Somos una sociedad muy particular, lo que no quiere decir que seamos mejores que otras. Hemos tenido momentos de esplendor, pero también de horror, como lo fue la última dictadura. Lo trascendente es saber identificar cual es la herramienta básica que hemos construido con el paso del tiempo, para sentirnos orgullosos de lo que somos.
José Artigas fue uno de los directores de obra de todo un proceso ideológico y cultural que llega hasta hoy, donde independentistas como Simón Bolívar y San Martín jamás cuestionaron a la monarquía, ni se plantearon el problema de la propiedad de la tierra.
Pero aquel grito de justicia social no se estancó con aquellos actores, sino que contó con el pensamiento de José Pedro Varela, que pasó a ser el Reformador de la escuela pública. Si Varela tuvo en Sarmiento su guía espiritual, Uruguay recibió el aliento y la influencia de la masonería, del amplio espectro liberal y de las distintas expresiones del marxismo.
A los pocos días de regresar de una visita a Estados Unidos, José Pedro Varela pronunció una conferencia memorable en los salones del Instituto de Instrucción Pública, el 18 de setiembre de 1868. Estas fueron sus primeras palabras: “La educación, en verdad, es lo que nos falta; pero, una educación para todos, sin distinción de clases, para iluminar la conciencia oscurecida del pueblo; una educación que nos permite formar al niño para ser hombre y al hombre para ser ciudadano”. Y agregaba, después, dirigiéndose a los jóvenes como él: “Hace mucho tiempo que hablamos, ¿cuándo empezaremos a actuar?”.
De inmediato, como consecuencia de esas palabras, se fundó una sociedad civil para buscar soluciones pacíficas a la República. Así nació la Sociedad de Amigos de la Educación Popular. Su primer presidente fue el Dr. Elbio Fernández; José Pedro Varela y Carlos M. Ramírez eran los Secretarios. En su mayoría fue un grupo de jóvenes. Varela tenía 23 años; Juan Carlos Blanco tenía 20 años; Ramírez, 21; Vázquez Acevedo, 24; Elbio Fernández, 26, era el mayor del grupo. Algunos murieron muy jóvenes, como Elbio Fernández, que muere al año siguiente.
Nuestro Estado es laico, pero también lo es nuestra sociedad. Gracias a ello los fieles del Vaticano no son perseguidos, pero tampoco lo son los ateos y los agnósticos, lo que nos permite construir entre todos una sociedad de entendimiento y de convivencia. Por todo esto hay que saber que si se debilitara nuestra escuela laica, se estaría abriendo paso a la intolerancia. Y eso no lo queremos, más cuando en este país hay una fuerza política que integra a católicos y ateos.