Pienso a menudo en la cuestión de las mujeres cubiertas con pañuelos y similares. Vivo en un barrio de inmigrantes (¿se puede decir así o resulta discriminatorio/vejatorio?), trabajo en un barrio de inmigrantes, el Raval barcelonés, y las veo a diario, a las que caminan sumisas tres pasos por detrás de sus maridos y a las que no.
Quienes defienden las veladuras argumentan:
-Las mujeres quieren vestir así, somos nosotros los que construimos la imposición.
-Se trata de una seña de identidad, semejante al hecho de no llevarlo nosotras cuando vamos a sus países.
-Tienen derecho a defender sus creencias.
-La oposición tiene que ver con el miedo al otro, a la diferencia.
-Prohibirlo es una falta de respeto a la libertad individual y un ataque a la diversidad.
Quienes las atacan replican:
-Es un símbolo machista de dominación.
-Forma parte de una estrategia de ocultación de la feminidad y un recorte a la libertad de la mujer.
-Supone una falta de respeto a las libertades de las mujeres y por las que todos hemos peleado.
-Es una agresión contra el carácter aconfesional de España.
Dicho esto, y puntualizando que no hablo del burka, cuyo uso es tan anecdótico en nuestra sociedad que su regulación responde sólo a las ganas de tocar la pera, voy: A mí no me gustan las mujeres tapadas, pero quiero defender mi derecho a dudar en este punto.
Hablemos del pañuelo. Es una cuestión que me resulta dificilísima.
Mi primera reacción es clara: No puedo evitar ligar el pañuelo de las mujeres a todo el resto de veladuras musulmanas, y tampoco puedo evitar ligarlo a una religión machista, discriminadora y brutal. Como todas. No puedo evitar pensar en el origen de los sayos anchos sobre los vaqueros, de las túnicas, del cabello cubierto… Todo en ello me remite a la vergüenza del cuerpo, al castigo, y aquí todos vestimos como nos da la gana. En fin, casi como nos da la gana.
Sin borrar lo anterior, que lo llevo cosido, se me plantan delante las costumbres de unas gentes emigradas, señas de identidad, reivindicación de orígenes, la forma en la que no nos planteamos las indumentarias de otras hembras, el sari las indias, los coloridos turbantes y túnicas de las africanas, y la soltura con la que vivimos en un estado que apuesta por la religión católica y la hace suya sin pudor.
La indumentaria es cultura, educación. La indumentaria es doma y su contrario, rebeldía. Mis vaqueros, escotes, biquinis y minifaldas son fruto de una rebeldía que otros protagonizaron hace nada. Pero ¿qué es el pañuelo en sus cabezas? ¿Es doma o rebeldía?
Su origen está situado en lo religioso y la represión, y ahí nace mi asco. Pero el pañuelo aquí, y no sólo aquí, va más allá y es un símbolo que liga a algunas mujeres con su identidad y algún tipo de reivindicación, y ahí surge mi duda.
En cuanto a prohibir el burka, esa anécdota, en la calle, lo único que consigue es condenar a las mujeres que lo visten a permanecer encerradas en sus casas. ¿O alguien cree que a esa señora obligada, OBLIGADA, a andar cubierta de pies a cabeza se le va a permitir descubrirse porque lo mande una ley del infiel?