “Soy una persona aceptada y querida. No sé qué hay detrás [de esta denuncia]. En el mundo de la educación, a veces, hay gente resentida. He visto otros casos por temas de suspensos y te montan un cirio cuando realmente no hay absolutamente nada”, asegura.
No es el únicocaso de La Salle de Madrid. Hay otro en el colegio Nuestra Señora de las Maravillas (conocido por la condena de 130 años de prisión al exreligioso Pedro Antonio Ramos Lominchar, por abusar entre 2013 y 2016 de 14 menores y cuatro adultos). Una nueva acusación señala al hermano Feliciano. El exalumno Antonio Pérez de Lucas, hoy con 67 años, le acusa de haber abusado de él en 1964. Fue en una excursión del colegio. “Cuando nos quedamos solos, me llevó a la parte trasera del autobús y me dijo que tenía que tocarme el sexo, para comprobar si todo estaba bien, ya que estaba entrando en la pubertad. Creí que el hermano estaba de buena fe, claro. Empezó a tocarme sin dejar de hablar de lo importante que era lo que estaba haciendo”, relata. Dos años después, dice, este profesor se fue del colegio.
“¿Por qué el resto de religiosos no hacía nada?”
Algunas historias son de hace décadas, y también afectan a mujeres. Uno de los casos más antiguos es el de Pere Armengol i Vallverdú, un exhermano de La Salle acusado de abusos en los años cincuenta. Antònia Pallach cuenta que en 1957, cuando ella tenía 12 o 13 años, sufrió su acoso y abusos en Tarragona. “Le habían echado de la orden. Se había casado con una familiar. Intentó varias veces abusar de mí, pero no me dejé. Conseguía besarme largamente en la boca, me ahogaba”. La Salle informa de que este religioso había dejado la congregación en los años treinta, pero no ha dado más datos. En el caso de otra mujer que no desea identificarse, el acusado es de su propia familia, su tío G. E. “Mi madre se quedó viuda, él siempre nos visitaba y nos parecía repugnante sin saber por qué. Un día le propuso a mi madre invitar a dos de nosotros a pasar un verano en el colegio de Alcora (Castellón), donde era profesor. Mi madre envió a mi hermana y a mi hermano. En la adolescencia mi hermana le contó a mi madre que mi tío abusó de ella. Mi hermana explicó que después de abusar de ella le dijo: ‘Esto es lo que te hubiera hecho tu padre’. Al devolverles a casa, tuvo la desfachatez de pasarle una factura a mi madre por los gastos, incluido un taxi. Nunca se hizo nada y mi tío se murió de viejo. Hace cinco años mi hermana se suicidó”.
Juanjo Sendra, de 54 años, cuenta que entre los 8 y los 10 fue agredido sexualmente por el hermano Félix Benedico Hernández, fundador del grupo scout del colegio La Salle de Paterna (Valencia), en el que Sendra era interno. Dice que abusaba de él por las noches. Benedico era el encargado de vigilar los dormitorios. “Se acercaba a mi cama cuando ya me creía dormido, me destapaba con mucho cuidado y me bajaba el pijama, descubriendo mis posaderas. Después, se sentaba en una silla y con toda tranquilidad se masturbaba. Yo no miraba, pero sabía perfectamente lo que estaba haciendo. Lo oía excitándose, lo oía jadeando”, relata. Durante aquellos instantes, Sendra afirma que fingía dormir, “horrorizado”, por miedo a las palizas físicas que les propiciaban diariamente en el centro. “Cuando alcanzaba el orgasmo, con mucho cuidado, volvía a subirme la ropa, me tapaba con mis sábanas y mantas y se marchaba como si nada hubiera pasado”, subraya. Benedico, ya fallecido, recibió en mayo de 2017 una placa de la asociación de antiguos alumnos en reconocimiento a “su entrega y dedicación para con sus alumnos, de acuerdo con los valores lasalianos”, según el programa del acto que se hizo público en internet.
En el País Vasco, el hermano S.G.S. está acusado de abusar de al menos tres chicos en dos centros. Un exalumno que no desea revelar su nombre lo señala en el colegio de Beasain (Gipuzkoa), del que S.G.S. fue director de 1967 a 1971. Tenía nueve años en 1971, y el religioso, relata, abusó de él durante 12 meses. “En muchas ocasiones, algunas de ellas junto a otro niño”, describe. Hay algo que no consigue superar: “Cuando sufría los abusos, los estudiantes de más edad aporreaban la puerta para que me dejara en paz. Si ellos gritaban y hacían ruido, ¿por qué el resto de religiosos no hacía nada?”. A finales de los setenta, con 11 años, sus padres le enviaron al internado de otra orden, los corazonistas, en Vitoria: “Allí me alié con los niños más fuertes con el miedo de que algún fraile se fijara en mí. Tuve suerte y no me ocurrió nada. Cosa que no se puede decir de otros niños, ya que también había otro fraile pedófilo que abusaba de los más débiles, le llamaban El Champi. Era el encargado de pasillo y como no se podían cerrar las puertas se metía por las noches en las habitaciones de los pequeños, de 12 y 13 años. Sé sus nombres. Hubo alguna denuncia y desapareció, lo trasladaron a San Sebastián”.
En cuanto a S.G.S., de Beasain pasó a ser director del Aspirantado de La Salle en Irún (Gipuzkoa), hasta 1976. Allí, entre 1973 y 1974, el exalumno M.G.S., que ahora tiene 63 años, relata cómo eran las “entrevistas personales” que el religioso tenía periódicamente con los aspirantes a convertirse en miembros de la orden, chicos de entre 13 y 16 años. Duraban hora y media y este estudiante recuerda que se comportaba de forma totalmente anormal. “No era normal la forma en que te abrazaba y besaba en la cara nada más entrar, ni que estuviera medio abrazado a ti, ni que te hablara con su boca pegada a tu cara, en susurros”. Pero luego iba más allá, según los relatos de sus compañeros. “El director les hablaba sobre si se masturbaban y que eso era un problema muy serio y necesitaban ayuda para superarlo. Y así les persuadía para que se desnudasen, dieran gracias a Dios por sus órganos y en algunos casos les convencía incluso para que lo hiciesen allí y luego se arrepintiesen. Yo aún no había empezado a masturbarme y me pude ir escapando. Al final se le ocurrió el tema de la fimosis. Me dijo que me tenía que orientar sobre si debía operarme o no y debía desnudarme delante de él y poner mi pene erecto para ver si el glande salía o no. Recuerdo perfectamente su voz, su respiración agitada, su mirada con esas gafas de culo de vaso, sus abrazos y besos en la cara al despedirse. Han pasado 47 años y parece como si fuese hoy el estar allí de pie desnudo, junto a él sentado, mirando cómo movía mi pene hasta que se pusiese erecto. No sabes la de cientos de chavales que pasaron por sus manos”.
Según la necrológica de S.G.S que la orden publicó en 2020 cuando falleció, abandonó el País Vasco por Madrid durante un año. Regresó en 1977 a San Sebastián, en cuyas comunidades fue “animador” hasta 2015, cuando se incorporó a la comunidad de la Sagrada Familia de Irún, donde vivió sus últimos seis años.
“Pasé a ser invisible y lo suspendía todo”
Jesús Mallol, de 68 años, afirma que el hermano José Lantarón, profesor de Matemáticas y secretario en el colegio La Salle de Córdoba, era muy conocido entre los alumnos. “Por sacar a la pizarra todos los días a un alumno, generalmente un interno, al que con la excusa de aclararle sus errores en algún problema, le metía mano descaradamente delante de los demás, durante 15 o 20 minutos”, describe Mallol, que fue una de sus víctimas. Por las manos de Lantarón, apodado La Pepa, pasaron muchos estudiantes, según dice. “Era muy común ver a alguno llorando y diciendo que se lo diría a sus padres, pero aquello seguía como si nada. Yo se lo comenté muchas veces a mi madre, pero la contestación solía ser que no hablase así del hermano José”, lamenta.
Una mañana de otoño, en 1965, Mallol no aguantó los tocamientos. “Me sacó a la pizarra y comenzó el habitual sobe, pero ese día, además, bajó la mano y la metió por mi pantalón corto hasta tocarme los genitales”, narra. Se fue del colegio “con lágrimas de impotencia y de rabia”. Se lo contó a su tío, que “tuvo bronca violenta con el director y con el prefecto”, según recuerda. Volvió a clase al día siguiente. “Pasé a ser invisible y lo suspendía todo, yo que había ido siempre bastante bien”, añade. Su madre envió una carta de denuncia de los hechos al obispo de Córdoba, que era Manuel Fernández-Conde. Según sostiene Mallol, no hubo contestación. Más tarde, dejó el colegio. “Para La Pepa, el castigo fue un traslado al colegio de La Salle de Tenerife”, concluye.
Jorge Gastón relata abusos en el colegio Montemolín de Zaragoza, donde estudió de 1965 a 1969. “Yo venía de Madrid, de un colegio seglar, normal, y aquello me impresionó mucho, las palizas eran continuas, era una atmósfera de terror. El cura que abusó de nosotros era el hermano Macario Villarroel, profesor de Matemáticas y Ciencias Naturales. Llegó en 1967, venía de otro colegio, y se fue hacia 1972 o 1973. Era un auténtico depredador. Todo el mundo sabía lo que hacía. Primero sacudía mucho, para ablandar la carne. Decía: ‘¿Cómo se tienen que hacer las cosas? ¡Con orden y limpieza!’. Y se ponía a sacudir. Luego te tocaba, en medio de la clase. Se acercaba a tu oído a chuparte, te recorría el pecho con las manos, te lamía. Se ponía fuera de sí. Solo en mi año éramos unos 90, en dos grupos, el A y el B, y él iba a por todos. Lo peor que te podía pasar era quedarte solo en el recreo y que te encontrara. Con algunos tenía fijación. Uno un día no se dejó y él se encabritó, le pegó un puñetazo en el estómago y cayó redondo. Al día siguiente no volvió, sus padres se lo llevaron”.