El cardenal Pell, jefe de finanzas, declara ante una comisión de investigación del Gobierno de Australia
Desde las diez de la noche a las dos de la madrugada, en el salón de un hotel de Roma y bajo la mirada de una quincena de víctimas de abusos sexuales llegadas ex profeso, el cardenal australiano George Pell, responsable de las finanzas del Vaticano, declaró el domingo por videoconferencia ante una comisión gubernamental de su país que investiga casos de pederastia ocurridos entre los años setenta y noventa. El cardenal australiano, que no está acusado de abusos sexuales pero se sospecha que pudo haber hecho oídos sordos ante algunas denuncias, admitió que la Iglesia australiana “cometió errores enormes” al no reaccionar de forma adecuada ante los casos de pederastia. George Pell, de 74 años, es el más alto cargo de la Iglesia católica en declarar por un asunto relacionado con la pederastia.
“No estoy aquí para defender lo indefendible”, dijo el cardenal, “la Iglesia, en muchos lugares y ciertamente en Australia, ha estropeado las cosas y ha decepcionado a la gente”. Aunque se escudó repetidas veces en su “frágil memoria” para evitar responder sobre casos concretos, sí admitió que el traslado de parroquia en parroquia del sacerdote Gerald Ridsdale —quien abusó repetidamente de más de 50 menores de la ciudad de Ballarat desde la década de los sesenta hasta los ochenta— fue “una catástrofe para las víctimas” y admitió que si se hubiese combatido con anterioridad “se podría haber evitado una enorme cantidad de sufrimiento”. La duda de los “supervivientes” –así se autodenominan—de aquellos abusos es hasta dónde supo y, en tal caso, hasta dónde calló Pell, quien nació y fue sacerdote en Ballarat durante los mismos años en los que el capellán Ridsdale cometió aquellos abusos. También se preguntan las víctimas si es posible que, una vez nombrado arzobispo de Melbourne en 1996, siguiera sin enterarse de nada.
El discurso de las distintas víctimas que, gracias a una colecta han podido sufragarse el viaje hasta Roma, coincide en un punto fundamental: las palabras de condena de Jorge Mario Bergoglio son muy positivas, e incluso valoran las medidas preventivas que el Vaticano trata de poner en marcha, pero todo eso ya no es suficiente. “Queremos acciones reales de la Iglesia católica para ayudar a las víctimas a reconstruir sus vidas, y eso hasta ahora no ha sucedido”, explicó Anthony Foster, cuyas dos hijas —Emma y Katie— sufrieron abusos por parte de sacerdotes en los años ochenta, durante su niñez. Emma terminó suicidándose y Katie fue atropellada por un coche mientras caminaba ebria por una carretera. Antes de la declaración del cardenal Pell, Anthony Foster explicó a la agencia Efe: “Esperamos escuchar la verdad, lo que el cardenal Pell sabía, su conocimiento sobre la organización y lo que él hizo, también lo que podía haber hecho para proteger a nuestras hijas y a otros cientos y cientos, probablemente miles, de niños”.
Durante la comparecencia, que se inició a las 22.00 horas de Roma, ocho de la mañana en Australia, el cardenal Pell dijo que no había podido viajar a Australia para someterse a las preguntas de la comisión por motivos de salud. En más de una ocasión, cuando se le preguntó por casos concretos, respondió: “No recuerdo que hayan pasado este tipo de cosas, y en consecuencia no lo creo, pero mi memoria es a veces falible”. Sí admitió, en cambio, que en aquella época la tendencia generalizada de la Iglesia era no dar crédito a las denuncias de los menores para “proteger la vergüenza de la institución”. Aunque admitió que a principio de los setenta sí le informaron “brevemente” de lo que estaba sucediendo, volvió a excusarse: “En aquellos días no estábamos tan alerta como lo estamos ahora. Debo decir que, en aquellos días, si un sacerdote negaba este tipo de actividades, yo me inclinaba fuertemente a aceptar su negación”.