En Gorrontz-Olano toca misa el último domingo de cada mes. O más bien tocaba. Ya no se celebra porque los vecinos de este pequeño concejo del Valle de Ultzama han bloqueado el acceso a la iglesia. Junto a las tres tablas cruzadas y fijadas con clavos a la puerta todavía se distinguen restos de pintura roja y un mensaje que da pistas sobre los motivos: “Obispo, al Concejo no se engaña”. Los vecinos se refieren a un convenio entre el Arzobispado y el Concejo que, dicen, no ha sido respetado. Según este acuerdo, la Iglesia cedía al pueblo la antigua sacristía y a cambio el pueblo adecentaba el atrio de la iglesia. Ni lo uno ni lo otro.
“Hay gente que pregunta, ¿qué pasa que no hay misa en Gorrontz? ¿Qué habéis hecho? Los vecinos han clavado unas maderas en la puerta para que no se entre. Así de claro”, dice Pedro Miguel Iraizoz, uno de los 30 habitantes del lugar. “La han cerrado como protesta. Aquí ya no entra ni San Pedro. A ver si así se dan cuenta de que no estamos para nada de acuerdo con su decisión”, explica por su parte José Luis Ostiz, presidente del Concejo, que alude directamente al Arzobispado. Solo les queda el derecho a la pataleta porque son conscientes de que “legalmente no tenemos nada que hacer”, lamenta.
CRONOLOGÍA DE UN ENFADO Aunque el cierre de la iglesia se produjo en septiembre, la historia de este enfado por acumulación arranca mucho antes. Lo hace, como tantas otras historias en la Comunidad Foral, con una inmatriculación (solo en Navarra se han detectado 1.087 entre 1998 y 2007). El Arzobispado, que ha preferido mantenerse al margen de esta polémica y no hacer declaraciones, seautoadjudicó la casa del cura contigua a la iglesia de Gorrontz. Es un esbelto edificio de gran porte con tres plantas más buhardilla que en el catastro del Ayuntamiento figura como propiedad del Concejo. Sin embargo no había pasado por el registro de la propiedad, descuido que la Iglesia no pasó por alto. “Era la única casa del valle que estaba catastrada del concejo”, argumenta José Ignacio Ostiz. “Si hubiesen avisado a los concejos, oye, esto hay que pasarlo por el registro de la propiedad para que conste. Pues hubiésemos ido tranquilamente y ahora sería la casa del Concejo”, añade su primo José Luis. Primer desencuentro.
Ya con el inmueble en su poder, la Iglesia lo puso en el mercado y lo vendió por el 20% del valor de tasación. “El precio que ellos tasaron para vender era de 96.000 euros. Se les dijo que antes de hacer nada, si había algún vecino del pueblo interesado, mejor. Pero de un día para otro el cura nos llama a una reunión y ante la sorpresa de todos nos dice que se ha vendido en 18.000 euros”, apunta Pedro Miguel. “Si derribas la casa, solo las piedras y la madera ya valen ese dinero”, se queja José Ignacio. “Fíjate qué casoplón por cuatro perras”, continúa José Luis. De aquella venta a una persona ajena al pueblo hará aproximadamente cuatro años, fecha del segundo y penúltimo mosqueo en el Concejo.
El último enfado, el que ha desembocado en el cierre de la iglesia, viene a cuenta de que el Arzobispado reniega del acuerdo con el Concejo por el que se comprometía a ceder la antigua sacristía, un pequeño cuartucho de no más de 20 metros cuadrados, para uso del pueblo como archivo y almacén, ya que no tienen otro local para estos menesteres. Para acceder a la antigua sacristía (pegada a la fachada de la casa vendida) los vecinos querían abrir una puerta en la propia fachada. A cambio de esta cesión el Concejo iba a arreglar el atrio, porque los 18.000 euros de la venta dieron solo para el tejado de la iglesia y su pintura. “Y nos dijeron que de maravilla. Pedí presupuestos, saqué la licencia de obras… todo perfecto”, pensaba entonces José Luis.
LA GOTA QUE COLMA EL VASO “Llegó la otoñada pasada y pensamos, antes de empezar con nada vamos a hacer ya las escrituras y a formalizar este acuerdo”, cuenta el presidente del Concejo. “Le dije al cura que ya teníamos las escrituras de la habitación y tiempo para empezar con los arreglos. Y me respondió que había cambiado todo aquello que nos prometieron. Ni permuta ni venta. Fue la gran sorpresa”, explica José Luis. Fue la gota que colmó el vaso. “Al romper el acuerdo nos hemos quedado con una cara de tontos impresionante. ¿¡Se han chuleado delante de todo el pueblo y ahora esto!?”, describe entre enfadado e incrédulo Pedro Miguel.
La negativa del cura respondía a criterios legales. El acuerdo de cesión se materializó con un contrato entre el Concejo y el Arzobispado firmado el 22 de julio de 2015. Y en el texto se introdujo una cláusula, a la que los vecinos no prestaron atención (y la Iglesia sí) que obligaba al Concejo a terminar las obras antes de 3 meses desde la firma del documento. Es decir, el 22 de octubre de 2015. Ahora los vecinos tienen claro que este plazo tan corto lo puso el Arzobispado con la seguridad de que el Concejo no iba a cumplir por despiste. Entre otras cosas, porque de existir buena fe en la firma hubiera bastado un telefonazo con un simple “oye, acordaos de que tenéis que arreglar esto, que se os va a pasar el plazo”, para solucionar el asunto.
¿BUENA O MALA FE? Entonces, si a la parroquia no le interesaba el acuerdo, ¿por qué lo suscribió? A toro pasado y visto lo visto, los vecinos sospechan que la Iglesia, con ese acuerdo, conseguía el reconocimiento de la titularidad del inmueble por parte del Concejo. Era su interés principal. Y si de paso la cosa le salía bien, como así ha sucedido, tampoco tendría que ceder la sacristía vieja. Un buen plan. Además al final los vecinos terminarán por arreglar el atrio porque sí, como vienen haciendo con la iglesia en los últimos años (suelos, goteras, tejas, limpieza, etc…).
Pero al Concejo le queda un resquicio de esperanza. De la misma forma que el Arzobispado rompió el acuerdo en base a una cláusula, también podría retomarlo aplicando otra y demostrar así que no actúa con mala fe. En Gorrontz, por la cuenta que les trae, ahora prestan más atención a las cláusulas del documento. La 8.1 dice que “la falta de cumplimiento de las obligaciones que en las estipulaciones anteriores dará opción, al que hubiere cumplido con las que le atañen, o bien a dar por resuelto el presente contrato (lo que el Arzobispado quiere hacer), con la indemnización que legalmente corresponda o bien a exigir su cumplimiento (lo que podría hacer)”.
La pelota está en el tejado del Arzobispado, que puede zanjar la polémica de forma sencilla. Mientras tanto, a la espera de acontecimientos, la puerta de la iglesia seguirá cerrada. En Gorrontz no hay misa.