Hoy en día, el concepto Libertad de Cátedra o Libertad Académica emerge intensamente en el debate público. El cuestionamiento en torno a esta libertad es un fenómeno mundial y continuará siéndolo, pues se trata de una discusión necesaria y relevante para asegurar la libertad de expresión, de la cual dependen el desarrollo integral del espíritu humano, la perfección del conocimiento, y el porvenir de las naciones. Por ser ésta una señal de madurez cívica, la libertad académica es un derecho que debe ser protegido porque es desde allí, desde el mundo de las ideas, donde se construye nuestra realidad. Pero, para entender mejor la importancia de la libertad dentro del mundo académico, conviene mirar brevemente hacia el pasado y reconocer allí su importancia.
La “Akademia” de Atenas fundada por Platón, fue el lugar destinado a dar educación filosófica a los futuros gobernantes griegos. Persuadidos por la búsqueda conceptual y por la inquebrantable exigencia ética de Aristóteles, filósofos y pensadores debatían libremente sus ideas en búsqueda de la verdad. Esta praxis buscaba destruir la superstición, la superchería y el velo ilusorio de las cosas.
Por lo tanto, la academia platónica no era un lugar donde las ideas pudieran ser censuradas o rechazadas ad hominem, sino que era el espacio ideal para que “la verdad” convergiera en el epítome de la discusión como resultado del contenido lógico de la argumentación. Del mismo modo, en la Edad Media el ánima misma que dio vida a las universidades promovía la investigación para mejorar y crear conocimiento, la instrucción para transmitir este saber, y su divulgación para acumularlo y mantenerlo. Más adelante, en el siglo XVII René Descartes desarrolló el método científico, transformando para siempre la forma de entender la realidad, y poniendo en evidencia que sólo una mente en libertad puede allanar los secretos de la naturaleza, y encontrar “la verdad” objetiva más allá del dogma.
En oposición, hoy en día surge la posverdad que como define la Real Academia Española, es la “Distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales. Los demagogos son maestros de la posverdad.” Se trata de una “práctica” que no toma en cuenta la evidencia empírica y apela exclusivamente al sentimiento de las personas. Quienes ponen en práctica esta estrategia buscan (según la RAE) “ganarse con halagos el favor popular”. Generalmente, quienes buscan imponer sus verdades son incapaces de confrontar “libremente” sus ideas con las ideas de otros, ellos [los dueños de la verdad] suelen responder con violencia, sarcasmo y muchas veces ad hominem. ¿Pero qué ocurre en nuestros tiempos?
Para algunos [personas o grupos] la Libertad Académica no siempre es vista como algo deseable. Tomemos como ejemplo lo que ocurrió el año 2014 en Estados Unidos, cuando el diario estudiantil de la Universidad de Harvard, fundado en 1872, “The Harvard Crimson”, publicó un artículo escrito por Sandra Y.L. Korn, quien proponía “dejar de promover la Libertad Académica en favor de la justicia”. Para Korn, el mero cuestionamiento de ciertas ideas representa una incitación al odio. En su artículo, Korn proponía censurar [nada menos que en Harvard] cualquier investigación que intentase refutar o establecer parámetros objetivos a las creencias personales de ciertos grupos. No me cabe ninguna duda que ciertas ideas tienen una fuerte carga emocional y que generan susceptibilidades. Pero ¿es correcto comenzar a censurar estudios por temor al posible descredito de tales convicciones? ¿Quién decide lo que se puede o no investigar? ¿No se sintieron también atacados en su fe los inquisidores de Giordano Bruno? ¿Dejo él de perseguir su intuición y conciencia por la conmoción de quienes le juzgaron? ¿Son acaso los sentimientos de otros, el juez exclusivo que tiene la potestad de decidir sobre la conciencia de los hombres y sus intereses personales? Porque, si justicia quiere decir censurar las opiniones de otros por temor a lastimar sus sentimientos, entonces también sería un acto de justicia arremeter contra alguien que piensa distinto, entendiéndolo como un acto reparatorio, pero en ese momento habremos vuelto a la época de las cavernas. La Libertad Académica y la Libertad de Expresión existen justamente para protegernos de tiranías intelectuales que quieren imponernos cómo pensar, qué creer, inclusive cómo ser felices, pero como Benjamin Constant dijo alguna vez “asumiremos la responsabilidad de ser felices por nosotros mismos” mientras los demás se mantengan dentro de sus límites. Llegados a este punto, es tiempo de preguntarnos ¿Cuáles conductas van en contra de la Libertad Académica? Veamos.
Por su naturaleza sutil, la Libertad Académica requiere de ciertos códigos de conducta o de cierta ética personal. Como una ley no escrita, para existir, tiene que ser ejercitada deliberadamente por personas involucradas en el mundo académico.
Obligaciones tales como integridad intelectual, altos estándares de investigación y el respeto por la profesión docente y el alumnado, son ejemplos de aquellas obligaciones.
Grupos de interés presionando e interfiriendo en investigaciones pueden llegar a causar un daño muy grande, no solo a la credibilidad de las universidades, si no a la sociedad misma. Por ejemplo, ¿Cuántas décadas pasaron antes de que las tabacaleras sinceraran las nocivas consecuencias del cigarrillo en el organismo de los consumidores? En Chile conocimos el escándalo de algunas universidades que recibieron donaciones de compañías tabacaleras en el 2013. Pero esta vergüenza no fue más que la punta del iceberg de una práctica habitual llevada a cabo por compañías privadas sobre las universidades. Noam Chomsky, profesor emérito de lingüística del MIT, acusó en una de sus clases sobre Libertad Académica cómo en Estados Unidos, durante los años 60, compañías privadas realizaron intensas presiones sobre las universidades para evitar nuevas investigaciones que expusieran los riesgos del tabaco. Se trata de una práctica universal, que interfiere con las investigaciones, poniendo una carga emocional sobre el investigador que erosiona sus esfuerzos, le hacen rendirse antes de comenzar, frustrarse, o lo que es peor, conformarse. Por último, otro actor que coarta la Libertad Académica, que lo hace tratando de evitar cualquier enfrentamiento con ciertos bloques, minorías o sectores políticos, es el de los administradores y directivos de centros de estudio, los cuales imponen limitaciones a sus investigadores y alumnos, temiendo que alguno de esos grupos pueda boicotear actividades universitarias, charlas, o iniciar protestas o disturbios que puedan generar confusión y alarma entre sus alumnos y profesores.
En conclusión, cuando nos referimos a Libertad Académica estamos hablando de ejercitar la tolerancia y permitir el desarrollo del conocimiento por medio del pensamiento crítico a través del debate de las ideas. Por otra parte, desafiar las ideas de otros no debería ser considerado como un síntoma de intolerancia, sino que de inquietud intelectual. Finalmente, al igual que un cuadro cubista, no hay tal cosa como mi verdad, sino que aquella verdad que puedo ver desde mi particular posición.
Francisco Villarroel
Profesor de violín, licenciado en la Universidad de Chile
Estudios de posgrado en la Escuela Moderna de Música y en Texas Tech University School of Music (EE.UU.)