Más allá de las críticas al contenido de la NOM 046, salta la incesante insistencia de que no se le debe creer a una mujer o a una niña que aseguran que su estado de embarazo proviene de una violación sexual, que su palabra no es suficiente para hacer uso de su derecho a un aborto seguro.
Quizás las siguientes críticas y reflexiones lleguen tarde. Confieso que recientemente tuve conocimiento de videos que contienen algunas de las muchas declaraciones que han hecho los grupos antiaborto que resultan ofensivas para mujeres y niñas. En una conferencia de prensa realizada en mayo de este año, el obispo de Aguascalientes hace una crítica a la NOM 046 desde los intereses que conserva la institución eclesiástica a la que pertenece. Esta norma, en suma, es emitida por el Poder Ejecutivo y contiene los criterios de prevención y atención a la violencia familiar y sexual contra niñas y mujeres que deben atender las autoridades de salud.
Más allá de las críticas al contenido de la NOM que se expresan mediante la conferencia de prensa mencionada, me salta la incesante insistencia que no se le debe creer a una mujer o a una niña que aseguran que su estado de embarazo proviene de una violación sexual. Uno de los problemas parece ser que la sola palabra de mujeres menores de edad “sería la única palabra para legalizar el aborto”. En este sentido, la palabra de las mujeres no es suficiente para hacer uso de su derecho a un aborto seguro. Como consecuencia, sólo son titulares de este derecho una vez que se hace un filtro sobre la veracidad de su violación. Parecería que hay que asegurarse que realmente no disfrutaron en lo absoluto de la actividad sexual, quizás así sean meritorias de recibir la debida atención a su salud reproductiva después de sufrir sexo no consensuado. ¿Podrá una niña de doce años tener el discernimiento para decidir que es lo mejor para ella?, se pregunta el obispo durante la conferencia de prensa. Se puede afirmar con seguridad que cualquier mujer adolescente –yo lo fui alguna vez– tiene la capacidad para decidir por ella misma que no quiere llevar a término un embarazo que es consecuencia de una violación sexual.
Detrás de la desconfianza persistente a las necesidades que expresan las mujeres sobre su cuerpo, subyace la creencia que las mujeres no son agentes competentes. La cultura de la vida que han logrado promover los grupos conservadores, como una identidad colectiva, ha generado la suficiente hostilidad para que quien hable del aborto, lo deba hacer desde la culpa, la vergüenza o la disculpa. Bajo esta cultura, cualquier defensa al aborto es un asalto a la vida, una amenaza a la familia y una adscripción a una noción negativa del embarazo y de la maternidad. Sin embargo, los contextos bajo los cuales el embarazo se enmarca de manera negativa, como sucede cuando se esteriliza de manera forzada a las mujeres de proveniencia pobre y étnica, por ejemplo, o cuando alguna mujer que es empleada se embaraza y es despedida, no presentan la misma molestia para los grupos que se oponen al aborto. Es decir, se promueve la maternidad a toda costa, salvo en los casos en que se controla la maternidad que es pobre, indígena, o que se ejerce con una discapacidad física o psicosocial (por mencionar algunas); tampoco se incursiona en la defensa por la igualdad de las mujeres que se encuentran en estado de embarazo.
Durante la misma conferencia de prensa se manifiesta que la interrupción voluntaria del embarazo sólo es un eufemismo para “el aborto” que es “el asesinato de un inocente”. Esto lo hemos escuchado una y otra vez, no obstante. Lo que me exalta en cada una de las declaraciones (además del peligro de igualarlo con el asesinato) es que ninguna de las figuras que representan el movimiento antiaborto han pagado el precio –traducido en la crítica social– por estigmatizar el aborto. Con demasiada frecuencia escuchamos en sus discursos que el aborto es un evento traumatizante para la salud física y mental de las niñas y mujeres, algo de lo que difícilmente pueden recuperarse. Jamás se hacen notar los riesgos que conlleva el embarazo, especialmente para adolescentes y niñas, así como los efectos secundarios psicológicos que puede ocasionar, como la depresión posparto (un fenómeno bastante invisibilizado por quienes glorifican la maternidad). Así, el mensaje social más amplio, no sólo de los grupos conservadores, es que el embarazo siempre es una experiencia positiva para las mujeres y el aborto una dañina. No sugiero tampoco una construcción puramente negativa del embarazo, sino proponer un entendimiento subversivo del embarazo que no lo celebra aún cuando éste es indeseado o representa un daño, o un riesgo para las mujeres.
A pesar de los enormes obstáculos que se enfrentan para acceder al aborto por violación –en parte por el estigma cultivado por los mensajes y declaraciones como las anteriormente mencionadas–, cada una de las entidades federativas de nuestro país prevé en sus Códigos Penales la posibilidad de que las mujeres interrumpan su embarazo cuando éste resulta de una violación (con sus respectivas limitaciones y condiciones). En su ensayo Cuando el embarazo es una lesión: violación, derecho y cultura[1], Khiara Bridges estudia las razones por las que social y legalmente el aborto es aceptable en casos de violación sexual: el embarazo es una lesión adicional de la violación, y el aborto es una vía de sanación. En este sentido, el aborto deja de ser un proceso que genera angustia y remordimiento, sino que se convierte en una elección legítima que, además, es curativa. Sin embargo, afirma que, aunque el dolor puede ser cualitativamente distinto en los casos de violación, el dolor existe aún cuando un embarazo no deseado proviene de relaciones consensuadas. Afirmar, entonces, que los embarazos que son resultado de la violación sexual son distintos que los que provienen de una relación sexual consentida, privilegia y prima, en todo caso, los actos del hombre a las experiencias de las mujeres. En ambos casos, las mujeres pueden sufrir el embarazo como una lesión y la falta de reconocimiento de estas experiencias, simplemente, otorga un significado preferente a los actos de un hombre que forzó a una mujer a tener sexo.
La narrativa sobre las experiencias de las mujeres se olvida en los discursos antiaborto, como también se niega el significado que tiene el embarazo para las mujeres que lo viven. La experiencia del embarazo puede ser agria, dulce o agridulce, en palabras de Bridges, pero, únicamente, pueden y deben decidirlo las mujeres que lo viven.
P.D. Dato curioso: cuando se hace referencia a la vida intrauterina en los videos, la referencia es siempre en masculino. ¿Será que se protege al producto hasta que se sabe que es mujer… o gay?
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* Jimena Suárez obtuvo la Licenciatura en Derecho del Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM) y la Maestría en Derecho de la Universidad de California, Berkeley. Actualmente es Coordinadora del Proyecto de Investigación del Área de Derechos Sexuales y Reproductivos del Programa de Derecho a la Salud del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE).
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[1] Traducción propia: Khiara M. Bridges, “When pregnancy is an injury: rape, law, and culture”, Boston Univ. School of Law, Public Law Research Paper 13-7 (2013): 457.