Con saludable ironía agradece Antonio San José a los obispos que le hayan abierto los ojos y alejado de la ignorancia por donde transitaba.
La abundancia de infantes que retozan en los parques, las listas de espera en parroquias y santuarios para formalizar los esponsales por el rito católico o los mesoneros que harán el agosto despachando convites de comunión son espejismos, señuelos con que los taimados socialistas han balizado España para enmascarar la terrible y doliente realidad de una Iglesia perseguida y una familia acosada por las feroces arremetidas del laicismo.
Yo también daré las gracias al episcopado hispano y al cardenalicio trío tridentino por abrir un melón bien jugoso. Llevados por su trasnochado integrismo y su obstinado empecinamiento para imponer su doctrina, los obispos han puesto en bandeja de las fuerzas progresistas una gran baza electoral.
Excesiva prudencia
Los socialistas, en un ejercicio de prudencia y excesiva cautela, han estado toda la legislatura poniendo la otra mejilla a una cúpula episcopal declarada en franca rebeldía frente al poder constitucional. Se veía venir que era algo insoportable y muchas gentes de progreso se preguntaban hasta dónde iba a llegar la resignación y los paños calientes del Gobierno. El PP, entre tanto, se beneficiaba de las soflamas y los disparates que deponían los iracundos eclesiásticos.
Ha llegado la hora
Así las cosas, y habiéndose pasado siete pueblos los obispos abriendo en la madrileña plaza de Colón la campaña electoral de la derecha, queda expedito el camino para declararnos, como ha escrito Savater, “racionalmente anticlericales”. No se trata de invocar a los viejos fantasmas del pasado –para eso ya están Rouco, Cañizares y García-Gasco-, pero ha llegado la hora de impulsar una sociedad donde la separación de poderes entre Iglesia y Estado sea una realidad, avanzándose por el camino del laicismo y eximiendo a Institución tan trasnochada y cerril de tanto trato ceremonioso y tanta concesión intolerable.
El estímulo
Hacía falta un estímulo movilizador de la campaña, un factor capaz de estimular el pulso de sectores progresistas y votantes desmotivados. La Conferencia Episcopal nos lo ha servido. Así las cosas, a cruzar el Rubicón y a quien Dios se la dé, San Pedro se la bendiga.