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Un papa jesuita, un papa de la Iglesia

Ser jesuita significa «estar en las fronteras, allí donde los hombres y las mujeres de hoy sufren», constata el escritor y jesuita Pedro Miguel Lamet. Una institución que en no pocas ocasiones ha sufrido expulsiones y hasta la supresión.

“En nombre de la Compañía de Jesús doy gracias a Dios por la elección del nuevo papa, Cardenal Jorge Mario Bergoglio S.J., que abre para la Iglesia una etapa llena de esperanza”. Así arrancaba el mensaje que el prepósito general de los jesuitas, el español Adolfo Nicolás, enviaba a Francisco con motivo de su elección papal.

Por primera vez, dos jesuitas, el papa y el “papa negro” (como así se denomina al general de la Compañía) comparten el gobierno de la Iglesia. La Curia General, a un paso de la basílica de San Pedro, asegura una comunicación fluida que, además, al menos en los primeros meses, se verá fortalecida por la presencia de otro jesuita, el portavoz vaticano, Federico Lombardi. De hecho, este viernes, el propio papa, “sin intermediarios”, llamó a Nicolás, “como un amigo llama a otro amigo”, según desveló Luis López Yarto, sacerdote de la Compañía en Roma.

Los jesuitas son, desde su fundación en 1540 por San Ignacio de Loyola, el “ejército del papa”. Fue la primera congregación religiosa en asumir el llamado “cuarto voto”, la obediencia al Santo Padre, además de los de castidad, pobreza y obediencia. En la actualidad, con 17.637 miembros en enero de 2012, es la mayor orden religiosa masculina católica. Y una auténtica potencia en materia educativa, teológica y de acción solidaria en los cinco continentes. Sin embargo, con poca relevancia en el Colegio cardenalicio: apenas seis purpurados son jesuitas, y sólo dos podían entrar en el Cónclave. Tras la renuncia por enfermedad de uno de ellos, sólo llegó Bergoglio. Y fue elegido Papa. Pleno.

Reconocida

Ser jesuita significa “estar en las fronteras, allí donde los hombres y las mujeres de hoy sufren”, constata el escritor y jesuita Pedro Miguel Lamet. Una institución reconocida en todo el mundo, pero que en no pocas ocasiones ha sufrido expulsiones en distintos países… y hasta la supresión por parte de un papa, Clemente XIV. Precisamente, este sábado Francisco relataba, entre bromas, una anécdota con un cardenal apenas fue elegido papa. El purpurado le sugirió que adoptara el nombre de Clemente XV. “¡Pero si fue el que suprimió a la Compañía!”, afirmó el hoy papa.

Aunque Jorge Mario Bergoglio –al igual que todos los prelados jesuitas- dejó de pertenecer jurídicamente a la disciplina de la Compañía de Jesús cuando fue nombrado obispo, la vinculación es especialmente estrecha. No en vano el hoy papa fue provincial de la Compañía de Jesús en Argentina durante los años de la dictadura militar. Mucho se ha hablado, y se hablará, de supuestas vinculaciones de Bergoglio con Videla, pero lo cierto es que su papel fue de mediador para frenar secuestros y tratar de devolver a muchas personas con vida a sus casas. En todo caso, durante sus años como presidente de la Conferencia Episcopal argentina, el hoy papa pidió perdón, en nombre de la Iglesia, por todos los errores que se hubieran podido cometer.

“Qué persona sea el papa no creo que sea crucial. Los jesuitas siempre han intentado ayudar a la Iglesia y a los que en ella tienen responsabilidades. Sobre todo estando presentes en las fronteras geográficas, ideológicas y de servicio (¡y hay tantas en el mundo!). Intentando estar allá donde creemos que no hay otras presencias más importantes, y donde nos mande (esto es peculiar nuestro) el “Romano Pontífice”, apuntó desde Roma López Yarto.

Iglesia austera

Francisco es jesuita, sí, pero el nombre escogido no pertenece, como se llegó a pensar, a los jesuitas Francisco Javier o Borja, sino a San Francisco de Asís. El “poverello”, auténtica referencia de una Iglesia austera, pobre, comprometida con el que sufre, será el que marque sus pasos como Papa. Lo que, en buena medida, también compromete a las órdenes religiosas clásicas –jesuitas, franciscanos, dominicos, salesianos…- que en los últimos decenios, especialmente bajo el pontificado de Juan Pablo II, habían visto cómo su modelo de Iglesia era vapuleado hasta la saciedad por los sectores más conservadores. La Iglesia del Concilio Vaticano II se convirtió en la Iglesia de los movimientos, y grupos netamente conservadores y ortodoxos como el Opus Dei, el Camino Neocatecumenal, los Legionarios de Cristo o Comunión y Liberación se configuraban en los adalides de la “nueva evangelización”.

Ahora las cosas cambian. Francisco es el primer papa jesuita de la historia. El primer papa religioso varios siglos. Y un papa que promete dar juego a todas las sensibilidades eclesiales, como afirmó y permitió el Concilio, de cuya inauguración se cumplen ahora 50 años. Una primavera eclesial que mucho le debió al empuje de otro papa anciano, con experiencia pastoral, de sonrisa fácil y sencillez extrema: Roncalli. Son muchos los que, tras verle en el balcón de la plaza de San Pedro, sin atributos, pidiendo la bendición del pueblo, han recordado de inmediato la figura de Juan XXIII. Se busca un Papa para toda la Iglesia. Y éste puede ser Francisco, el papa jesuita, el papa que habla sin papeles, el que paga sus cuentas, el que no monta en el coche oficial. El que apostó por el nombre del hombre que probablemente más se pareció a Jesús de Nazaret, Francisco de Asís: “Cuánto querría una Iglesia pobre y para los pobres”, ha dicho Bergoglio. Y a muchos nos suena a primavera.

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