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Una República laica

Hace dos días, los diputados federales deliberamos, votamos y modificamos uno de los artículos ancla de la Constitución, el artículo 40, que contiene los componentes del Estado mexicano.La reforma consiste en adicionar el adjetivo de laica a los ya existentes de (República) representativa democrática y federal, como la definieron los constituyentes de 1917.

La reforma es, a la par, sencilla y relevante.

Con el intento de la reforma, se trata de reafirmar en nuestro país uno de los principios y valores clave que deben caracterizar a las sociedades modernas: el laicismo, que México adoptó desde 1860, con la promulgación de la Ley sobre libertad de cultos, impulsada por Benito Juárez, y que en los últimos años se ha visto amenazado por gobiernos y congresos locales panistas y priistas que, azuzados por altas jerarquías religiosas, han llevado a cabo reformas a sus legislaciones en contra, principalmente, de los derechos de las mujeres.

El propósito central de la reforma recién conseguida en la Cámara de Diputados es reafirmar que el Estado debe ser totalmente neutral ante la creciente pluralidad religiosa de los mexicanos, de los ateos y los agnósticos, y que debe encargarse de preservar la autonomía y la separación del ámbito de las conciencias, de la autoridad civil.

El Estado laico no tiene religión alguna: considera que todas las creencias son expresión íntima de la conciencia de las personas, son iguales y tienen los mismos derechos y obligaciones.

El laicismo, lejos de ser enemigo de la religión, en su imparcialidad garantiza el libre ejercicio de todos los cultos religiosos; salvaguarda, además, la tolerancia, la no discriminación hacia las personas en razón de sus creencias religiosas y la separación y autonomía entre lo político y lo religioso.

Por ello, hay que desterrar la concepción decimonónica, tan difundida y equivocada, de que el Estado laico es un Estado contra Dios.

Con razón el pensador y político católico español Ángel Ossorio manifestó: “El Estado laico no está enfadado con Cristo ni con Alá. Ni con Confucio. Sencillamente no los conoce. Cosa que puede hacer con muy buenos modos y con gran consideración para los devotos respectivos”.

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