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Velos y burkas. Cárceles de tela

La periodista y politóloga francesa Caroline Fourest está comprometida, desde los años noventa, con la lucha contra el velo musulmán en Francia. Su acalorada cruzada particular la ha convertido en un icono nacional de la defensa del laicismo y las libertades; y ello porque dedica su actividad periodística y personal a difundir las razones que la llevan a considerar el velo, el niqab y el burka como un grave peligro para las democracias.

Este tema de debate social, que en Francia lleva años en el candelero, en España empieza ya a ser un problema de ciertos tintes preocupantes. Pero, mientras que Francia es un país laico y posee una Ley (la llamada Ley de 1905) que estipula la separación de Iglesias y Estado, España es un país claramente confesional en la práctica, en el que, en base a los Concordatos de 1953 y 1979, el Estado está vinculado estrechamente a la confesión católica, que goza de desproporcionados privilegios y beneficios, y ostenta, como está a la vista de todos, un enorme poder.

Simbología católica pero no musulmana
En Francia el debate se centra, por tanto, en la defensa general del laicismo, y en España, por el contrario, se encuadra, para un amplio sector social, en el rechazo a la simbología musulmana a favor de la católica. Mientras los franceses rechazan cualquier símbolo religioso como transmisor de connotaciones de irracionalidad y fanatismo, los españoles nos encontramos ante la contradictoria paradoja del rechazo a los iconos religiosos ajenos y la defensa de la exclusividad de los propios.

Cárceles de tela
Sin embargo, centrándonos en el problema de fondo, la realidad es que velos, niqabs, burkas y cualquier otra indumentaria que cubra el cuerpo femenino por imposición religiosa son una “cárcel de tela” que implica el rechazo a la dignidad de la mujer. Son un símbolo de integrismo religioso que pretende mostrar la vergüenza, la sensación de culpa y el intolerable sometimiento del género femenino a los mandatos de un supuesto dios que la considera un ser no sólo inferior, sino además despreciable.

Elementos integristas de control y sumisión
El velo o el burka no son simples e inofensivos elementos culturales, son elementos integristas de control, de sometimiento y de proselitismo de la indignidad femenina. Aceptar estos elementos propios de fanatismos religiosos presupone darle espacio a concepciones del mundo arcaicas, antidemocráticas y totalitarias. Introducirlos en sociedades ya democratizadas y secularizadas implica un peligroso retroceso en lo que concierne a los derechos y libertades de la mujer, así como a su posición en la sociedad y en el mundo; e implica igualmente un plus de simbolismo integrista que para nada beneficia a una sociedad que pretende avanzar por los caminos del respeto a la dignidad de todo ser humano.

Inconveniencia de simbología religiosa en espacios públicos
Sin embargo, el problema no es el uso del velo islámico; el debate profundo sería la inconveniencia de cualquier símbolo religioso en los espacios públicos de cualquier sociedad que se pretenda democrática. Toda simbología religiosa conlleva en su propia semántica una gran carga de intolerancia y radicalismo, puesto que cualquier organización que considera a su dios como el verdadero y a los otros como falsos, a la vez que le erige como el tótem ideológico del mundo, comporta un germen peligroso de irracionalidad y fanatismo.

El caso del colegio de Pozuelo
Centrándonos en el tema concreto de la niña del colegio de Pozuelo, difícil debate si se considera su libertad personal como digna de todo respeto. Probablemente la niña en cuestión, con unas clases de tolerancia y democratismo (Epc) llegaría a comprender el significado real de su velo y entendería que su libertad individual, aun siendo defendible en su ámbito privado, no está por encima del respeto al laicismo en los ámbitos públicos. La cuestión es que esa niña sea tratada en absoluta igualdad de condiciones y no sea discriminada en aspecto alguno por pertenecer a otra religión. Ella no tiene culpa de haber sido adoctrinada en una ideología que la relega a la vergüenza y a una absurda idea de pecado.

La hipocresía de la derecha
Asombra observar, por otra parte, el cinismo y la viga en el ojo de la derecha que, haciendo gala de su acostumbrado oportunismo, defiende a ultranza el hecho religioso para unas causas y lo critica, según su conveniencia, para otras; una derecha que se escandaliza ante el velo musulmán como un símbolo discriminatorio, olvidando que esos mismos velos los siguen llevando impositivamente algunas mujeres católicas, y eran la norma para todas las españolas hace sólo unas pocas décadas. Una derecha que no percibe que la anulación de lo femenino es algo común a toda religión, no sólo a la islámica.

Un mundo sin integrismos religiosos
Lo deseable, en cualquier caso, sería que, ni en España ni en ningún otro lugar del mundo, ninguna mujer sea sometida a la ridícula idea de tapar su cuerpo o su cara para agradar a su dios misógino. Lo ideal sería que este arduo tema se debatiera desde la racionalidad y el respeto a los valores laicos y democráticos. Lo deseable sería vivir en un mundo en el que no existiera integrismo alguno, en el que ningún dios constriñera las libertades naturales humanas, en el que ningún pueblo ni cultura entrara en conflicto con otros por temas religiosos, en el que la fraternidad entre los hombres estuviera por encima de cualquier secta o religión.

Coral Bravo es Doctora en Filología y miembro de Europa Laica

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