El historiador Óscar Sainz de la Maza ha buceado hasta el fondo de las causas del yihadismo
Durante los últimos seis años, el joven historiador Óscar Sainz de la Maza ha buceado en miles de archivos y absorbido ácaros en cientos de libros debido a su interés irrefrenable por un tema: el terrorismo. Quería saber por qué hay chicos de su edad dispuestos a inmolarse, empezó a tirar del ovillo y el resultado es un libro, El siglo que acabó en sangre (Sílex), con casi seiscientas páginas que se leen como una novela y nos permiten profundizar en algo que percibimos con la simpleza de su mensaje sangriento. Invitamos a Sainz de la Maza a nuestra trinchera cultural para hablar de esta peste del Siglo XXI.
P. ¿Por qué nos quieren matar esos tíos?
R. Esto es lo curioso: los yihadistas, salvo excepciones, no mostraron mucho interés por atentar en Occidente hasta mediados de los años 90. Fue entonces cuando un tipo llamado Osama bin Laden publicitó la llamada «teoría del enemigo lejano.» Pero la mayoría de las víctimas de los yihadistas -tanto entonces como ahora- son musulmanes. Los yihadistas les consideran herejes, o simplemente pecaminosos. En España, nuestro peor atentado en ese sentido supuso unos 193 muertos. En Irak, en un mes malo, el total de muertos por terrorismo religioso podía superar fácilmente el millar; en su inmensa mayoría musulmanes.
P. ¿Quién abrió la caja de Pandora?
R. Un profesor egipcio llamado Sayyid Qutb, allá por los años 60, que había caído en las tiernas manos de los interrogadores de la dictadura egipcia. Por aquel entonces, los clérigos musulmanes condenaban tomar las armas contra un musulmán -lo llamaban la fitna, el «conflicto»-, pero Qutb necesitaba urgentemente algo que permitiera rebelarse contra aquel régimen brutal. Lo logró: razonó que si un gobierno musulmán no se comportaba como tal, entonces se le podía considerar como no-musulmán y, por tanto, atacarle. El régimen no pareció apreciar mucho esta teoría y lo hizo ahorcar.
P. No sé si la yihad me recuerda más al siglo XXI o al siglo XVI y las guerras de religión.
R. En realidad, el terrorismo yihadista es puro siglo XX: personas de clase acomodada que se radicalizan en su juventud en nombre de ideologías conspiranoicas que les hacen considerar el asesinato como un mal menor. Desde los Jemeres Rojos de los años 70 a los fascistas españoles de los años 30; todos ellos habrían aplaudido esta fórmula. En ese sentido, no hay nada nuevo bajo el sol.
P. Como fenómeno histórico, ¿cuándo empieza la yihad que conocemos?
R. La yihad actual, y eso es algo sorprendente, empezó prácticamente anteayer, en los años 80, cuando el resto del mundo estaba escuchando a Alaska en la radio y viendo Las tortugas ninja en televisión. El concepto de Yihad original, eso sí, está presente en Islam desde sus inicios, como forma de regular la guerra contra el infiel. La hay de todo tipo: yihad defensiva, yihad ofensiva, yihad menor (violenta), yihad mayor (no violenta)… Pero todas esas disquisiciones le importan más bien poco a los terroristas islámicos actuales.
P. ¿A qué se parece más un grupo terrorista islámico, a una emanación medieval o a una startup?
R. A una startup, claramente. Los musulmanes medievales, dejando a un lado a pirados ocasionales como los almorávides o los almohades, preferían hacer pactos de convivencia con otras religiones a fin de que la retaguardia no les saltara por los aires (y también para sacarse algún dinerillo con la jizya, el impuesto religioso). Los yihadistas actuales abominan de aquella convivencia. Además, como en una startup, lo imprescindible a la hora de montar tu banda yihadista es lograr algo de dinero para empezar. Que se lo digan a líderes terroristas como Al-Zawahiri o Khalid Sheikh Mohammed (el cerebro del 11S), que, muy a su pesar, hubieron de arrimarse a Bin Laden para hacerse con la pasta.
P. El Estado Islámico en particular estaba lleno de youtubers. ¿Hasta qué punto esa clase de terrorismo es viral?
R. Esa era, precisamente, la causa de la popularidad del ISIS una campaña de promoción online inigualable, puesta en marcha a partir de 2014. De hecho, cuando el ISIS atentaba en Occidente, aparte de lanzar operaciones a gran escala como las masacres de París del 2015, comenzó a publicitar lo que yo llamo el «terrorismo youtuber.» Es decir, no se dan instrucciones ni se envían operativos ni nada; simplemente, ofreces fama en redes sociales a todo aquel que mate al primer occidental que encuentre por la calle con el arma que tenga a mano, siempre y cuando te envíe previamente un vídeo diciendo que eso lo hace en nombre de la banda. No pocos idiotas se apuntaron a aquello, y se volvieron famosos post-mortem: los «influencers» de la Yihad. La idea del ISIS era magistral: resultaba imposible detectar un ataque en el que no se podían interceptar comunicaciones previas porque, sencillamente, no las había.
P. ¿Qué convierte a un joven europeo de origen marroquí en una bomba?
R. Es curioso, acabas de dar en uno de los perfiles más recurrentes de terrorista del ISIS que atenta en Europa: chavales de entre 15 y 35 años, europeos pero con padres extranjeros y -esto es lo sorprendente- provenientes de familias nada radicales. Si nos fijamos, la radicalización ocurre durante la adolescencia, cuando el muchacho busca rebelarse contra papá y mamá y comienza a verles como malos creyentes. Anhela ser alguien, destacar en medio de una sociedad que le niega la grandeza que busca todo adolescente. Y como no podía ser de otra manera, la radicalización ocurre a través de las redes sociales.
P. ¿Qué posición juegan Turquía y Estados Unidos?
R. Bueno, Turquía y EEUU, durante la guerra de Siria, armaron a milicias laicas o islamistas desde la base militar de Incirlik, pero se acordaron a tiempo de Afganistán y se cuidaron mucho de no armar a aquellas brigadas que olieran a Yihad. A los yihadistas, por otra parte, esto les daba igual, porque sacan pasta y armas de los jeques del Golfo, a los que ya no pueden controlar ni sus propios gobiernos. EEUU, por su parte, también financió a los kurdos durante un tiempo para que lucharan contra el ISIS pero, en 2019, Donald Trump les retiró la protección militar, y los turcos (que no se llevan muy bien con los kurdos y a quienes las protestas de Trump no les quitaron mucho el sueño) invadieron el norte de Siria y les dieron una señora paliza. Los kurdos no están muy contentos: ya es la tercera vez en 50 años que EEUU se alía con ellos y luego les abandona en el último momento.
P. ¿Y Rusia y China?
R. Rusia combate la yihad en Daguestán y Chechenia, aunque últimamente empezó a apoyar a los talibán para llevarse bien con ellos al darse cuenta de que iban a ser los nuevos amos del cotarro. En Siria, también dice luchar contra los yihadistas, pero lo cierto es que bombardea inmisericordemente a toda facción que se enfrente a su aliado, el dictador Bashar al-Assad; con civiles incluidos. En cuanto a China, con la excusa de reprimir el yihadismo, aprovecha para sacudirle todo lo que puede a sus ciudadanos uigures, que son musulmanes y separatistas, metiéndolos en campos de internamiento, y lindezas similares.
P. La geopolítica es complicada, y se caracteriza por debates encarnizados. ¿Hasta qué punto nos explica el mundo?
R. Mucho menos de lo que se dice. Una enemistad entre dos clanes afganos, por ejemplo, o una pugna entre dos comandantes yihadistas -como la que aceleró el nacimiento del ISIS- pueden influir tanto o más sobre la Historia que la dichosa geopolítica. No es que la geopolítica no lo intente; es que la realidad tiene la fastidiosa manía de imponerse a bofetón limpio sobre los planes de las naciones. Una cosa es planear algo y otra que esos planes salgan bien. En Occidente, aun así, nos encanta ver el mundo como una gran partida de ajedrez entre titanes que deciden el destino de sus pobres y honrados pueblos, entre otras cosas porque nos permite no sentirnos responsables de ningún mal. Pero eso es un cuento de hadas setentero: el mundo resulta mucho más complicado.
P. Los ongi etorri y demás homenajes en Euskadi a los etarras nos espantan. ¿Qué grado de heroísmo se atribuye al terrorismo islámico en comunidades musulmanas europeas?
R. Bueno, si se trata de alguien que crea en el Islam clásico, o si es incluso islamista (es decir, fundamentalista pero partidario de ganar unas elecciones, no de liarse a tiros), lo habitual es que rechace los atentados, o bien que los niegue directamente, achacándolos a oscuras teorías de la conspiración. Por el contrario, los que creen en la yihad, como ya te podrás imaginar, los celebran sin tapujo alguno. Siempre me llamó la atención el hecho de que, después de la masacre de Charlie Hebdo, en 2015, muchos estudiantes de instituto de las barriadas se negaron a guardar un minuto de silencio. Esta complicidad pasiva acabaría por costarle la vida al profesor de Historia Samuel Paty, que sería decapitado en 2020 tras ser delatado por dos de sus propios alumnos a cambio de 300 euros. Estos creían que sólo se iba a llevar una paliza, y les pareció bien.
P. Internet es un cauce de expansión del islamismo, y también una forma de detectarlo e impedir atentados. ¿Juega a nuestro favor o a nuestra contra?
R. Juega en nuestra contra, sin duda alguna: se ha convertido en el método principal de reclutamiento yihadista desde que lo puso de moda la banda de Al-Zarqawi, en el 2003. Ya no hace falta irse al Tora Bora para hacer las pruebas de selección de Al Qaeda, como ocurría en tiempos de Bin Laden. Aparte, yo no diría que es tan fácil detectar atentados inminente a traves de la Red: los yihadistas prefieren reunirse en persona, y utilizan redes hawala (basadas en la palabra de honor) para financiarse. Si uno no quiere que le pillen, los viejos métodos siguen siendo los mejores.
P. El terrorismo es un mal en el que la gente ha dejado de pensar a la semana del atentado. ¿Cómo de presente está en realidad en nuestras vidas?
R. Mucho más de lo que creemos, a pesar de que siempre aparezca algún cantamañanas asegurando que los gobiernos exageran la amenaza terrorista para «controlarnos» y demás frases salidas de Matrix. Lo cierto es que el público solo se entera de los atentados que tienen éxito, pero los que son frustrados por las autoridades cuentan muchos más: sólo en el 2016, si no equivoco los números, se registraron en España diez intentonas, en Francia 23, y en Reino Unido 76.
P. Dices que el yihadista medio odia más al hereje musulmán que al infiel cristiano. ¿Hasta qué punto es también la yihad un odio hacia uno mismo?
R. Al contrario, como todos los extremistas, los yihadistas aman su nuevo yo, limpio, resplandeciente y en posesión de la Verdad, mientras que consideran a todos los demás una panda de impuros. De hecho, eso es lo que atrae del yihadismo a todos esos adolescentes cuyos padres no son para nada unos fanáticos: les da autoestima, habiendo dejado atrás una vida de pecado.
P. Desde la derecha, fronteras seguras y echar a los inmigrantes que delinquen. Desde la izquierda, amistad entre los pueblos y corrección política. ¿Alguna de estas líneas de actuación tiene validez para este problema?
R. Por desgracia, ambas ideologías parecen mucho más centradas en ganar followers que en pararse a reflexionar sobre el asunto. La derecha más dura habla de expulsar inmigrantes, pero el perfil de muchos operativos del ISIS era precisamente el de jóvenes de segunda generación, cuyos padres, precisamente, no apoyaban su extremismo. Aparte, la derecha tiende a confundir a los musulmanes con los yihadistas en general, lo cual es un insulto a las decenas de miles de musulmanes que han dado su vida peleando contra los yihadistas en Argelia, Irak, Afganistán, Nigeria o Somalia, por poner sólo algunos ejemplos. Y en cuanto a la izquierda, yo he llegado a escuchar cosas como que no se podían criticar las acciones de Al-Shabaab en Somalia porque «forman parte de su cultura» y eso significaba hablar desde el «privilegio blanco.» Primero, que le cuenten eso a un somalí al que están a punto de ejecutar en medio de la calle por adulterio. Segundo, que alguien les diga de una vez de que la cultura somalí -si es que la conocen- tiene muy poco que ver con la ideología wahabí que ostenta Al-Shabaab. En fin, menos corrección política y más reacción política. De lo contrario, acabarán pagando los de siempre, mientras los occidentales nos enzarzamos en sesudos debates de salón.
P. Hay una cierta idea a confundir árabe con persa y a meter todo el terrorismo islámico en el mismo saco. ¿Cuáles serían las familias?
R. Pues por un lado, los yihadistas que atacan a su gobierno y a sus conciudadanos, casi siempre musulmanes, como por ejemplo hacen los talibán. Por el otro, los que desean también apuntarse a la «teoría del enemigo lejano» y atacar a los países que ayudan a esos gobiernos, ya se trate de Al-Shabaab contra Kenia o Al Qaeda contra EEUU. En cuanto a las familias étnicas o religiosas, importan bastante menos: Hezbolá (chií) le enseñó un par de trucos a Al Qaeda (suní) cuando convivieron las dos en Sudán, y los yihadistas de Boko Haram (Nigeria) se franquiciaron no hace tanto con el ISIS (Irak). Porque a todos ellos les une algo más potente que un credo o una nacionalidad: les une la ideología.
P. ¿Qué puede frenar el terrorismo islámico?
R. Para empezar, aprender a distinguir a los yihadistas de los musulmanes en general; porque al final del día, son ellos los que se van a pegar contra los terroristas, y no nosotros. Las tribus suníes de Ambar, por ejemplo, fueron claves en la derrota de Al Qaeda en Irak en 2007, como bien lo supo entender el general Petraeus, y la Alianza del Norte venció a los talibán en el 2002, a base de cargas de caballería acompañadas de bombazos americanos. Entiendo que en Occidente no solemos molestarnos en mirar más allá de nuestro propio ombligo, ya sea para echarnos flores o para lloriquear compungidos, pero si se quiere derrotar al yihadismo, es necesario aprender cómo funcionan otros países, sus etnias, sus clanes tribales y, sobre todo, saber distinguir a un musulmán de un fundamentalista, y a un fundamentalista de un yihadista. No hacerlo es sencillamente suicida.