Háganos la caridad, monseñor, de darnos una pista sobre la propiedad de la COPE. Sacie, por favor, nuestra curiosidad. Apiádese de nuestro injustificable desconocimiento por el que le pedimos de hinojos su absolución. Ejerza durante unos pocos minutos—no vaya a cansarse—de Simón el Cirineo y ayúdenos a llevar nuestra cruz de ignorantes. ¿Podrían ser los dueños de la COPE los mormones, esos pillines practicantes de la poligamia? Sabemos que la poligamia no la aprueban ustedes, vigilantes pastores del rebaño católico, pero convendrá conmigo, al menos, que la referencia a “los Santos” puede resultar equívoca en relación a la COPE.
Permítanos, monseñor Amigo, que busquemos por otra parte la respuesta a nuestra perplejidad. Cuando le interrogó Gabilondo en Cuatro sobre qué le parecía la COPE, su respuesta fue contundente: “Una bendición de Dios”. ¿Quiso insinuar de este modo, Su Eminencia Reverendísima, que la COPE no es de la Iglesia católica porque es directamente de Dios? ¡Aleluya, aleluya! ¿Nos autorizará, por tanto, a que la bauticemos con el hermoso nombre de Radius Dei?
También nos ha llamado considerablemente la atención—lo reconocemos desde nuestra humildad de periodistas iletrados—su otra reflexión advirtiendo del peligro de tener un país con “un Gobierno único, un partido único, medios de comunicación únicos, pensamiento único. Adiós a la democracia y adiós a todo”. Tiene Su Eminencia Reverendísima razón. Algunos recordamos muy bien cómo era ese país que usted imagina. ¿Quizá no lo recuerda, monseñor?
Gobernó ese país durante cuarenta años un general llamado Franco. Sus colegas de entonces, monseñor, lo paseaban por los templos bajo palio. No en vano era “Caudillo de España por la gracia de Dios”. ¿Fue Franco, pues, otra bendición de Dios? Su Eminencia Reverendísima, muchas gracias por sus tan esclarecedoras explicaciones.