Este artículo completa un análisis sobre el papel del laicismo y el fundamentalismo en la actual situación del mundo islámico y el nacionalismo árabe.
Islamismos, movimientos de izquierda radical y nacionalismos árabes han aparecido enfrentados durante mucho tiempo. Sin embargo, se están tejiendo alianzas entre ellos que reconfiguran profundamente el campo político en Palestina, Líbano y Egipto.
Los debates sobre el lugar de lo religioso y lo político frecuentemente se tergiversan por la subjetividad de las percepciones ideológicas y culturales. La comprensión del fenómeno islamista en Francia permanece dominada en gran medida por una serie de paradigmas muy abstractos que no permiten un análisis concreto, e incluso real, del campo político en Oriente Medio. Así, se traza una dicotomía arbitraria entre «laicos» y «religiosos», «Islam moderado» e «Islam extremista» y entre «progresistas» y «reaccionarios».
De esta forma se crean tipologías que sólo corresponden a una realidad imaginaria de la política: la política como nos gustaría que fuera, no como es en realidad. El terreno político de Oriente Medio aparece deformado fundamentalmente por simplificaciones históricas que trazan una línea divisoria insalvable entre islamistas idénticos entre sí -de Al Qaeda al Hezbolá libanés- y laicos preocupados, por su naturaleza, por los derechos del hombre y la mujer. Efectivamente, esas clasificaciones aparecen en la actualidad como parcialmente falsas. En Palestina, el claramente «laico» Fatah es autor de una de las leyes más reaccionarias sobre los derechos de la mujer, que limita a seis meses las penas de prisión para los autores de crímenes de honor. A menudo se confunde laico con progresista. También se imagina que los laicos, necesariamente, son perseguidos por los integristas musulmanes. Verdadera en ciertos casos, esta aseveración es falsa en otras ocasiones. Entonces es necesario comprender, por ejemplo, que el Partido Comunista libanés, que establece alianzas con Hezbolá o el Frente Popular de Liberación de Palestina (FPLP) marxista, trabaja a menudo con Hamás o con la Yihad islámica, y preguntarnos, política y metodológicamente, por estas nuevas realidades.
Siempre existe una tendencia recurrente a la simplificación del debate según líneas ideológicas pertinaces que enmarcan a los protagonistas políticos islámicos en categorías fijas incapaces de transformarse política e ideológicamente. En la actualidad, el movimiento islámico tiene, prácticamente, ochenta años de existencia en Oriente Medio. Imaginarlo como un conjunto unido, homogéneo y sin diferenciación, equivale a suponer que la izquierda abarca un amplio espectro que va de los veteranos de la banda Baader a Tony Blair, o que la derecha es un todo homogéneo que une sin matices a la democracia cristiana alemana y a los neofascistas italianos. Hay una historia de las derechas y una historia de las izquierdas. Y también deber haber una historia de los islamismos, ya que este referente político se ha pluralizado considerablemente. El ejemplo de las recomposiciones políticas en el Oriente Medio árabe y la aparición de un islamismo político de tipo nacionalista con apertura hacia las izquierdas y hacia los movimientos nacionalistas árabes, no pueden menos que plantear algunos interrogantes teóricos y políticos
Un nuevo modelo de alianza política en Palestina y otros lugares.
Las primeras elecciones municipales en Cisjordania desde 1976, que se celebraron el 23 de diciembre de 2004 fueron, en su momento, un motivo para preguntarse si Hamás aventajaría a Fatah y cómo quedaría, después del escrutinio, la relación de fuerzas políticas entre los islamistas, el movimiento nacionalista y la izquierda. La respuesta no fue unívoca, las elecciones municipales no produjeron una estructuración clara del campo político. Al contrario, algunas coordenadas se transformaron y las tendencias parece que se han confirmado. Más que una irreducible oposición entre agrupaciones claramente definidas -Fatah, Hamas, FPLP, FDLP, PPP (1)- se tejieron localmente nuevas alianzas coyunturales y fluctuantes. En Bnei Zayyaid, así como en Belén, se estableció una alianza entre el FPLP y Hamás que permitió disputar a Fatah la mayoría política en el Consejo Municipal. En Ramala, un año después, una mujer perteneciente al FPLP fue elegida alcaldesa con los tres votos de Hamás unidos a los seis del FPLP y dejaron en minoría a los seis concejales de Fatah.
Estas alianzas inéditas también se han dibujado en el ámbito de las operaciones militares: el brazo armado del FPLP –las brigadas Abu Ali Mustafá- han actuado de manera regular, desde 2001, en la Franja de Gaza al lado de las Brigadas Ezze-dine al-Quassem -el brazo armado de Hamás- y de las Brigadas al-Quds, su homólogo de la Yihad Islámica. Por último, los elementos disidentes de Fatah, organizados alrededor de la nebulosa de los Comités Populares de Resistencia (CPR), se aproximan poco a poco a la dirección gazatí de Hamás; este último, luego de su victoria en las elecciones legislativas de enero de 2006, designó a uno de los principales activistas de los CPR, Jamal Samhadana (2), veterano militante de Fatah, al frente de los nuevos servicios de seguridad palestinos formados por el gobierno de Hamás; se trataba entonces de contrarrestar, sobre todo en la Franja de Gaza, a las fuerzas de seguridad dirigidas por Mohammad Dahlan, dirigente de Fatah. Samhadana es el símbolo de la facción de Fatah que se alejó progresivamente de la dirección del partido y que confirma su desmembramiento progresivo, acelerado por la muerte de Yasser Arafat el 11 de noviembre de 2004, cuyo simbolismo permitía mantener todavía un mínimo de cohesión interna. Fue así como Saed Siyyam, el nuevo ministro del Interior palestino, miembro de Hamás, eligió a un antiguo miembro de Fatah, es decir un elemento político surgido del nacionalismo palestino y no del propio movimiento islámico, para dirigir los servicios de seguridad, sin otro objetivo que competir sobre el terreno con el predominio armado de la «Seguridad Preventiva» vinculada a la dirección de Fatah.
Los enfrentamientos entre Fatah y Hamás de los dos últimos años corresponden a una discrepancia política estratégica, a una diferencia en cuanto a la posición a adoptar frente a Israel y a la comunidad internacional, y no a una disputa ideológica entre laicos y creyentes. Y mientras los dos partidos hegemónicos, Fatah y Hamás, con su lucha fratricida favorecen un proceso de guerra civil latente, el FPLP y el Movimiento de la Yihad Islámica (MJIP), es decir, una organización de izquierda y una organización islámica, son quienes ejercen generalmente el papel de intermediarios. Si el FPLP continua siendo actualmente muy crítico con Hamás, es esencialmente porque le reprocha que está encerrado en un enfrentamiento armado entre Hamás y Fatah que rompe la unidad nacional palestina y crea el riesgo de hundir los territorios palestinos en un caos de inseguridad. Y, una vez más, esta posición la comparte el FPLP con la Yihad Islámica, con la que pudo manifestarse en las calles de Gaza durante los sucesos de junio de 2007
El panorama político palestino no es una excepción. El ámbito político árabe parece encontrarse en plena recomposición y las divisiones tradicionales, en especial las que conocieron la oposición de un campo religioso a un campo secular, es decir, laico, se desvanecen poco a poco a escala regional. El Islam político está sufriendo una fase acelerada de nacionalización y regionalización, mientras que los sectores surgidos de la izquierda y del nacionalismo árabe, baazistas o nasseristas, al perder su modelo político y su socio estratégico e inmersos en una crisis estructural y de militancia, poco a poco intentan volver a definir sus modelos ideológicos y prácticos y se ven obligados a hacer más complejas sus redes de alianzas, dando prioridad al socio islamista. Desde el año 2000 se ha abierto una etapa de recomposición política en el mundo árabe, según ritmos y temporalidades heterogéneas, según los países y los ámbitos, tomando algunos aspectos de unión con el pasado y aportando nuevas problemáticas y rupturas inéditas.
Esta recomposición política se hace en torno a la cuestión nacional árabe y a la cuestión democrática; en un contexto político marcado por la Intifada palestina de septiembre de 2000, por la ofensiva estadounidense contra Iraq en 2003, así como por la reciente «guerra de los 30 días» entre Hezbolá e Israel, la cuestión nacional se replantea en el mundo árabe y determina los modelos de actuación y respuesta, las formas de reorganización política y los distintos modos de construir alianzas tácticas entre las corrientes opositoras al proyecto estadounidense del «Gran Oriente Medio». Además, hay que añadir la cuestión democrática en tanto que los sistemas políticos árabes en su mayoría padecen un arquetipo basado en el autoritarismo y el nepotismo políticos y en los que, la mayoría de ellos, de Egipto a Jordania pasando por Arabia Saudí y las principales petromonarquías del Golfo, se encuentran vinculados orgánicamente a los diversos intereses estadounidenses y europeos en la región. La protesta por las políticas de Israel y EEUU a menudo se hacen a través de una denuncia contra las organizaciones políticas internas: en Egipto, durante el período que va de 2000 a 2006, fueron los mismos cuadros políticos y las mismas estructuras de movilización quienes, a su vez, pasaron de la movilización a favor de los palestinos y los iraquíes a movilizarse por la democratización del régimen.
Por lo tanto, la cuestión nacional árabe y la cuestión democrática trazan una serie de aproximaciones transversales entre el espacio panárabe, focalizado históricamente en la problemática palestina, y el espacio nacional interno. Desde el año 2000, una interacción constructiva entre la dimensión panárabe de la política y su expresión nacional interna y una transversalidad creciente entre la cuestión nacional árabe y la cuestión democrática, favorecen una serie de transformaciones políticas que desembocan en una serie de alianzas tácticas y/o estratégicas entre la izquierda radical, los sectores procedentes del nacionalismo árabe nasserista o baazista y las formaciones nacionalistas islámicas. Esta interacción entre diferentes espacios -nacionales, regionales y globales- así como dicha transversalidad entre corrientes políticas anteriormente opuestas, permiten diseñar poco a poco una nueva formulación del nacionalismo árabe, una recomposición política paulatina del campo político que apenas ha comenzado a transformar la situación política y rompe de manera singular con los marcos de acción derivados de la historia del siglo XX.
Del «concordismo* político» a la dinámica unitaria
La izquierda marxista, los nacionalismos árabes de diversas tendencias y finalmente los sectores centrales del Islam político, actualmente parecen colaborar estrechamente. Pero no ha sido siempre así; los diferentes tipos de nacionalismo árabe se distinguieron durante decenios por sus políticas represivas contra las corrientes nacidas de los Hermanos Musulmanes, tanto en el Egipto de Nasser como en la Siria de Hafez el-Assad; el islamismo político, en su fase creciente de la década de los 80 tras la revolución iraní de 1979, se caracterizó por un régimen de represión directa hacia los grupos de izquierda cuando éstos obstaculizaban su desarrollo y arraigaban en ciertos sectores claves del mundo universitario, político, sindical o asociativo; en Líbano, Hezbolá se enfrentó físicamente, durante los años 80, a los chiíes del Partido Comunista libanés cuando éstos trataban de disputarle la hegemonía de la resistencia nacional en el sur de Líbano. Dos de sus intelectuales más brillantes, Mahdi Amil y Hussein Mrue, fueron asesinados por militantes próximos a la esfera de influencia islámica (3).
En Palestina, los grupos que evolucionaban en la esfera de los Hermanos Musulmanes y que iban a dar origen al Movimiento de Resistencia Islámica (Hamás) en 1986, también se enfrentaron con los militantes del FPLP y del PPP. Por ejemplo el Dr. Rabah Mahna, que actualmente es el negociador del Buró político del FPLP en las discusiones interpalestinas e insta regularmente a buscar puntos de acuerdo, tanto con Hamás como con la Yihad Islámica, fue víctima de un intento de asesinato por parte de militantes de Hamás en 1986. Pero la visión que tiene del movimiento islámico está determinada por la realidad política actual y no por la del pasado; con respecto a Hamás, subraya los puntos de avance y estancamiento que se entrelazan más o menos según la coyuntura política:
«Ha habido una evolución innegable en Hamás. Efectivamente, desde 1988, se ha transformado progresivamente de una organización al estilo de los Hermanos Musulmanes, en un movimiento de liberación nacional islámico. Nosotros animamos a Hamás a que se integre en la OLP y sea un movimiento de liberación nacional dentro de la OLP. Pero su rechazo a reconocer a la OLP últimamente es muy sospechoso para nosotros (…) Nosotros no presionamos a Hamás y le reconocemos, primero como una corriente de la resistencia, y en segundo lugar, como gobierno elegido. Pero, más allá, no deseamos que Hamás permanezca encerrado en una perspectiva ideológica estrecha del tipo de la de los Hermanos Musulmanes; por eso las fuerzas políticas mundiales y árabes que apoyan la causa palestina pero no están de acuerdo con todo o parte del programa de Hamás, deben ayudarnos a hacerle salir de una visión cerrada y a continuar su evolución. De lo contrario, si le aislamos, corremos el riesgo de que retroceda y vuelva a un movimiento de tipo integrista, como antes de 1988 (4)».
Aunque en el pasado hubo claros enfrentamientos, las diferentes formas de oposición entre nacionalistas, islamistas e izquierda radical se pueden relativizar históricamente por una serie de intercambios dinámicos, préstamos discursivos e ideológicos y una circulación de militantes entre estos tres sectores políticos claves del mundo árabe. Ya el sociólogo Maxime Rodinson recordaba que entre el nacionalismo árabe, el Islam y el marxismo existía un «concordismo» que favorecía la circulación de las ideas y las prácticas:
«La indiscutible incompatibilidad doctrinal de las ideologías cede ante diversas consideraciones estratégicas internacionales que llevan a que ambos movimientos (comunistas y musulmanes) adopten una actitud amistosa. Hay un traspaso ideológico de los musulmanes al comunismo cuando dicha ideología se corresponde con lo que reclama implícitamente su doctrina, incluso fuera de dicha actitud amistosa […]. Y si vamos más lejos, generalmente hay una reinterpretación de los conocimientos, las ideas y los símbolos musulmanes como equivalentes de las ideas o conceptos comunistas corrientes. La iniciativa ocurre a menudo por parte de los comunistas cuando quieren impulsar la alianza. Cuando el esfuerzo de reinterpretación es particularmente arduo, se conoce como concordismo. Este término podría generalizarse para designar un conjunto sistemático de reinterpretación (5)»
Eso que, por su parte, Olivier Carré denominaba los «sectores intermedios» entre la religión y el nacionalismo (6), se percibe durante todo el siglo en el nacimiento y desarrollo de estas tres corrientes. La generación de los fundadores del movimiento nacional palestino y de Fatah -Yasser Arafat, Khalil al Wazir y Salah Khalaf- acompañaron de cerca a los Hermanos Musulmanes durante los años 50 y 60. El propio nasserismo no estuvo exento de una relación compleja con el Islam político en los primeros años, después de la revolución de 1952. A estos itinerarios personales se añade una reutilización y una reinterpretación sistemática de los diferentes tipos de discursos religiosos o políticos por parte de un conjunto de movimientos, y una circulación permanente de los conjuntos semánticos y conceptuales. Por ejemplo, el Partido Comunista iraquí, no vaciló en hacer referencia a los fundamentos doctrinales del chiísmo poco después de la revolución de 1958 y de la toma del poder por Abdel Karim Kassem. La perspectiva revolucionaria se asoció, en el discurso del PCI, a los principios milenaristas y mesiánicos del chiísmo, mientras que los dirigentes del Partido utilizaban intensamente la similitud entre los términos shii’a (chiita) y shuyou (comunista, en árabe). En cuanto al término «socialista» (ishtarâkii), fue ampliamente utilizado y convertido por algunos líderes e ideólogos de los Hermanos Musulmanes, como Sayyid Quotb o Muhammad al-Ghazali, desde el punto de vista de un «socialismo islámico».
Así, desde hace casi medio siglo, asistimos a una circulación dinámica y a una mutación continua del vocabulario político. Es decir, que la misma ideología está sometida a complejos procesos de intercambio, préstamos y reinterpretaciones siempre cambiantes una vez ubicada en la práctica de la política. La temporalidad del nacionalismo de los países del Tercer Mundo es, en efecto, una temporalidad política diferenciada en la que el pasado, las tradiciones culturales y las herencias ideológicas, son los principios constituyentes de la conciencia nacional. El nacionalismo anticolonial es un espacio híbrido que interactúa con los elementos de la modernidad política, pero criticándola al mismo tiempo por la recuperación, el reciclaje y la revisión de elementos que vienen del pasado. Los «concordismos» entre el nacionalismo y el Islam corresponden a una actualización política e ideológica del Islam, que es menos una supervivencia del pasado que un elemento cultural heredado, vigoroso y práctico, en interacción y mestizaje permanente con el presente político, incluso aunque éste último es esencialmente secular y laico. El nacionalismo anticolonial, basado históricamente en una serie de concordismos, no está contra la modernidad, sino a favor de su recuperación y reorientación en el contexto particular de un espacio que se percibe dominado tanto en lo político como en lo cultural.
La década de los 80 está marcada esencialmente por la mudanza creciente y espectacular de militantes marxistas, a menudo maoístas, o nacionalistas árabes, hacia el islamismo político. Esto fue particularmente visible en Líbano donde, mientras la OLP fue obligada poco a poco a abandonar el País de los Cedros y donde el eje «palestino progresista (7)» desaparecía debido a divisiones internas y a las presiones sirias, los dirigentes jóvenes ingresaban en Hezbolá, nacido entre 1982 y 1985. Así se alejaron la mayoría de los combatientes de la Brigada Estudiante, la Katiba Tullabiya, organización militar vinculada al movimiento palestino Fatah, que se comprometió gradualmente con la resistencia militar islámica del «Partido de Dios», o en otras estructuras de carácter islámico, bajo la influencia de la Revolución iraní.
La experiencia de esta tendencia de izquierda de Fatah, nacida a principios de los años 70, es particularmente interesante. Mucho antes de la Revolución iraní, los jóvenes militantes libaneses y palestinos intentaron articular el Islam con el nacionalismo y el marxismo árabes, lo que demuestra que la cuestión de las relaciones entre los tres ya estaba planteada. Saud al Mawla, actualmente profesor de Filosofía en la Universidad libanesa de Beirut y antiguo miembro de la tendencia de izquierda de Fatah, se pasó a Hezbolá en los años 80. Posteriormente lo abandonó y explica:
«En la década de los 70 comenzamos a interesarnos por las luchas de los pueblos musulmanes. Era una mezcla de nacionalismo árabe e Islam, o bien de comunismo árabe-islámico, de marxismo árabe-islámico. Intentamos hacer como los comunistas musulmanes soviéticos de los años 20, Sultan Ghaliev**. Y empezamos a estudiar el Islam. Habíamos comenzado con esto tan pronto como empezamos a aplicar los principios maoístas: Hay que conocer las ideas del pueblo, interesarse por el pueblo, por lo que piensa…. Hay que conocer las tradiciones del pueblo. Y comenzamos a interesarnos por las tradiciones populares, por las ideas del pueblo, por todo lo que constituye la vida de las personas. Y el Islam nos llegó como el fundamento de esta sociedad, lo que se supone que la movilizaba. En un sentido militante, pragmático, era tomar y utilizar los principios que podían movilizar a las personas para la lucha. Así fue como nos aproximamos al Islam, a partir del maoísmo desde un punto de vista teórico, y a partir de la experiencia cotidiana (…). Por eso, cuando llegó la Revolución iraní, ya estábamos en eso. Y eso no se hizo sobre bases ideológicas o religiosas. Es decir que vimos en el Islam una fuerza de civilización y política, una corriente civilizadora que podría agrupar a los cristianos, marxistas y musulmanes, como una reflexión, una respuesta, una vía de lucha contra el imperialismo, para aportar un manera de luchar y para renovar nuestros enfoques, nuestras ideas, nuestras prácticas políticas (8)».
Si en los años 70 algunos militantes todavía buscaban conciliar, con una reflexión teórica y política, la articulación entre marxismo, Islam y nacionalismo, la década de los 80, marcada por las consecuencias políticas regionales ideológicas y políticas de la Revolución iraní y por la hegemonía del islamismo político, ya no dejó lugar para estas elaboraciones.
En este caso los años 90 marcan una ruptura, y el sistema tácito que vio la alianza del concordismo y la oposición violenta, poco a poco se transformó en una dinámica unitaria en la que el concordismo se vio tanto más favorecido por un proceso de alianzas entre las diferentes corrientes. En efecto, con la Guerra del Golfo, los intentos de regulación del conflicto israelo-palestino por medio de la Conferencia de Madrid y de los Acuerdos Interinos de Oslo en 1993, con el fin de la bipolaridad este-oeste y la reunificación del Yemen, el mundo se desmoronaba. La terminología revolucionaria y nacionalista se quedó sin resuello, sea islamista o marxista. Esto tampoco es ajeno al abandono progresivo del discurso mesiánico y tercermundista del régimen de Teherán bajo el impulso del nuevo Presidente Rafsandjani.
Las coordenadas políticas han cambiado. Habrá que definir por qué se produjo un triple fracaso: el del Islam político, el del nacionalismo árabe y el de la izquierda. Pero, más allá de esto, es seguro que el campo político árabe se va a reconstruir y recomponer poco a poco sobre los escombros de las grandes utopías y las múltiples mitologías del siglo que terminó. Las dinámicas actuales ya no son unilaterales. Si en los años 80 el islamismo cosechaba las ganancias de las decepciones políticas y sociales del mundo árabe, desde 1991 asistimos a una interacción mayor y a una transversalidad más amplia de las dinámicas políticas: izquierda, nacionalismo e islamismo ya se encuentran en un complejo proceso de reelaboración ideológica y programática, de entrecruzamiento de problemáticas, frente a un sentimiento de fracaso y de callejón sin salida del mundo árabe.
Esto se comprueba, en primer lugar, en Palestina: poco después de los Acuerdos de Oslo, en octubre de 1993, se constituyó una «Alianza de las Fuerzas Palestinas» compuesta por elementos que habían roto con Fatah, pero sobre todo, por el FPLP marxista y Hamás (9). Se van creando marcos progresivos de debate entre nacionalistas, marxistas e islamistas, la Fundación Al-Quds, con un liderazgo islamista, y sobre todo la Conferencia Nacionalista e Islámica, lanzada en 1994 por iniciativa del Centro de Estudios por la Unidad Árabe (CEUA) de Khair ad-Din Hassib, con base en Beirut, que se reúne cada cuatro años con el objetivo de encontrar puntos de acuerdo tácticos y/o estratégicos y para redefinir las relaciones, incluso desde un punto de vista ideológico, entre la izquierda, el nacionalismo y el islamismo. Así, el CEUA celebró en marzo de 2006 en Beirut una Conferencia General Árabe de apoyo a la resistencia, en la que se encontraban ampliamente representadas las principales direcciones de las organizaciones nacionalistas, marxistas e islamistas, especialmente Hamás y Hezbolá.
La cuestión nacional y la cuestión democrática
Desde el año 2000, el ritmo de las recomposiciones políticas entre el nacionalismo, la izquierda radical y el nacionalismo islámico se está acelerando. A raíz de la segunda Intifada y de la intervención estadounidense en Iraq, las convergencias tácticas entre los tres sectores se acentuaron. Especialmente giran en torno a la cuestión nacional y al problema de las «ocupaciones», de Palestina a Iraq pasando por Líbano, y a la denuncia conjunta de las políticas estadounidenses e israelíes.
En primer lugar, dichas alianzas se realizan sobre el terreno, en el ámbito práctico, no en el teórico: durante la «guerra de los treinta y tres días» entre Líbano e Israel, en julio y agosto de 2006, el Partido Comunista Libanés (PCL) reactivó algunos de sus grupos armados en el sur de Líbano y en la llanura de Baallbeck y participó en los combates junto a Hezbolá. En algunos pueblos como Jamaliyeh, donde tres de sus militantes murieron durante un ataque de un comando israelí rebrotado, el PCL tomó la iniciativa militar y política, aunque Hezbolá mantenía, de hecho, el liderazgo político, militar y simbólico de esa guerra. Se creó un Frente de la resistencia que agrupaba básicamente a Hezbolá y a la izquierda nacionalista, desde el PCL al Movimiento del Pueblo de Najah Wakim (10), pasando por la Tercera Fuerza del ex Primer Ministro Sélim Hoss. Fundado sobre el principio del derecho a la resistencia y defendiendo las principales reivindicaciones de Hezbolá, a saber, la liberación de los presos libaneses en Israel y la retirada israelí de los territorios libaneses de Chebaa y Kfar Chouba, dicho frente tenía como denominador común la cuestión nacional y el posicionamiento frente a Israel; no era, por ejemplo, un frente prosirio, ya que el Partido Comunista tenía, por su parte, una larga tradición de lucha contra la tutela y la presencia siria en Líbano.
Pero el acuerdo táctico sobre la cuestión nacional no permite hablar a priori de una «recomposición política». Entonces, toda la cuestión es saber si el acuerdo táctico puede transformarse en un acuerdo más o menos estratégico que comprenda una visión a largo plazo de la sociedad, del Estado y de las políticas económicas. Ahora bien, es ahí donde parece más profunda la transformación del campo político árabe: de 2000 a 2006, la serie de acuerdos políticos entre izquierda, nacionalistas e islamistas se amplió poco a poco a un conjunto de temáticas, lo que es totalmente novedoso en relación con los marcos de las alianzas de los años 80 y 90.
La cuestión nacional permite avanzar efectivamente y efectuar una serie de transferencias conceptuales, prácticas y políticas de un campo al otro: en Egipto, la denuncia de las políticas estadounidenses e israelíes, en realidad ocultaba una crítica latente pero explicita al régimen del Presidente Mubarak. Rápidamente, los marcos de la movilización por la cuestión palestina e iraquí dieron origen a otra serie de marcos políticos transversales que concernían especialmente a la cuestión democrática: en las campañas de denuncia, desde la de la ley de urgencia de 1982 hasta las de las elecciones sindicales de noviembre de 2006 -en las que los Hermanos Musulmanes, los radicales de izquierda del grupo Kefaya y los nasseristas del movimiento al-Karamah se aliaron para disputarle el predominio en las listas al partido en el poder, el Partido Nacional Democrático- pasando por las campañas de apoyo al movimiento de protesta de los jueces egipcios que habían denunciado el fraude electoral en mayo de 2006, el campo de acción de las alianzas pasó rápidamente de la cuestión nacional a la cuestión de la ampliación de los derechos democráticos.
En Líbano, el Movimiento del Pueblo, la Organización Popular Nasserista -sunní y cuyo dirigente, Oussama Saad, es diputado por Sayda- y el Congreso Popular Árabe de Kamal Chatila -una formación nasserista- estaban en el centro del movimiento de protesta iniciado por Hezbolá y la Corriente Patriótica Libre del General Aoun en diciembre de 2006, un movimiento que se expresa a través del diario de izquierda al-Akhbar: aquí, la movilización de la oposición todavía sólo afectaba a la cuestión nacional y a las «armas de la resistencia». Las características comunes entre las organizaciones opositoras al gobierno de Fouad Siniora, alcanzan tanto a la cuestión de la reforma de la ley electoral y del sistema confesional, como a la definición de una política económica de tipo regulador, o keynesiano, sin cuestionar los mecanismos del mercado, opciones que no comparte la mayoría parlamentaria actual, muy marcada por el ultraliberalismo (11). Un buen ejemplo es el nuevo periódico al-Akhbar, diario de izquierda muy próximo a Hezbolá, cuyo primer número apareció en agosto de 2006 y que en realidad pretende crear puentes teóricos y políticos entre la izquierda, el nacionalismo y el Islam. El PCL que ha ido estableciendo, a medida que pasaban los años, una especie de sociedad con Hezbolá, apoya a la oposición en el tema de la caída del gobierno de Siniora, considerado proestadounidense. Sin embargo, no oculta que su alianza con Hezbolá y los partidos de la oposición es un apoyo crítico; para el PCL, el programa adelantado por Hezbolá todavía no es bastante radical, tanto en el plano político como en el económico, para cuestionar al sistema libanés, basado en el confesionalismo político. Aunque dispuesto a hacer un frente común, no disimula sus críticas a Hezbolá, pero de una manera diferente a la de los años 80; ahora se trata de definir una política de izquierda independiente preparada para establecer una complementariedad y un intercambio constructivo con el movimiento islámico chií.
Actualmente, la cuestión nacional juega un papel por extensión: mientras que en los años 90 las alianzas entre izquierda, nacionalistas e islamistas estaban basadas simplemente en el reconocimiento de un enemigo común, Israel, la larga colaboración entre estas corrientes al final desembocó en una ampliación del campo de acción política, yendo de la cuestión nacional a la cuestión democrática y de la cuestión democrática a la cuestión del Estado, las instituciones y las formas sociales que hay que adoptar. El «concordismo» y los intercambios entre las organizaciones y las corrientes se transformaron gradualmente en una dinámica de acción unificada que, a pesar de un escaso análisis teórico y conceptual, tiene una importancia real en la práctica política diaria.
Esta recomposición política no es independiente de las nuevas dinámicas políticas mundiales en marcha, con un movimiento altermundista instalado en el panorama político, pero también y sobre todo con la aparición de un polo nacionalista de izquierda en América Latina, simbolizado por Hugo Chávez y Evo Morales. Un movimiento nacionalista islámico como Hezbolá plantea su red de alianzas a partir de un modelo tercermundista. Hassan Nasralá no deja de hacer referencias al presidente venezolano mientras su organización, junto con el Partido Comunista Libanés, invitó a aproximadamente a 400 delegados de la izquierda mundial y del movimiento altermundista a una Conferencia de Solidaridad con la Resistencia en Beirut, del 16 al 20 de noviembre 2006, cuya declaración final estableció tres puntos estratégicos: La cuestión nacional y la lucha contra las ocupaciones, la defensa de los derechos democráticos y la protección de los derechos sociales (12).
Hoy se desestiman estas dinámicas de recomposición política en curso. La cuestión libanesa sólo se percibe, generalmente, desde la perspectiva siria e iraní, subestimando las dinámicas internas propias de la sociedad política libanesa. La propia área de influencia islámica sufre mutaciones programáticas profundas. Hezbolá adopta un discurso tercermundista basado en la oposición sur-norte y en la oposición mustakbar/mustaadafin (arrogantes-oprimidos (13)), algunos dirigentes de los Hermanos Musulmanes se encuentran en tensión entre sus alianzas con la izquierda y su defensa del principio de la economía de mercado. Como ha escrito Olivier Roy, «el juego de alianzas (de los islamistas) va en dos direcciones posibles: por un lado, una coalición basada en valores morales (…) y por el otro, una alianza sobre valores políticos esencialmente de izquierda (antiimperialismo, altermundismo, derechos de las minorías) donde la línea de separación es, claramente, la cuestión de la mujer (14).
E incluso la cuestión de la mujer actualmente está sometida a debate. En Líbano, como en Palestina, las asociaciones feministas procedentes de la izquierda no vacilan en desarrollar campañas conjuntas con las asociaciones de mujeres islamistas, especialmente en cuanto al derecho al trabajo y la denuncia de la violencia sobre las mujeres. Para Islah Jad, militante feminista palestina e investigadora del movimiento feminista en Palestina, no se trata de enfrentar a las mujeres laicas con las mujeres islamistas, sino de desarrollar un discurso feminista secular y radical mientras se discute y trabaja en equipo con las dirigentes femeninas del movimiento islámico:
«Los islamistas admiten que las mujeres están perseguidas y son víctimas de la opresión social, atribuyéndolo no a la religión sino a las tradiciones, que deben evolucionar. Según ellos, el Islam exige que las mujeres se organicen para liberar su país, que puedan educarse, organizarse y politizarse, y que sean activas en el desarrollo de su sociedad. La paradoja es que hay un 27% de mujeres en la organización del partido islámico y un 15% en el buró político, más que en la OLP (…) Como ya dije, el hecho que las mujeres islamistas no pretendan construir su discurso apoyándose en textos religiosos, posibilita a las mujeres laicas influir en la visión y los discursos de las islamistas y evita la incomunicación. No podemos reclamar nuestros derechos aislándolos del contexto político. Ésta es una etapa muy importante para establecer una relación de confianza entre las tendencias laicas y las islamistas. El hecho que los islamistas reconozcan que la mujer está oprimida abre perspectivas sobre las medidas que hay que adoptar para hacer que la sociedad evolucione. Siempre existirán conflictos ideológicos y políticos y esto es deseable. Nunca estaremos totalmente de acuerdo, pero, desde mi punto de vista, las mujeres laicas pueden influir en el debate ideológico con los islamistas (15)»
Esta interacción práctica entre la izquierda árabe, el nacionalismo y el islamismo, si bien es nueva, ya aparece en el campo sindical, electoral y militar, y sólo está empezando. Los puntos de acuerdo sobre la cuestión nacional, la democracia o la defensa de los derechos sociales no constituyen todavía un conjunto suficientemente definido y estable como para saber hasta dónde puede llegar esta alianza. El caso es que hay una separación precisa entre la práctica y la teoría: los concordismos se han profundizado, pero todavía no hay, ni en el campo intelectual ni en el teórico, una definición clara y una elaboración de un lenguaje común. Las alianzas se encuentran todavía, en su mayoría, en el terreno empírico y en la práctica y por lo tanto faltan fundamentos teóricos y un auténtico proceso de homogeneización.
Una vez más, Líbano es, más o menos, una excepción. Últimamente, todavía existe una desunión entre los espacios nacionales; la alianza entre la izquierda, los nacionalistas y los islamistas, la más fuerte, se encuentra hoy en Líbano, intentando definir lo que la izquierda y Hezbolá denominan una «sociedad de resistencia» y un «Estado de resistencia». En Palestina, por ejemplo, las alianzas entre el FPLP y Hamás están lejos de ser tan profundas al mantener ambas organizaciones una desconfianza recíproca. En cambio, la colaboración entre el FPLP y la Yihad islámica está plenamente establecida. En Egipto persiste una cierta desconfianza entre los Hermanos Musulmanes y la esfera de influencia de la izquierda. Ahora bien, este asunto de la recomposición política y las nuevas alianzas establecidas en el mundo árabe no son una cuestión secundaria, porque replantea efectivamente la imagen del nacionalismo árabe, y finalmente podría constituir un temible desafío estratégico para los regímenes existentes, así como para Estados Unidos y las potencias europeas.
La apertura del nacionalismo islámico hacia la izquierda puede facilitar de forma efectiva un nuevo nacionalismo panárabe en mutación, una inquietante apertura estratégica e internacional que puede desembocar en el renacimiento de un polo tercermundista y nacionalista a escala global, como lo sugiere simbólicamente la serie de afiches rojos pegados en las calles de Beirut desde septiembre de 2006 en los que se codean las imágenes de Nasser, Nasralá y Chávez. No se trata, pues, de postular el nacimiento de un islamismo de izquierda, no hay nada de eso. Se trata de comprender que el desarrollo de un islamismo abierto a la izquierda y sus dimensiones nacionales cambian un tanto la situación política y ponen en marcha largos procesos de recomposición política, estratégica e ideológica. En los últimos veinte años se ha visto pluralizarse el referente político islamista, con un islamismo fundamentalista desligado de la territorialidad, a partir del modelo de la red Al-Qaeda, con la sumisión de un neofundamentalismo islámico a los modelos del mercado y la aparición de un islamismo gubernamental en Turquía que se acerca más al modelo consensual de la Democracia Cristiana de los años 50 que al del Islam como modelo de Estado.
Todavía en estado embrionario pero con un desarrollo exponencial, la emergencia de un polo islamista abierto tanto a la izquierda como a los aspectos nacionalistas y árabes, constituye un fenómeno político capaz de recomponer de forma estable el escenario político de Oriente Medio.
Notas del autor
(1) Fatah, Movimiento Nacional de Liberación de Palestina, es la organización histórica del nacionalismo palestino. El FPLP (Frente Popular de Liberación de Palestina) y el FDLP (Frente Democrático de Liberación de Palestina) son las dos organizaciones principales de la extrema izquierda. Hamás (Movimiento de la Resistencia Islámica) es la primera organización islamista como fuerza armada. El PPP (Partido Popular Palestino) es el antiguo Partido Comunista.
(2) Jamal Samhadana fue ejecutado en junio de 2006 en una operación dirigida israelí.
(3) Algunas fuentes libanesas acusan directamente a Hezbolá. Sin embargo, dirigentes del Partido Comunista dudan y no descartan la tesis de asesinatos perpetrados por grupos integristas sunníes.
(4) Rabah Mhana, miembro del buró político del FPLP, entrevista con el autor, París, 2 de mayo de 2006.
(5) Maxime RODINSON, «Relación entre el Islam y el comunismo», Marxisme et monde musulman, Seuil, 1972, pp. 167- 168.
(6) Ver al respecto, Olivier CARRE, L’Utopie islamique dans l’orient arabe, Presses de la Fondation nationale des sciences politiques, 1994
(7) El eje comúnmente denominado «palestino-progresista» está constituido por las organizaciones de la izquierda libanesa (Partido Socialista Progresista, Organización de Acción Comunista del Líbano) y las fuerzas palestinas en Líbano (Fatah, FPLP, FDLP), que en los años 70 se oponían principalmente, en el marco de la guerra civil, a las milicias cristianas, la Falange Libanesa.
(8) Saoud al Mawla, entrevista con el autor, Quoreitem, Beirut, 27 de marzo de 2007.
(9) El conjunto de estas organizaciones se unió bajo el principio del rechazo incondicional a los Acuerdos Interinos de Oslo, firmados en 1993 por el líder de la OLP Yasser Arafat.
(10) El Movimiento del Pueblo es una organización nacionalista árabe de izquierda. Su líder Najah Wakim, antiguo diputado nasserista de Beirut, es una figura política nacional conocida sobre todo por sus campañas de lucha contra la corrupción.
(11) El punto de vista de la oposición relativo a la reforma del sistema libanés sobre el modelo de un estado «fuerte y justo» se puede entender, especialmente, por medio de dos documentos claves: primero, por el documento de concordia mutua entre Hezbolá y la Corriente Patriótica Libre, del 6 de febrero de 2006; y segundo, el documento común producido por el Partido Comunista Libanés y la Corriente Patriótica Libre: «Cómo resolver la crisis política en el Líbano, los puntos comunes entre el Partido Comunista Libanés (PCL) y la Corriente Patriótica Libre (CPL)», del 7 de diciembre de 2006.
(12) La sesión de apertura de la Conferencia, el 16 de noviembre de 2006, en el palacio de la UNESCO en Beirut, fue un símbolo de esta convergencia progresiva entre la izquierda mundial, el altermundismo y la esfera de influencia nacionalista islámica. Entre los oradores de la apertura destacaban Mohammad Salim, miembro del Parlamento indio y del Partido Comunista indio, Gilberto López, del Partido de la Revolución Democrática mexicana, Victor Nzuzi, agricultor y líder sindicalista congoleño, Georges Ishaak, dirigente de Kifaya y militante de la izquierda egipcia, Khaled Hadade, secretario general del Partido Comunista Libanés, y finalmente Naim al-Quassem, vicesecretario general y número dos del Hezbolá libanés.
(13) La dicotomía Arrogantes/Oprimidos remite directamente a la Revolución iraní de 1979, así como a un principio doctrinario del chiísmo. En el vocabulario político del primer período de la Revolución de 1979, el duplo Arrogantes/Oprimidos significaba la oposición entre los pobres y los ricos, pero también entre el sur «colonizado» y el norte «imperialista». Esta clasificación fue adoptada tanto por los Mulás del entorno de Jomeini como por los grupos de izquierda y nacionalistas.
(14) Olivier Roy, «El paso del islamismo a Occidente: ruptura y continuidad», Islamismes d’occident. Etat des lieux et perspectives, bajo la dirección de Samir Amghar, Ed. Lignes de repères, 2006.
(15) Islah Jad, entrevista con Monique Etienne, Revue Pour la Palestine, marzo de 2005.
Notas del traductor:
* Concordismo. Así se denomina una tendencia difundida en el siglo XIX que pretendía encontrar a toda costa una correlación entre los diversos conocimientos científicos de la época y el relato bíblico de la creación (Gn. 1-2,4a). Así se identificaban, por ejemplo, los «días» del Génesis con los diversos períodos geológicos.
** Mirsaid Sultan-Galiev. Político tártaro. Desde 1917 desempeñó varios cargos políticos en el partido bolchevique defendiendo las ideas nacionalistas y la doctrina marxista adaptadas al medio musulmán, por lo que fue perseguido y condenado a penas de prisión.
Original en francés: http://www.cetri.be/spip.php?article1022?=fr
Traducido por Jorge Aldao y revisado por Caty R.