Filosofía y feminismo son los pilares fundamentales de su vida. Polemista, rebelde y peleona, la filósofa Amelia Valcárcel está en contra del velo de las mujeres islámicas y defiende la laicidad como valor básico de Occidente. Reivindica una nueva ética política y su derecho a ser mala.
Cuenta Amelia Valcárcel que cuando, en 1971, se instaló en un colegio mayor de Oviedo para estudiar la especialidad de filosofía, mientras sus compañeras tenían colgados en las paredes de las habitaciones pósters de artistas, ella tenía el artículo 19 de la Declaración Universal de Derechos Humanos (“todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión”). Todas las semanas se lo arrancaban de la pared, y ella, en un pulso con la dirección, lo volvía a colocar. Cada vez más grande. Hasta que la dirección prohibió a todo el colegio pegar carteles o papeles en las paredes… Finalmente la expulsaron del colegio. Es sólo una anécdota, pero que dice mucho del carácter peleón, ya desde jovencita, de esta madrileña y de la fuerza con que suele defender sus ideas.
Polemista, políticamente incorrecta, reivindicadora del derecho a ser mala, Amelia Valcárcel y Bernaldo de Quirós tiene las ideas muy claras, sustentadas en el buen conocimiento y uso de la filosofía, y una lengua afilada, aunque sus palabras salen envueltas en el terciopelo de una voz cálida y formas suaves. Tiene fama de ser una dialéctica peligrosa y una mujer valiente para exponer sus puntos de vista por atrevidos que sean. Véase una muestra en referencia a curas e imanes: “Señores de avanzada edad, con aficiones a llevar faldas largas de colores y muchas cosas en la cabeza, a los que no se les puede dejar juntos diciendo cosas”.
Catedrática de Filosofía Moral y Política de la UNED y, desde agosto, segunda mujer miembro del Consejo de Estado –tras Josefina Gómez Mendoza–, patrona del Museo del Prado y Biblioteca Nacional, y jurado de los Premios Príncipe de Asturias, Valcárcel es autora de diversos libros relacionados con filosofía y ética (Hegel y la ética, Sexo y filosofía, Del miedo a la igualdad; el último, Ética para un mundo global), además de una conocida conferenciante y articulista. Actividades tan múltiples y variadas que llevan a pensar si Valcárcel gozará del don de la ubicuidad para poder llegar a tantas cosas, o, a sus 56 años, esta filósofa, casada con filósofo y madre de otra filósofa, es lo que los estadounidenses llaman una workaholic (una adicta al trabajo).
Con el pelo recogido en un moño bajo, largas uñas pintadas de rosa, y un sobrio conjunto negro, eso sí de escote generoso, Valcárcel se mueve como pez en el agua por los decimonónicos salones del madrileño hotel Ritz, entre mullidas alfombras y teteras de plata. Posa una y otra vez, ante las peticiones de la fotógrafa, sin quejarse y con una exquisita educación, en un día que no ha sido fácil para ella. Por la mañana ha cogido un avión de Oviedo a Bilbao para tomar parte en un acto feminista; luego, otro a Madrid –un vuelo accidentado por las turbulencias– para asistir a una reunión del Patronato del Prado, visitar las obras del museo y una exposición de pintura, seguida de un cóctel, y, por último, realizar esta entrevista pasadas las ocho de la tarde. Sin duda está cansada, pero no lo aparenta.
Una actitud a la que puede que no sea ajeno el último infarto de miocardio que sufrió hace un año, cuando los médicos le descubrieron que era el tercero de su vida. Notó los síntomas en plena clase de filosofía en la Universidad de Oviedo, y, mientras el bedel avisaba a una ambulancia, Valcárcel permaneció veinte minutos sentada en la mesa manteniendo el tipo, en medio de un silencio expectante y frente a unos alumnos que se negaron a abandonarla.
¿Se preguntaba ya desde niña el porqué de las cosas?
Sí, pero de alguna manera nos llevaba a ello la educación. La cultura religiosa nos obliga a preguntarnos el porqué de las cosas, luego nos da respuestas para someterlas a examen pero te pone en esa tesitura. A mí me gustaba mucho leer, tanto que estuve a punto de provocar dos incendios porque había que apagar la luz por la noche, y yo compraba en secreto velas para continuar leyendo, me dormía y, claro, podía acabar fatal… Pero cuando leí por primera vez algo de filosofía me quedé totalmente fascinada, no se parecía a nada.
¿Qué le fascinó tanto?
Debía de tener 12 años cuando abrí el libro Ideas y creencias, de Ortega y Gasset, y cuando leí que tenemos creencias, es decir, que calculamos que hay cosas que no son mutables, que cuando salga a la calle la calle va a estar ahí y no está fundamentado pero es una creencia exacta, ¡esas cosas no las había oído o leído jamás! Así que, por encima de todo, tuve claras dos cosas: que quería ir a la universidad y hacer filosofía.
Pues entonces se decía que Filosofía era la carrera donde las chicas iban a pescar novio.
El tópico misógino se refería a la carrera entera de Filosofía y Letras, pero no a la filosofía pura. Era un tópico un poco maligno, como si los estudios de letras y humanidades fueran una especie de adorno para la cultura general de las señoras; incluso, lo que era más extravagante, algunos profesores compartían esa malevolencia. Pero la filosofía pura era totalmente excluyente, yo era la única mujer de mi clase en 1970, y eso acarreaba que no podía faltar porque se notaba muchísimo… Y al principio me decepcionó porque esperaba grandísimas cosas y la filosofía es un pensamiento trabajoso que exige estudiar materias muy diferentes, pero no volvería a hacer otra cosa por nada. Únicamente tengo una vocación frustrada, me hubiera gustado también ser ingeniera de caminos. De todas formas, me sigo parando debajo de los puentes y mirándolos cuando son buenos, ¡es que hay puentes…! Pero en el fondo la filosofía también construye, las ideas son peldaños en donde nos vamos afianzando: ideas, modos de vida, valores, creencias, todo eso son enormes edificios conceptuales a veces tan ágiles como los puentes y otras tan pesados como mastabas egipcias.
¿La universidad, el conocimiento, era su ventana a la libertad?
A mí me tocó vivir una vida que estaba presidida por valores que las mujeres debíamos respetar y encarnar, abusivos hasta la vergüenza con nuestras libertades y autorrespeto. Entonces todas las familias eran conservadoras con las mujeres, incluso las de izquierda. Yo quería ir a la universidad, por encima de cualquier cosa, porque no me lo iban a poner fácil. En mis primeros años escolares yo no casaba bien con el ambiente, no conseguía caerle bien a las monjas que me endilgaban, no sé si eran ellas o yo, pero no encajaba.
Empezó siendo incómoda en el colegio mayor de Oviedo…
Tan incómoda que me expulsaron, a mí y a 14 más, por haber sido “infeccionadas”…
Ha sido incómoda en la universidad, es polémica en sus declaraciones y tiene adversarios declarados. ¿Es una mujer incómoda en el panorama intelectual español?
Yo creo que no soy cómoda, pero no es mi intención ser incómoda. Pero es que hay que ser muy amiga de la verdad y no es muy fácil acomodarse. A veces las situaciones exigen demasiado, y no hay que ceder porque sólo vivimos una vez.
Cuando no se cede, sobre todo si se es mujer, rápidamente se le coloca la etiqueta de rebelde. ¿Se ha sentido etiquetada?
Sí, pero no me importa. Yo empecé en filosofía con Hegel, ¡qué cabeza!, y después de eso es difícil que te asuste nada… Las mujeres de este país nos hemos rebelado contra muchas cosas, y hemos hecho muy bien. Algunas en primera línea, pero, al final, todas hemos ganado en libertad.
¿Su rebeldía se inició por la vía de la filosofía o por la del feminismo?
Todo junto, la filosofía te ayuda incluso cuando te ataca. Las leyes de Platón dicen cosas durísimas de la misoginia de la sociedad griega, pero en el fondo tú eliges con cuales te quedas, y te quedas con las que te permiten vivir y crecer. Las otras las archivas como bofetones que te va dando ese texto, y vas haciendo camino. Para ver un cuadro hay que salirse del marco, ningún personaje de Las Meninas puede ver el cuadro, sólo lo harían si pudieran dar un paso fuera y volverse.
¿Cómo consigue abarcar tantas actividades: escribir, clases en la universidad, conferencias, Consejo de Estado, patronatos del Prado y Biblioteca Nacional…?
Tengo una capacidad de trabajo grande y, en consecuencia, el sistema circulatorio muy estropeado, todo tiene un precio. Y lo del sistema circulatorio no es broma, tengo una amplísima minusvalía. Pero en cada lugar se aprenden cosas diferentes, y cada sitio de esos es espléndido y lleno de gente de la que aprender. Yo no sé dónde queda la torre de marfil de los filósofos, me gustaría que me dieran la dirección… El mundo se deja pensar si le das vueltas, y cuantas más perspectivas tienes, mejor. Es como si tuvieras que hacer una imagen con muchos espejos, la figura final que eres capaz de construir mejora cuantos más puntos de mira tienes. ¿Cómo se puede hablar de teoría política sin haberse dado un pequeño paseo por los pasillos del poder?, ¿o de la importancia de la estética en la construcción sin conocerla?
Ha escrito sobre el discurso de la mentira, de la obscenidad y del derecho al mal, todos ellos aspectos muy presentes en la actual sociedad española y mundial.
Esos temas, la obscenidad, la mentira, el olvido, tienen mucho que ver con el seminario que hizo durante muchos años Carlos Castilla del Pino en San Roque (Cádiz), donde trabajábamos temas nada habituales en el pensamiento académico español, y que te hacían reflexionar en cosas sobre las que normalmente no te parabas.
Usted afirma que hay que atreverse a ser decente aunque se rían de ti, pero estamos inmersos en la mentira como arma política y parece que muchos políticos prefieren ser indecentes a que se rían de ellos… ¿Qué está pasando?
Yo mantengo que la mayor parte de la gente es bastante decente, por lo común procura no fastidiar a los demás, y menos sabiéndolo; paga sus deudas; cuida sus cosas; es limpia… Posee muchas de las virtudes corrientes que hacen la vida agradable. El problema es que a veces en democracia –que es lo mejor que hemos encontrado– puede haber gente que tenga la intención de aplebeyarla, volvernos a todos plebe, y eso es muy fácil. Y algunos medios de comunicación se están especializando en volvernos plebe. Eso es muy malvado porque no nos lo merecemos. Nos estamos gastando enormes sumas en educación para que todos puedan tener un aquel en el que estar en el mundo, para que alguien reduzca eso a nada volviéndonos plebe manejable, plebe romana, pan y circo, aunque ni siquiera ponen el pan… Lo hemos visto especialmente en la política italiana última, que era un espectáculo degradante. Pero creo que lo que pasa en nuestro país es otra cosa; que una parte, y digo sólo una parte, del partido que está en la oposición cree que va a ganar por el mismo método de la vez anterior. Está muy estudiado: volver a hacer lo que nos dio éxito una vez. Esa intoxicación enorme, terrible, en que terminó el último Gobierno socialista, ¿por qué no volver a repetirla?
Solemos insistir en que democracia y mentira son incompatibles, pero es difícil sostenerlo en estos momentos.
La democracia puede tener mentiras, pero las mayores las tienen las dictaduras. La mentira no me parece el peor fallo porque puedes denunciarla. En el mundo en que vivimos los riesgos son enormes y hay que tomar decisiones que duren 30 años, pero sólo hay cuatro años para tomarlas y mucha gente en política no tiene el valor de arriesgarse a tomar decisiones impopulares. La única manera de hacerlo es tener un gran consenso en temas fundamentales de plazo largo y la democracia está imponiendo plazos muy cortos a los temas graves. Pienso que ese es su talón de Aquiles. Y algo que me extraña, es que en la primera democracia del mundo de la que todos hemos aprendido, la estadounidense, se hagan dinastías… ¿O sea, que la democracia se puede volver un sistema dinástico?
Usted fue consejera de Cultura del Principado de Asturias con un Gobierno socialista, y ha escrito que son necesarios políticos nuevos que aborden los problemas globales con una nueva ética. ¿Cómo lo vivió?
Había momentos y momentos… Hay gente fantástica de la que uno aprende muchísimo, porque si no ves cómo funcionan las cosas, tus elementos de juicio pueden estar sesgados. Y de aquel periodo tengo excelentes amigos. Yo aprendí algo importantísimo: que la principal ley es la presupuestaria, y me parece un conocimiento del que no pienso abdicar. Presupuesto, no sobre todas las cosas pero sí sobre muchas; por ejemplo, sobre las declaraciones de intención. Tenemos unos desafíos planetarios tan grandes que necesitaríamos políticos que tuvieran un tamaño muy grande, o a lo mejor sólo es una ilusión óptica y lo que necesitamos es una ciudadanía muy corriente pero muy digna.
En ‘Ética para un mundo global’ afirma que la moral se ha convertido en retórica en el peor sentido y se utiliza para disfrazar los intereses: primero se buscan los intereses y luego se hacen presentables… Eso es el cinismo absoluto, es decir, el mal.
No hay tanta gente malvada, lo que pasa es que la maldad es ahora más fea que antes y la notamos más. Yo creo que la tentación de la política no es tanto mentir cuanto aburrir, hasta que se produce el desinterés. Es cierto que somos humanos, y eso significa que algunas tentaciones son muy difíciles de resistir. Por ejemplo, la tentación del dinero, que es muy poderoso y quien lo tiene sabe ponerlo delante de la gente. Hay días en que todos somos fácilmente tentables y el dinero es la mayor tentación porque parece prometer todas las cosas: longevidad, belleza, triunfo social, amigos… Por eso entre la gente y el dinero hay que poner muchas barreras, porque es demasiado fascinante.
Cuando habla de la necesidad de una nueva ética política, ¿a qué ética se refiere?
Visión de largo alcance, valor para llevarla a término, capacidad de pacto para acordar las cosas que no se pueden dejar a una legislatura, prudencia para pensar objetivos y cuáles son realizables –porque no se hace virar a un transatlántico en diez minutos– y mucha generosidad para pensar en los demás.
¿La responsabilidad es la base de esa ética?
Los ciudadanos han de ser responsables, pero como yo amo tanto el Presupuesto, echo de menos que las decisiones de algunos responsables públicos, sobre todo si son sumamente equivocadas, no estén respaldadas con su propio patrimonio. A lo mejor entonces no las tomaban tan alegremente.
Asistimos al rebrote en Europa del debate sobre la laicidad, surgido por las imposiciones y amenazas islamistas a la libertad de expresión, sea por escritos, óperas o palabras del Papa. ¿Nos estamos dejando arrastrar nuevamente por creencias religiosas renunciando a una laicidad que nos ha costado siglos conseguir?
Nos ha costado los últimos dos siglos y por ella se han peleado los mejores, que han pagado un precio alto. No podemos en absoluto abandonarla, ni tirarla a los pies de los caballos. Igual que no podemos ser anacrónicos y utilizar categorías políticas surgidas en los siglos XIX y XX para defender con ellas posturas pertenecientes a sistemas despóticos, porque eso es un anacronismo. Que un sistema despótico pida tolerancia es un anacronismo, porque no es una categoría que pertenezca a su tipo de representaciones o vocabulario, y estamos pidiendo tolerancia para instituciones y formas de comportamiento que a la modernidad le costó siglos abolir. Eso es un anacronismo. Y encima quienes te meten en esa extraña trampa creen que no estás segura de tus valores y por eso cedes, porque tus valores son blandos y no te los crees, cuando los buenos son los de “me dice Dios”… Por eso los ciudadanos no integristas de países musulmanes nos dicen: por favor, defended vuestros valores. A mí me lo han pedido: sed coherentes, defended vuestros valores, ¿es que no os importan?
Usted mantiene que la solución no pasa por limar asperezas entre credos, sino por apostar por la ética del laicismo, los derechos y las garantías.
Victoria Camps y yo tenemos recién escrito un libro al alimón, una serie de cartas contando cómo dos mujeres de nuestro siglo piensan sobre la religión, el fundamentalismo, el laicismo… Y voy a ponerme chula, sólo Hume y algunos así han hecho una cosa parecida. Yo creo que las religiones no van a desaparecer porque los seres humanos somos razón pero también somos temor, y nos hemos constituido a través de las religiones, que han sido los grandes almacenes del saber, que se volvieron ritos. Las normas nos han venido por el vehículo religioso y no van a desaparecer, pero no pueden decir que ellas son el metro de medir lo que es bueno o malo. No son el metro de nada, son sólo creencias privadas, lo que no quiere decir que los cultos deben ser clandestinos, siempre que no pongan en peligro la paz civil. Lo que quiero es que la gente conozca los contenidos de las religiones y de qué estrato profundísimo de la humanidad vienen, que entiendan que hay que conocer sus enormes vehículos normativos, y sólo la filosofía ha reflexionado sobre ello; no lo ha hecho la arquitectura, la lingüística o la ingeniería.
¿Qué opina del uso del velo islámico en Europa? Tony Blair dice simplemente que el velo “incomoda” a los británicos, y conocidos analistas mantienen que es algo que no tiene mayor importancia…
Hay cosas que nos ayudan a entender lo que pasa; por ejemplo, decir que sólo son costumbres, hábitos estéticos. ¿Que las mujeres islamistas quieren ir cubiertas?, ¡y a nosotros qué nos importa! Se confunde la ética con la estética. Cuando un signo es sólo estético no importa. Los pendientes, por ejemplo, fueron, dependiendo de su forma y rango, signos de fertilidad o de esclavitud; ahora son sólo un signo estético sin carga ética, y no importan. Cuando el pañuelo no tenga carga ética, sólo estética, yo no tendré nada en su contra; pero mientras alguien me diga que para ser una mujer honrada yo debo velarme y que si no voy velada no soy una mujer honesta, eso no es estética, es ética, y además inadmisible. Y también supone la abolición completa de la semiótica, la teoría general de los signos, un saber que hemos logrado edificar en los últimos 40 años y que no está nada mal. No podemos mentir y decir en cada momento lo que más convenga, y no significa decir en unos casos que es cultura y en otros que es religión. En el fondo, es la autoridad viril lo que se está respetando, ¿y por qué tengo yo que respetar la autoridad viril? Ya llevé en la cartera del colegio el velo que nos obligaban a ponernos de niñas… Imagine que una joven en una ciudad de Italia decide ponerse burka en la calle. No es musulmana, ni nada, pero le apetece ponerse el burka y acaban prohibiéndoselo. Es un caso de libertad individual. La cuestión es preguntarse si la libertad individual avala todas las prácticas.
¿Las avala?
La libertad individual avala una enorme cantidad de prácticas, pero no aquellas contra las cuales justamente se ha constituido; existe porque ciertas prácticas han sido abolidas. ¿Va a ser la libertad individual la que, en un extraño rizo, pueda legitimarlas? No es lo mismo si vives en un país donde los islamistas tienen mucho poder y quieres ir por la calle sin que te insulten, y te pones un velo, que ponértelo de forma reactiva en una sociedad occidental para decir “no soy de los vuestros”. ¿Hasta dónde se puede ser concluyente?, hasta donde nos diga la prudencia, y la prudencia en general dice: no cedas sin razón. No cedas ante un padre que va en vaqueros y camisa, pero su niña tiene que llevar pañuelo. ¿Lleva él chilaba?, ¿por qué son las mujeres las que tienen que portar los signos de identidad?
Ha pedido que se revise la Constitución española y se introduzca, como en Francia, que somos un país laico y no sólo aconfesional.
¿Por qué no? Eso significa que todas las confesiones religiosas tienen derecho a existir, siempre que se toleren entre sí y no pongan en peligro la paz y el bien.
Mantiene una gran tranquilidad mientras habla de estos temas, ¿ha sido siempre así o es algo que ha ganado con el infarto?
Ja, ja, lo he ganado con los tres… Yo soy muy nerviosa; por ejemplo, me cuesta terriblemente hablar en público, al final lo hago, y he oído que incluso bien, pero el corazón se me pone en la boca. Me da mucho miedo enfrentarme al público, lo hago si no me queda más remedio. Y me cuesta muchísimo llevar la contraria, tiendo a estar de acuerdo con lo que oigo, y también reñir, aunque he tenido que reñir muchas veces. Y luego dicen que soy rebelde… Pero mi corazón está bastante afectado y quiero hacer un pacto con él y no darle mucho estrés para que duremos mucho juntos, porque tiene poca gracia, con lo interesante que es el mundo, tener que marcharse.
¿Es de esas personas que se crecen en la adversidad?
Ja, ja, ya quisiera…
Pero suele decir que es bueno tener siempre “un mundo para ganar”.
Es bueno tener una causa y que sea buena. La gente que no es capaz de tener una causa malgasta su vida, porque ni se entiende ni se conoce.
¿Cómo lleva lo de ser un referente del feminismo español?
Si la gente lo dice, tienes que acabar creyendo que lo eres, será así puesto que lo dicen. Para mí sería un orgullo impagable porque no creo haber hecho nada.
Bueno, lleva años dando teoría, mucha teoría… No en vano es, junto con la reciente premio Nacional de Ensayo, Celia Amorós, la mayor exponente teórica del feminismo de la igualdad en España.
¿Sabe lo que le digo?, que me lo pedía el cuerpo y no ha sido ningún padecimiento. Claro que eso mismo decían las sufragistas: no lloréis tanto por nosotras que en el fondo estamos haciendo lo que debemos hacer y no lo pasamos tan mal…
Mantiene que no quiere ser especial y reivindica su derecho a no ser excelente, a ser mala… ¿A ser tan mala como cualquier varón?, ¿a ser del montón?
No se nos puede exigir a las mujeres que aportemos algo especial para justificar el derecho a existir bajo los rayos del sol. Las cosas, o se hacen juntos o no se hacen. La reivindicación del mal significa que yo no tengo obligación de cumplir estándares más altos que otros; tengo derecho al estándar que el otro se pone, y si éste es de mediocridad, no me importará ser mediocre. Opino que para que la humanidad vaya bien, el estándar de excelencia debe de estar en ambos, pero me niego a entrar en el estúpido juego de tener que demostrar el doble para obtener la mitad. No juego, pura y simplemente no juego, no me parece serio ni honesto, me parece una trampa intelectual. Y sobre todo me niego a cualquier moral que esté sexualmente dividida, que juzgue según quién hace las mismas cosas, que diga que una misma conducta es loable en un varón y vituperable en una mujer. Si lo que hace uno está bien, la otra también. Y si lo que yo hago está mal, entonces mi derecho al mal existe.
Las mujeres han conseguido en Occidente, más o menos, la igualdad teórica…
Más bien menos…
Pero el precio que pagan es todavía muy alto: techo de cristal, menores salarios, complejo de culpa por ser malas madres o malas trabajadores, jornadas agotadoras…
Porque a veces queremos cosas que son contradictorias. El camino de la libertad es una senda muy difícil, Simone de Beauvoir la llamaba “la difícil gloria de la libre existencia”. Y es verdad, estamos a medias en muchas cosas. Hemos conseguido mucho, pero ¿en los grandes poderes económicos dónde estamos?, ¿y en el poder mediático, quién forma las opiniones?, ¿quién compra carne humana? ¿En el poder religioso, dónde estamos si alguien habla con los dioses y cuenta lo que éstos le transmiten –lo hayan hecho o se lo inventen–? ¿A quién pertenecen las grandes obras del Olimpo común de lo respetable: la creatividad, el dinero, la religión, la opinión, el saber? ¿Dónde estamos? No estamos. Por ejemplo, no hay mujeres en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, pese a que los mayores exponentes de este campo en España son filósofas y catedráticas de ética y moral. Somos recibidas como por cortesía, y eso es muy injusto. Afortunadamente, el feminismo nos ha enseñado a apreciarnos, y sobre todo nos ha enseñado a ser amigas, y eso es fantástico, porque el antiguo sistema nos obligaba a ser enemigas, desconfiadas, incrédulas del mérito de las otras.
¿Las jóvenes de ahora lo ven así? Oigo con frecuencia que el feminismo es algo obsoleto, que la igualdad legal existe y el resto es sólo cuestión de méritos.
Dice Locke, que era un genio, que no nos debe asustar la gran cantidad de personas que sustentan opiniones equivocadas, porque en su mayoría no las sustentan sino que las repiten, y cuando esas opiniones caen, la gente las abandona; lo que quiere decir que su capacidad era más pequeña de lo que pensábamos. La gente, cuando se le pregunta, contesta lo que cree que tiene que contestar, a veces incluso creo que piensa lo que cree que debe pensar…
Se preguntaba antes quién compra la carne, hoy mismo viene en la prensa que un colectivo feminista pide que se reconozcan los derechos laborales a las prostitutas, y dice que es “un trabajo como otro cualquiera, que no debe estigmatizar a la persona”.
Estoy de acuerdo con la segunda parte, difícil estar de acuerdo con la primera. Si lo ven tan bueno, recomiendo a estas feministas que practiquen este trabajo cuando se vean mal de fondos… No hay más. Que la prostitución ya no es la lacra que era, estoy totalmente convencida; que muchas mujeres pueden practicarla esporádicamente para sobrevivir, sobre todo las inmigrantes, estoy convencida; ¿que es algo normal, legítimo?, estupendo. Insisto, que esas personas que opinan así la practiquen cuando se vean mal de fondos, yo las apoyaré. Si el feminismo siempre ha sido abolicionista y las mujeres no quieren ser prostitutas, ¿a qué están jugando?
Usted es una buena conocedora de Clara Campoamor, parece que la historia española la sigue castigando pese a su gran logro, el voto para la mujer.
Ahora queremos ponerle un busto en el Congreso, porque es una cuestión de justicia. Era un gran talento, tenía una cabeza extraordinaria, además de utilizar uno de los mejores castellanos que conozco. La gente no fue tan dura con Victoria Kent, la primera que hizo algo que luego se ha hecho muchas veces: que una mujer se oponga a un avance feminista. Ella se dejó instrumentar y luego tuvo suerte. Clara Campoamor lo pagó exiliada sola en Lausana, y sin poder ejercer la abogacía. La rabia que me da es que cuando Campoamor volvió a España las mujeres de mi generación teníamos 20 años y deberíamos haber podido conocerla y decirle cuánto la respetábamos y debíamos, pero la dictadura nos lo impidió. Kant decía que la razón sabe que la vida eterna, el cielo, esas cosas, es muy difícil que existan; pero que la razón práctica nos pide que cuando se haga una injusticia en algún mundo, sea reparada. Por eso tiene que existir un mundo en el que esa injusticia sea reparada, porque nuestra razón práctica no puede estar equivocada.
O sea, el cielo de los laicos.
Totalmente, de alguna manera Kant se inventó el cielo de los laicos… Es que cuando uno lee La crítica de la razón pura y Kant dice todas esas cosas, piensas: ¡ay, Jesús, esto no es normal! Es que el fin total es justo para el orden de la vida e injusto para el orden de la inteligencia.
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