Poco antes de Navidad, Ross Douthat, un escritor conservador y católico, autor de libros sobre la derecha estadounidense, el catolicismo y el papado, publicó en el New York Times una llamativa columna titulada ‘El regreso del paganismo’. En ella, explicaba que, en Estados Unidos, durante los últimos cincuenta años, cada vez más gente afirma no pertenecer a ninguna religión y ser «espiritual pero no religiosa». Al mismo tiempo, decía, más de un 40 por ciento de los estadounidenses respondió con un enfático “sí” cuando la encuestadora Gallup les preguntó si habían tenido “una experiencia religiosa profunda o un despertar religioso”. Douthat citaba además otro estudio que señalaba la importancia que los estadounidenses dan hoy en día a «la paz y el bienestar espirituales».
A partir de estos y otros datos, Douthat llegaba a la conclusión de que, en contra de lo que se dice en muchas ocasiones, la sociedad occidental moderna no es inherentemente laica, sino que “se puede hablar de una fragmentación y personalización de la cristiandad”. Y que se puede “describir a Estados Unidos como una nación de herejes cristianos, por así decirlo, en la que las iglesias tradicionales han sido suplantadas por gurús de la autoayuda y emprendedores espirituales y políticos”. Se trataría de una forma de religión que toma elementos de las viejas ortodoxias cristianas, pero deja de lado lo que es demasiado riguroso o ascético. Una forma de religión en la que la derecha adopta un evangelio del enriquecimiento y el nacionalismo y la izquierda un evangelio social sin elementos teológicos. Y eso, dice, podría considerarse como algo distinto ya del cristianismo, algo poscristiano. En definitiva: una forma de paganismo.
Douthat es un escritor interesantísimo (le agradezco a Daniel Capó que me lo diera a conocer), como puede verse, por ejemplo, en esta entrevista que le hacen en la revista jesuita America. Pero lo que me llamó la atención es en qué grado las ideas de Douthat –tan distinto a mí en todos los aspectos imaginables– coincidían con las mías, y hasta qué punto pensé en ellas durante la Navidad. En especial, en la noción de que la sociedad no es cada vez más laica, sino que está adoptando nuevas formas de religión que mezclan las antiguas creencias cristianas con elementos orientales, el consumismo, la moda, la expresión sexual, la identificación política y varias formas de nacionalismo. “Este paganismo –dice Douthat– no es materialista o ateo; deja espacio a la creencia en realidades espirituales y sobrenaturales. Incluso acepta la posibilidad de la existencia de una vida después de la muerte. Pero es deliberadamente agnóstico acerca de los asuntos finales, lo que nos espera más allá de este mundo, y es escéptico con la noción de que existe un ideal ascético, antimaterial, al que deberíamos aspirar. Considera, más bien, que el propósito de la religión y la espiritualidad es terapéutico, un medio para buscar la armonía con la naturaleza y la felicidad en la vida cotidiana, y a diferencia del ateísmo, insiste en que la vida cotidiana tiene un don y una forma divinos, significativos y no fruto del azar”.
Una religión a medida
Mi visión del paganismo contemporáneo es mucho más materialista que la de Douthat; a fin de cuentas, un ateo y un católico no pueden pensar exactamente igual en materia de religión. Pero su descripción, además de muy atractiva, me parece que también es válida para un país como España, donde aunque la religiosidad es muy distinta, comparte con Estados Unidos su naturaleza consumista, la polarización política y el bombardeo mediático sobre la identidad, la longevidad y el confort. En España, la vida pública puede parecer enormemente laica: los políticos no suelen hablar sobre sus creencias religiosas, existe una tolerancia relativamente grande en cuestiones sexuales y los creyentes apoyan más o menos en la misma proporción a las distintas opciones políticas. Pero a fin de cuentas, casi un 70 por ciento de los españoles se define como creyente (y un 66,2 por ciento de ellos, como católicos. Lo llamativo, claro, es que las creencias o actitudes de muchos de quienes se declaran católicos apenas tienen que ver con las enseñanzas de la Iglesia o los dogmas de la fe. Yo diría que también ellos configuran una religión a su medida: son, sin quererlo, un poco paganos.
Incluso yo, que la mayor parte del tiempo me siento completamente ajeno a toda forma de religiosidad y no creo en la existencia de nada sobrenatural, me sorprendo teniendo actitudes paganas. En casa no se venera ni se sigue un libro sagrado –como lo hacen los cristianos con la Biblia, los musulmanes con el Corán o los judíos con el Talmud–, pero la letra escrita ocupa un lugar desproporcionado, y no diré sagrado pero sí central, en nuestra vida. No bendecimos la mesa, pero nos recordamos con frecuencia lo afortunados que somos por no tener carencias materiales. No se nos ocurriría cumplir rituales impuestos o recomendados por ninguna observancia religiosa, pero lo cierto es que tenemos un montón de costumbres y rituales privados, porque para nosotros tienen un sentido; no uno trascendente, pero que ordena nuestra vida. No seguimos el calendario religioso, pero nuestro calendario está relativamente acompasado con la naturaleza –en la alimentación, las rutinas diarias–, con la vida social –las vacaciones y reuniones con amigos o familia– y la ordenación política de la comunidad –aunque eso está reforzado por mi profesión de periodista–. Nada de lo cual es religioso, pero si a la religión le quitamos el elemento sobrenatural, que es mucho quitar, puede que no sea más que esto: ordenar el tiempo y darle sentido.
No me gusta el concepto de “espiritualidad” y siempre que lo oigo tengo la sensación de que inmediatamente alguien me pedirá dinero a cambio de mi bienestar espiritual. Pero no creer en nada sobrenatural no es lo mismo que dejar de admitir que en la experiencia humana hay algo de misterio. Esto no es una negación del racionalismo ateo, pero sí el reconocimiento de que, por encima de la razón, está la experiencia: creo en las cosas que funcionan, no en las que cuadran en mi cabeza. Y ese empirismo me dice que los cristianos son hoy un poco más paganos que antes, y que los ateos nunca hemos sido del todo ajenos a la religión y nos parecemos un poco a los viejos paganos.
Ramón González Férriz
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