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Terrorismo yihadista y mamporreros del poder

Cuando un acto terrorista sacude la vida cotidiana en suelo occidental, una pléyade de presuntos expertos en islamismo y el mundo árabe y musulmán emergen de súbito y copan en los medios de comunicación los sillones habituales de los tertulianos de oficio. Son mamporreros del poder, hombres blancos de lustre europeo en su inmensa mayoría, que pseudoanalizan la realidad a base de lugares comunes y opiniones recurrentes que nada añaden a la comprensión de un fenómeno complejo donde inciden factores de naturaleza muy diversa.

Dándole vueltas a lo mismo, su ejercicio de aparente sabiduría intelectual nos viene a decir tres cosas invariables: Occidente es la verdad absoluta, los terroristas son extremistas y malos intrínsecamente y están llenos de odio visceral y el Islam es una religión basada en la violencia. A esta triada de banalidades suelen agregar que el terrorismo es impredecible e imposible de parar con medidas de seguridad represivas, ya sean de carácter policial o militar.

De ese círculo vicioso no se sale nadie: estamos ante el conocimiento oficialista que presenta la realidad como un maniqueísmo ideológico, social y político inalterable. Una perspectiva crítica que postule un análisis alternativo donde las responsabilidades y culpabilidades respondan a causas estructurales sin maldades o bondades preconstituidas a tal efecto se desecha por principio, siendo sospechosa de connivencia con el enemigo o adversario árabe islamista de corte radical.

De esta manera, nadie puede entender el por qué (mejor en plural) de un ataque terrorista, suicida o no, perpetrado con logística de apoyo o en solitario. Resulta evidente que el terrorismo contemporáneo no se puede combatir desde la mera represión policial. O se atajan sus causas en origen o habrá atentados más tarde o más temprano.

La pregunta que se obvia en cualquier análisis medianamente ponderado e independiente desde Occidente es a quiénes beneficia esa explosión indiscriminada de violencia, que por cierto se cobra más víctimas árabes que de ninguna otra nacionalidad.

Molesta pregunta, por supuesto, pero la única que intenta ir al meollo de la cuestión. Tras una masacre de civiles, ciudadanos anónimos y corrientes de cualquier ciudad, ante la masa de muerte indiferenciada la percepción instantánea es que todos podíamos ser cadáveres de una locura irrefrenable. Se produce, pues, una conexión emocional de miedo pánico con los fallecidos, a la vez que un odio ético casi natural mira a los asesinos para saldar cuentas con ellos. Las autoridades saben de este sentimiento humano irracional; saben también que los problemas sociales, políticos y económicos pasan a un segundo plano, cesando la conflictividad doméstica y produciéndose un efecto mariposa de unión nacional (occidental) y solidaridad consigo mismo y el entorno casero. Surge un nosotros ambivalente, espontáneo, defensivo y acrítico que permite al establishment seguir implementando de tapadillo sus políticas neoliberales de recortes salvajes y de derechos sociales y civiles. Contra el enemigo todo vale, todo está permitido en un estado psicológico de guerra. Esto por lo que respecta a Occidente.

En el mundo árabe, los grupos terroristas, avalados a escondidas por las dictaduras de facto de Arabia Saudí y los países más opulentos del Golfo Pérsico, fortalecen por contraste los intereses de las multinacionales y de las elites y castas autóctonas en el poder. En tal escenario, las posturas laicas y democráticas son anuladas por ambas facciones.

A nadie escapa, que el mantenimiento permanente del conflicto en Palestina y las hordas armadas por la CIA, Riad y Occidente son piezas móviles que permiten el saqueo del petróleo y otras riquezas y la imposibilidad de un desarrollo democrático de los países árabes. Son guerras que se atizan constantemente para que el statu quo favorable a los intereses neoliberales corporativos no sufra cambios significativos en detrimento de la primacía capitalista occidental.

Desde la aparición de los taliban en la Afganistán procomunista, pasando por Bin Laden y su Al Qaeda hasta llegar a ISIS, todos los grupúsculos de terror sin excepción han sido inspirados por el salafismo saudí y Washington mediante pertrechos ideológicos y recursos financieros bajo cuerda: una veces luchaban contra el fantasma marxista y otras, en bandazos inauditos, mordían la mano de sus protectores iniciales. Así es el juego de la geoestrategia, terrorismo estatal contra terrorismo yihadista, anverso y reverso de la misma moneda.

A ello debemos agregar los bombardeos selectivos o a gran escala contra en Irak, en varias ocasiones, y Siria, creando monstruos en las figuras de Sadam Hussein y Bashar al-Ásad, iconos políticos de moral no diferente al resto de mandatarios árabes. Ha sucedido que se han mostrado díscolos o autónomos frente a los designios de la Casa Blanca y Bruselas: ese ha sido su verdadero crimen.

Hablando de crímenes. Nadie se acuerda y todos dan por bueno que para detener el terrorismo vale lo que sea aunque salten por los aires los mínimos corsés del derecho internacional: bombardeos masivos de población civil y cárceles donde las sevicias inconfesables y torturas inhumanas campan a sus anchas: Guantánamo, Abu Ghraib…

Reducir el terrorismo a una locura inhumana de un grupo de chalados que se dejan manejar por mentes oscuras de inspiración religiosa es un análisis de escasa entidad política e intelectual. Pura propaganda del sistema de la globalización. El fenómeno de violencia indiscriminada obedece a causas estructurales y la mayor responsabilidad recae en los centros de poder occidentales y en le régimen-mundo neoliberal.

El terrorista ejecutor es también una víctima del sistema que opera como chivo expiatorio de un colectivo falso denominado “nosotros los blancos occidentales”. Ahora, nueva ocurrencia del ministro francés de interior Bernard Cazeneuve, se saca de la chistera un perfil de terrorista hasta ahora desconocido, el terrorista exprés que solo precisa de algunas horas para pasar de ser anónimo de la precariedad vital a agente de la maldad islámica. Así se ha catalogado al autor del atentado en Niza, un francés de origen tunecino, no fanático de la religión y drogadicto en sus horas bajas de melancolía existencial.

La enésima lectura de las causas del terrorismo nos dice subrepticiamente que cualquiera puede transformarse en un vil malhechor y asesino de masas en cuestión de minutos. Por tanto, dedúzcase que todos los refugiados e inmigrantes son sospechosos por el mero hecho de ser de las afueras de la sacrosanta democracia capitalista y occidental potenciales terroristas de la noche a la mañana.

Otra categoría de estudio para los análisis pedestres de los mamporreros expertos en terrorismo internacional. El círculo vicioso de estupideces es inagotable. La próxima masacre, que ya anuncian los agoreros del pesebre intelectual, traerá más perfiles y categorías de estudio para justificar su presencia como expertos en tertulias y foros de opinión. Y la vida continuará igual: la gente corriente muriendo en los campos de batalla árabes y en las calles concurridas de las urbes, cualquier ciudad, del mundo occidental.

Mientras tanto, subirán los márgenes de beneficio de las internacionales, cundirá el miedo por doquier y se incrementará la xenofobia y, como corolario de rebajas, se producirán más recortes en derechos laborales, sociales y civiles. Y la ultraderecha y el fascismo, haciendo adeptos de la confusión generalizada y el caos geopolítico. Por otra parte, Israel y Arabia Saudí persistirán en su empeño de ser diques de contención a salidas democráticas y populares.

Cuidado con los mamporreros del poder: siguen directrices de la verdad absoluta occidental. Solo son expertos en difundir lo que las elites desean. Nada más. Sus pomposos títulos son meros adornos para dar realce académico a sus sandias opiniones y sus recurrentes perspectivas de saldo. No son nada más que lo que son, pero parecen filósofos de gran altura. Su cuidada retórica y uso de palabras largas y raras no es más que recurso técnico para dar brillo a sus mendaces proclamas. Si somos críticos y ponemos la duda a trabajar, son fáciles de detectar.

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