Cuando el papa Francisco dice que cualquier feminismo acaba siendo un machismo con faldas, o sea un machismo perpetrado por mujeres, resulta evidente que, tanto él como la mayoría de la jerarquía eclesiástica católica, no conocen a las mujeres, de tanto que las han relegado a papeles subordinados en la Iglesia y las quieren así, disminuidas, en la sociedad.
Al fin y al cabo, el Pontífice define el objetivo del feminismo (el movimiento social que busca la equiparación de derechos y libertades entre hombres y mujeres) utilizando como referente a los hombres (como ellos) que desprecian o maltratan a personas del otro género, o sea, machistas. Sin darse cuenta de ello, el Papa equipara un movimiento que trabaja en pro de los derechos humanos de las mujeres con una actitud de prepotencia que las maltrata. Aplaudo que finalmente hayan bajado la cabeza, pedido perdón y empiecen una depuración del clero que impunemente ha abusado sexualmente de criaturas, novicios y monjas. Sinceramente, me sabe muy mal el silencio cómplice mantenido durante décadas y la extensión de estas prácticas asquerosas en todo el mundo.
Dar más funciones a las mujeres dentro de la Iglesia no resolvería el problema, añade el Pontífice. Es decir, su planteamiento no arranca de pensar que se trata de una cuestión de equidad y de justicia que mujeres y hombres puedan desarrollar roles equiparables, sino que calcula qué utilidad se sacaría de ceder poder a las mujeres.
El Papa hace estas afirmaciones en una cumbre en el Vaticano sobre la pederastia, en la que interviene la experta en Derecho Canónico Linda Ghisoni, la primera mujer que ahí toma la palabra. Parecería que Francisco se excuse cuando asegura que no están entrando en un feminismo eclesiástico. ¡Lástima! Y lo remata añadiendo que la Iglesia debe incorporar el rol de una mujer femenina, esposa y madre. Supongo que para algunos sectores esta idea debe ser de una modernidad rompedora, pero a esta periodista, en pleno siglo XXI, le produce una profunda desazón. Las mujeres son lo que el Papa dice y mucho más, gracias a Dios.
Los jerarcas católicos viven las consecuencias de haber retorcido hasta la extenuación los conceptos de género y la sexualidad. Pero ahora, el poder de la represión se les ha escapado de sus sotanas.
Sílvia Cóppulo
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