En situaciones de crisis como la que actualmente atravesamos, debemos como sociedad establecer el grado de responsabilidad personal y colectivo que nos incumbe asumir. De nuestra interacción y actitud solidaria desde la concepción del “Todos para uno y uno para todos”, surge el procurar el bien común como virtud y no como un mero compromiso transitorio.
Esa virtud no es ni caridad, ni beneficencia, ya que actúa como un disparador inmediato ante la necesidad del prójimo, sin esperar respuesta alguna más que la de su bienestar, tampoco es un acto de despojo ni de reconocimiento, es simplemente una conducta que responde a la ética y lo fraterno.
Me refiero a la ética y en especial a la Ética de la Solidaridad Social, porque es la que garantiza desde nuestro estado de conciencia la observación y modificación de reglas y conductas que no siempre se centran desinteresadamente en el bienestar general.
En un mundo progresivamente frío, deshumanizado, que predica la necesidad de una ética que no practica, con claros y agudos problemas de desigualdad y falta de cohesión social, es de fundamental importancia despertar en unos y potenciar en otros la conciencia de que no es posible construir una verdadera sociedad sin el proceso de concientización que la humanidad, es toda en su conjunto una gran familia cohabitando el mismo hogar.
Baruch Spinoza expresaba que la solidaridad constituye el instrumento que permite a los hombres vencer sus miedos e instintos naturales, y asociarse logrando vencer los recelos, la desconfianza, refrenando sus pasiones, que es lo que produce el enfrentamiento, adoptando una visión en la que es preponderante el respeto muto, el entendimiento recíproco, además de la fraternidad y la tolerancia. Gracias a la solidaridad, los hombres se unen y conjugan esfuerzos por el bien común.
De igual manera, el ejercicio de la solidaridad como una virtud implica que la comunidad debe considerar la necesidad de “educar” a personas solidarias, conocedoras de la importancia de su rol en la sociedad en la búsqueda del bien común.
Nuestro punto de partida es la fe no me refiero al concepto religioso de esta, sino la fe en nosotros mismos, como la describía Erich Fromm en la conciencia de la existencia de “un núcleo de nuestra personalidad que es inmutable y que persiste a través de nuestra vida” y que a la vez nos permite tener fe en los demás, al saber que tanto nosotros como ellos sentiremos y actuaremos en el futuro tal como ahora esperamos hacerlo.
Sergio Gentile Galli.
Miembro del Comité de Bioética del ILEC. Argentina