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Una actitud laica ante la vida

Según el Diccionario de la Real Academia Española,  laicismo se define conjuntamente con laico, como “doctrina que defiende la independencia del hombre o de la sociedad, más particularmente del Estado, de toda influencia eclesiástica o religiosa”.

De esta conceptualización es fácil advertir que el foco o atención principal para referirse al laicismo está en el Estado y curiosamente no en las personas; es decir, la principal atención está dada en la definición de un Estado laico y no en hombres o mujeres laicas. A pesar de ello, en esta reflexión nos centraremos precisamente en la persona.

Algunos sostienen que la laicidad de las personas podría asumir a lo menos dos perspectivas.

Una que entiende que las creencias religiosas pertenecen exclusivamente al ámbito privado de cada cual y, por consiguiente, son irrelevantes para la vida pública en comunidad, debiendo en este ámbito regir las normas propias de un Estado de derecho democrático, asegurando por lo tanto la libertad de creencias, entre otras las religiosas, pero siendo estas irrelevantes para la vida social.

Otros, en cambio, plantean que las creencias religiosas son consustanciales a la identidad de cada cual, por lo que no pueden ser ignoradas ni escondidas, teniendo la mayor relevancia para la vida en comunidad; por ello, sostienen que la única forma de tutelarlas y garantizarlas es reconociéndolas, en términos tales, que todas y cualquiera de ellas pueda tener expresión en la vida pública.  

Sea cual sea la visión que se adopte para concebir el carácter laico de una persona, lo cierto es que se expresa en la aceptación o rechazo que cada cual tiene de cuestiones muy concretas, como por ejemplo la sexualidad en la vida cotidiana, la despenalización del aborto, la eutanasia o el matrimonio homosexual.

Desde luego, resulta absolutamente imposible que estas visiones sobre el laicismo se expresen de manera total y absoluta.

La religión ha sido y es demasiado importante para la construcción cultural de las sociedades. Ahí están las iglesias, catedrales, templos, monumentos y estatuas que rememoran religiones y religiosos, que son un acervo cultural que nos constituye como comunidad, que nos permite valorar el pasado y proyectar el futuro, que en definitiva facilita la construcción de nuestras tradiciones, siendo imposible ocultarlas.

Así mismo, por los orígenes de cada país e incluso por la idiosincrasia de los pueblos, no todas las creencias y religiones podrán tener el mismo desarrollo e intensidad.

Desde luego, en la cultura judeocristiana la figura del Cristo tendrá mucho mayor difusión que la del Buda. Así también se propenderá a evitar la interacción entre grupos diversos; por eso no es extraño que los evangélicos se relaciones con otros evangélicos o que los musulmanes lo hagan con otros que también profesan la misma religión y lo propio hagan los mormones.

La pregunta es: ¿cómo convivir con la diversidad propia de quienes libre y legítimamente tienen el derecho de profesar o no cualquier creencia o religión?, y lo que es más importante: ¿cómo evitar los conflictos que en muchos casos pueden escalar a hechos de violencia, cuya causa sea la religión o las creencias religiosas?

De seguro, una respuesta a estas interrogantes podrá ser que se reafirme constitucionalmente la separación de la iglesia, cualquiera que ésta sea, del Estado, o incluso, aprovechando el momentum constitucional por el que atraviesa el país, la respuesta estaría en la consagración de un Estado Laico.

Por cierto, esta son alternativas posibles y me atrevería a decir hasta deseables.

Sin embargo, más importante que una declaración normativa, la clave para responder está en la actitud que cada cual adopte; una actitud tolerante y consciente de la diversidad en la que vivimos, por cierto.

Esta actitud laica no es sinónimo de relativismo moral ni nada parecido; supone entender y sobre todo asumir que frente a un problema o coyuntura moral hay varias respuestas, con sus respectivos limites, las que deberán tener un fundamento que en cualquier caso tendrá como frontera las razones de quien piense o crea lo contrario.

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