Treinta y cuatro hombres llevarán al Cristo de la Hiniesta a la Catedral
"La noche previa apenas duermo, no puedo contener los nervios. Y cuando llega el momento de meterme bajo mi Cristo para sacarlo a la calle siento una emoción especial, no sé explicarlo con palabras. Es lo más grande que me ha podido ocurrir, tener el privilegio de llevar a mi Cristo". Sólo en estos o parecidos términos saben explicar la inmensa mayoría de los costaleros de Sevilla el por qué de su devoción y de su particular forma de entender la penitencia.
Estos días la capital andaluza vive la Cuaresma -los cuarenta días previos a la Pascua- de forma especial. En el particular calendario del 'capillita' sevillano equivale a decir que son los días más importantes del año. Es tiempo de cultos, de preparativos, de organización, de limpieza de enseres, de venta de papeletas de sitio. Bullen las casas de hermandad, los bares cofrades, las capillas y las tertulias radiofónicas sobre Semana Santa.
Y es también el momento en que las cuadrillas de costaleros, con sus capataces al mando, aprovechan para realizar los últimos ensayos de cara a los días grandes, para que al discurrir por las calles de la ciudad los pasos anden como tienen que andar.
En el paso del Cristo de la Buena Muerte, de la Hermandad de la Hiniesta, cada costalero -respartidos en dos cuadrillas que se alternan- carga con más de cincuenta kilos de peso sobre su cerviz durante casi seis horas. Treinta y cuatro hombres bajo las trabajaderas de un paso de 1.800 kilos que llevan, desde la parroquia de San Julián hasta la Catedral de Sevilla cada Domingo de Ramos.
Condiciones físicas
"No hay que tener una fortaleza física fuera de lo normal. Sólo hay que dar una talla -entre 1,65 y 1,85 de altura-, estar en forma y tener buena salud". Alberto Olea, representante de profesión y electrónico de formación, lleva cinco años como costalero de la Hermandad de la Hiniesta y ninguna lesión grave hasta la fecha.
'El costalero sabe que va de penitencia y evangelizando', dice Rafael Ariza
Y eso que, además de sacar al Cristo de la Buena Muerte, también hace de costalero en las cofradías del Museo, el Lunes Santo, y La Carretería, el Viernes Santo. "Mi sueño sería sacar un paso cada día de la Semana Santa. Y en particular, el del Gran Poder".
"Bajo la trabajadera, los momentos que vivo con más emoción son la salida de San Julián y la subida de la Cuesta del Bacalao. Son momentos especiales para los que te preparas durante todo el año. Entonces se te olvidan todos los sacrificios que has tenido que realizar durante el año y disfrutas de lo que estás viviendo ahí abajo".
El hombre al mando de la cuadrilla a la que pertenece Alberto es heredero de una larga saga familiar de capataces sevillanos. Ramón Ariza comanda el paso del Cristo de la Buena Muerte el Domingo de Ramos. Su hermano Rafael, el del palio de la Virgen de la Hiniesta.
Ambos coinciden sobre el nivel de compromiso de sus hombres. "Si no existiera devoción y una profunda fe, ninguno de ellos se metía debajo del paso. Saben que están realizando una estación de penitencia y, al mismo tiempo, evangelizando y mostrando su fe por las calles de Sevilla. Por eso trabajan como trabajan".
La familia Ariza lleva más de cien años al frente de cuadrillas de costaleros. "Lo que sabemos lo aprendimos de los que nos precedieron. Tenemos el orgullo de llevar a la práctica los conocimientos que nos transmitieron nuestros ancestros. Es un privilegio", asegura Ramón, de la cuarta generación de capataces Ariza, junto a Rafael y Pedro. "Hay una quinta generación en preparación", bromea Rafael. "Con entre 5 y 10 años, ya hay Arizas al frente de Cruces de Mayo que serán capataces en un futuro no demasiado lejano".
Todo en orden bajo los palos
Poco antes de la medianoche, los capataces convocan a su cuadrilla para realizar uno de los últimos ensayos por las calles del barrio antes del gran día. En el interior de la casa de hermandad pasan lista y realizan la 'igualá', operación consistente en ordenar a sus hombres según su altura. Los más altos irán en las primeras trabajaderas, cinco por palo, salvo en la que queda bajo el cajillo donde encaja la cruz del Crucificado de la Buena Muerte.
"Durante la estación de penitencia no hay espacio para la improvisación. Todos, costaleros, capataces y contraguías, deben mantener una gran concentración durante todo el camino", explica Rafael Ariza. "Cualquier despiste puede provocar una desgracia".
Para evitarlo, esta noche de Cuaresma los hombres de Ariza sacan el paso del Cristo de la Buena Muerte del almacén donde la hermandad lo guarda todo el año. Quieren hacer las últimas comprobaciones por los estrechos callejones del barrio. Un pequeño grupo de miembros de la hermandad acompaña al paso desnudo. Suena una marcha de cornetas y tambores en un reproductor portátil. Marcan el paso. Los Ariza dan órdenes, "¡Oído a lo que se manda!". El paso revira. Un ensayo menos para el Domingo de Ramos.