Un momento del montaje de La flauta mágica de Mozart en versión de Barrie Kosky en el Teatro Real. Foto: Javier del Real.
La maravillosa versión de Barrie Kosky de La flauta mágica en el Teatro Real seguramente habría hecho las delicias de Mozart, pues refleja a la perfección su defensa de un pensamiento más libre, justo y laico, de una energía positiva, frente a los cenutrios que, ayer y hoy, pretenden imponer sus mantos de oscurantismo sobre la sociedad. ¿No les suena muy actual?
En estos tiempos que corren de ‘pines parentales‘, de cuentas de redes sociales de partidos políticos radicales que se cierran por incitación directa al odio, de gruesos insultos en sedes parlamentarias, de políticos mintiendo sin reparo a la ciudadanía en prime time y beneficio propio, en estos tiempos de crispación y bronca entre las dos Españas, el regreso de La flauta mágica a Madrid en esta temporada 19/20 parece más pertinente que nunca. Como bien cuenta el director artístico del Teatro Real Joan Matabosch en su texto al programa de mano, con esta obra Mozart nos cuenta cómo “el sacerdote de Isis, Sarastro, conduce a la humanidad hacia la búsqueda de la verdad a lo largo de un proceso en que el hombre natural es invitado a convertirse en un hombre espiritual, en el que la razón, el amor, el coraje y la lealtad van a ocupar el lugar del instinto, el miedo, la tiranía y la sumisión“. En resumen, la extraordinaria simpatía que el genio de Salzburgo sentía por un pensamiento más laico, libre e igualitario que se abría camino en el último tercio del XVIII: el ‘Pensamiento Ilustrado‘. Ese que hoy en día parece que muchos quieran hacer desaparecer de Europa por medio de un propagandístico retroceso basado en la superstición, la venganza y el miedo.
Sería muy conveniente para aliviar el bronco clima político instalado en la España del Gobierno de coalición que sus señorías en pleno dejaran por un día sus escaños del Congreso y se sentaran una noche -de las once representaciones que todavía restan-, en una butaca del Real a disfrutar de esta maravillosa versión que lleva la firma del genial director de escena australiano Barrie Kosky. Escucharían sobre el escenario cosas como estas: «Si a todos los mentirosos les pusieran un candado como este en la boca, en vez de odio y calumnia, lo que habría sería amor y fraternidad“. Toda una sesión de adoctrinamiento en la libertad, la fraternidad y la justicia. Conceptos que tal vez les harían sonrojarse de vergüenza. O no. Ya sabemos lo complicado que es sacarle los colores al cemento armado. Los habrá que, cogiendo el rábano por las hojas, traten de tachar la obra de racista o machista sin pararse a pensar que las aristas del humor o los ganchos dramatúrgicos de hace 230 años no son los mismos que los de ahora. “Esa es la grandeza de Mozart, que sabe inyectarle a su fábula esa incómoda complejidad más allá de su firme convicción de que la verdad, el futuro y la redención de la humanidad pasan inexorablemente por los principios racionalistas y liberales del Aufklärung (la Ilustración)”, palabras de Joan Matabosch.
Al menos sus señorías disfrutarían como enanos, pues si Mozart echó mano del singspiel -un formato de teatro musical que alterna canto y declamación y resultaba mucho más accesible y divertido para el público general que la rígida ópera seria-, el visionario director artístico de la Komische Oper de Berlín e ideólogo de esta versión, Barrie Kosky, opta por el cine mudo, convirtiendo su propuesta en una mezcla irresistible de música, teatro e imagen que sin duda resultaría perfecta para introducir en el mundo de la ópera a cualquier profano y dejarle enamorado para siempre.
Cuenta Kosky que la idea se le ocurrió tras ver una obra de teatro de la compañía 1927, un grupo inglés que lleva más de dos décadas experimentando lo que sucede cuando se mezclan sobre un escenario la actuación, la música en vivo y la animación. Al final, su flauta mágica homenajea al mundo del cabaré berlinés de los años 20 y a estrellas del cine mudo como Buster Keaton, Louise Brooks o Rodolfo Valentino, y logra una agilidad admirable al suprimir todo el texto hablado por rótulos proyectados sobre el escenario, que, acompañados por un piano, consiguen tele-transportar al espectador a una sala de cine en la época aquella en la que las estrellas del celuloide no tenían que preocuparse por la calidad de su voz.
Mucha calidad vocal, sin embargo, fue la que pudo escucharse en la representación del pasado martes 21. Destacaron la Pamina interpretada por la soprano rusa Olga Peretyako y el Sarastro del bajo Rafal Siwek. El español Joan Martín-Royo le tiene cogida la medida perfecta a su Papageno -el barítono ya participó en este mismo montaje a principios de 2016 en el Teatro Real de Madrid, y también en Roma y Sidney-. No solo lo canta con técnica y soltura, además ofrece una interpretación teatral impecable. Un poco más rígido, en todos los sentidos, estuvo el Tamino de Paul Appleby. Cantó con gusto y afinación, pero falto de potencia durante toda la velada. La Reina de la Noche de Rocío Pérez convenció mucho más en su aria del primer acto que en la famosísima Der Hölle Rache kocht in meinem Herzen… del segundo, en la que tuvo algún problema de respiración. Sin embargo, el público la premió con una gran ovación. Adorables y afinadísimos los tres niños cantores de la Joven Orquesta de la Comunidad de Madrid en su papel de buenos espíritus.
Elena Copons, Gemma Coma-Alabert y Marie-Luise Dreßen bordan sus tres damas, y Mikeldi Atxalandabaso no puede estar mejor en el papel de Monostatos. Una mención especial para el coro del Teatro Real. Sobre todo en la emocionantísima aparición final con todos sus miembros repartidos a lo largo del escenario. Solo ellos y ellas cantando «¡Gloria a vosotros, iniciados! / Atravesasteis la noche. / ¡Gracias sean dadas a ti, Osiris, / y a ti, Isis! / ¡La fortaleza ha vencido / y en recompensa corona / a la belleza y a la sabiduría / con una corona eterna!”.