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Te Deum, en un estado ¿laico?

Si ya el ser uno de los seis países en el mundo en mezclar una celebración republicana con una religiosa era una pésima señal para la neutralidad en un Estado laico, tener dos de ellas es, por lo vivido, aún peor. El resto de los países que tienen una celebración similar son Argentina, Bélgica, Guatemala, Haití y Perú. Colombia, si bien hasta el 2016 era el séptimo en hacerlo, al día de hoy el Te Deum sigue suspendido como actividad oficial del Estado colombiano debido a una resolución del Consejo de Defensa de Colombia, ante una demanda impuesta por el ciudadano Miguel Ángel Garcés Villamil, quien argumentó que el Estado (de Colombia) al acoger una celebración de una religión en particular está negando la diversidad y el pluralismo que exige la Constitución y viola el deber de neutralidad e igualdad de todas las confesiones ante la ley. La suspensión permanecerá hasta que el proceso judicial culmine. Sin dudas hay que seguir de cerca dicho proceso que pueda sentar algún precedente en defensa de la libertad y la necesaria neutralidad del Estado en estos asuntos.

Volvamos a Chile. En la historia del país, esta ceremonia ha tenido episodios de todo tipo, como era de suponer en temas relacionados con la política y sus vaivenes. Pues, al final y al cabo, cuando se violan principios básicos del laicismo, y se entremezclan temas que originalmente no tienen que ver, ellos se verán contaminados por los mismos vicios.

La ceremonia religiosa que lleva por nombre Te Deum, haciendo referencia al cántico homónimo perteneciente a la rama católica, dentro de la variedad del cristianismo, ha sufrido también distintas variaciones. Este año, de hecho, en una idea nacida en los años setenta, la ceremonia a cargo del catolicismo llevó añadido el carácter ecuménico, y tuvo invitados a representantes de otras religiones. Esta situación de la injerencia de los credos en política, y su respectivo interés y aprovechamiento político- electoral desde el lado de la clase política o gobernante, gatilló que el año 1975 se realizara el Servicio de Acción de Gracias, también conocido como Te Deum Evangélico, aun cuando en dicha ceremonia no se realice la entonación de esa canción en particular (que de hecho pertenece al mundo católico). Este encuentro nació como parte de una jugada política de parte del dictador Augusto Pinochet, quien empezaba, en ese entonces, a recibir vueltas de espalda, respecto al apoyo inicial, de ciertas autoridades del credo católico, quienes a diferencia del incipiente pero creciente mundo disgregado de las distintas iglesias evangélicas, literalmente entregaron apoyo a la dictadura, el cual incluso se vio refrendado en la conocida carta de apoyo al golpe militar en 1974, llamada “Declaración de apoyo al gobierno militar del 13 de diciembre de 1974” [Mansilla; Orellana, 2018].

Habiendo repasado muy brevemente algo de la historia del por qué en Chile, a falta de una celebración republicana mezclada con una religiosa, tiene dos, es necesario revisar el trasfondo del asunto debido a la, además, mala práctica o literalmente falta de respeto de parte de los organizadores de este evento al cual, para lamento de quienes promovemos y propagamos el laicismo y sus bondades, asisten variadas autoridades del mundo civil haciendo uso de su investidura y no como personas naturales, quebrando así la neutralidad del Estado respecto del variopinto mundo de las creencias.

Hace no mucho, específicamente el año 2016, el aquel entonces cardenal Ezzati, se dio el gusto de pautear e interpelar directamente a la presidente Bachelet, debido a los avances en su gobierno respecto a la ley de aborto en tres causales causando molestia y polémica, justamente a mi entender, en el gabinete y la sociedad secular. Al año siguiente, durante la ceremonia realizada en el último año de Bachelet, ahora tras haber promulgado la ley de aborto en tres causales y haber realizado avances en el proyecto sobre matrimonio igualitario, la presidente nuevamente fue objeto no solo de epítetos de grueso calibre por parte de asistentes y fanáticos que adhieren a los distintos credos del protestantismo en Chile, sino, y ahí lo grave, de sendas reprimendas en los discursos centrales del evento por parte de los organizadores, al punto que la actitud fue calificada de arrogante, maleducada e inapropiada por la gran mayoría del país y en redes sociales causó revuelo a nivel mundial. Esto causó quiebres internos en las distintas directivas que convocaron a ese credo. Uno de los que mayor impacto causó fue el discurso del aquel entonces candidato a diputado, Eduardo Durán, hijo del obispo de una de esas vertientes, quien aprovechó la situación para promover su candidatura a un escaño que finalmente obtuvo. ¿Puede estar más claro lo nefasto de mezclar estos dos dispares mundos? ¿Puede el o la presidente de un país voluntariamente aceptar este nivel de desfachatez, incongruencia y falta de respeto?

Paradójico resulta que, en ese minuto el candidato presidencial Sebastián Piñera, inexplicablemente defendiera a los que insultaron a la presidente, como una jugada política para obtener el voto de quienes estaban de acuerdo con los vociferantes y exaltados adeptos de ese credo. Hoy, cuatro años después, pero ahora con este mismo ex candidato hoy investido presidente de la nación, le ha tocado recibir una falta de respeto muy similar y ya en tonos que, a todas luces, no forman parte del clima de tolerancia y respeto que debiesen tener quienes organizan estos actos, con la venia, dicho sea de paso, de quienes ostentan los principales poderes en el país. Tanto en el Te Deum ecuménico como en el Servicio de las Iglesias Evangélicas, el actual mandatario fue objeto de fuertes e irrespetuosas críticas y discursos coercitivos en torno, hoy, a los avances que promovió en su cargo respecto al matrimonio civil igualitario y otras leyes similares. Cito parte de la homilía del actual Arzobispo de Santiago, Celestino Aós: “Damos gracias por todos aquellos que buscan respetar y proteger los valores no negociables: el respeto y la defensa de la vida humana desde su concepción hasta su fin natural, la familia fundada en el matrimonio entre hombre y mujer, la libertad de los padres para elegir el modelo y el establecimiento de educación de los hijos…”. Previo al párrafo mencionado, nombró no solo al presidente y autoridades civiles, sino que además emplazó a los actuales convencionales constituyentes, quienes quizá entendiendo lo importante de un Estado laico declinaron asistir, y que tienen como misión crear la nueva Carta Magna del país. Aborto, eutanasia, matrimonio y educación, cuatro de los principales proyectos y ejes que hoy se discuten tanto en el congreso del país, como en la convención encargada de la nueva Constitución, intentando ser dirigidos con la amenaza de ser valores “no negociables” para el credo católico. Por su parte, en el lado de los evangélicos, Piñera también fue vejado en su investidura por parte de quienes estuvieron a cargo de los discursos. En particular, Héctor Cancino, presidente de una de las coordinadoras del movimiento, lo encaró y señaló que “el matrimonio ES entre un hombre y una mujer” y que “La iglesia evangélica … no acepta la imposición de ideologías y modelos de vida de estas minorías que se contraponen con nuestros derechos ciudadanos, de sostener un estilo de vida conforme a los principios cristianos”, respecto a la ley de Matrimonio Civil Igualitario cuyo trámite, recordemos, fue acelerado por el gobierno de Piñera.

Mencionados los eventos e incidencias respectivos, el análisis de ellos lo dividiré en dos partes. Primero, analizaré la obsolescencia o extemporaneidad de la ceremonia, y segundo, una hipótesis respecto a la motivación de estos actos alejados del respeto a la figura del presidente de la república.

Ya había mencionado lo insólito de un Te Deum y la microscópica cantidad de países que aún ostentan este tipo de ceremonias, en desmedro de los países que corrigieron esta ceremonia anómala y extemporánea, que está en contraposición explícita con la neutralidad necesaria de un Estado respecto a las prácticas de los cultos de turno. A propósito de una fecha reciente, 20 de septiembre, día en que se conmemora el librepensamiento, rememorando la fecha de la Toma de Roma en 1870 en la que se derrotó a los Estados Pontificios liderados por el papa Pío IX, que finalizó con la unificación italiana y que puso fin a 1116 años de los Stati della Chiesa o a los gobiernos dictados por el dios católico en particular. Hoy el otrora imperio de los Estados Pontificios, está reducido a 44 km2 en un enclave en Roma, otorgado por Italia en los Pactos de Letrán, y que lleva el nombre de Estado de la Ciudad del Vaticano, desde 1929. Habiendo ya, por otro lado, transcurrido 211 años desde que Chile abrazó su independencia de la monarquía española y el representante del “derecho divino”, se hace cada vez más necesario ir cerrando las puertas a los vestigios de esa monarquía. Era lógico que, en tiempos de la colonia, y tras 212 años de dicho período, la religión y sistema político de los conquistadores tuviese secuelas o sentara precedentes. Así fue como José Miguel Carrera, solicitó a la autoridad eclesiástica de ese entonces -que por lo demás concentraba gran cantidad de poder administrativo, considerando que monopolizaba el registro de los nacimientos, defunciones y matrimonios (hasta pasada la vigencia de las leyes laicas de finales del 1800)- la entonación del canto conocido como Te Deum (a ti Dios) en modo de conmemoración del segundo año desde la formación de la Primera J unta de G obierno. Desde aquel momento, insisto, quizá otrora justificado, es que dicha ceremonia se ha realizado con pequeñas modificaciones intermedias durante estos 210 años. Sin embargo, hoy los estados y las naciones dejaron de ser colonias de gobernantes con poderes divinos y, tras el avance independiente del conocimiento, también secuestrado por el poder eclesiástico de antaño, se ha avanzado asaz no solo en el conocimiento del mundo y el origen de la vida, que reemplazó el creacionismo o las fábulas respecto la historia de los primeros hombres o del universo, sino también en valores que han permitido la sana convivencia de los diversos ciudadanos del mundo, como son la tolerancia, el respeto y la aceptación de la diversidad, en cuanto credos, razas (término incluso obsoleto), costumbres, etc. Ello, tras el crecimiento de la educación y, últimamente, los efectos de la globalización, que nos hicieron comprender que nuestra existencia y las costumbres que cargamos solo dicen relación con un efecto del azar espacio/tiempo. Ello de algún modo, y considerando que al día de hoy hay 4200 religiones en todo el orbe [Shouler, 2012], ha permeado en la sociedad y la ha secularizado. El mismo reconocimiento de esta diversidad, intensificada con los masivos movimientos migratorios, hace imposible de manera natural mantener la casuística de que solo una (de las 4200) es LA religión verdadera, por tanto, incluso dentro de las mismas iglesias, se han formado movimientos ecuménicos o que agrupan a distintos credos, y este efecto es inmensamente superior en la sociedad civil. C onsiderando este panorama, in crescendo por lo demás, los estados y sus gobiernos han debido adoptar medidas que, más que segregar o mantener una diferencia, unan a sus habitantes o les permitan no ser discriminados por sus tradiciones, valores o creencias, aún cuando no coincidan con las del pretérito reciente de la nación que hoy les ha tocado habitar. Este hecho es el que justamente, y desde hace al menos dos décadas, ha impulsado demandas desde la ciudadanía a los poderes ejecutivos y legislativos de los países, a que modernicen sus agendas y, si bien no sean prohibidas en absoluto, las ceremonias que no representen a la totalidad de los habitantes de un país empiecen a ser relegadas a los planos individuales y voluntarios, como corresponde para una actividad en que la república se vea involucrada, como es la conmemoración de una junta de gobierno o una independencia.

Hoy, los actos derivados por los mismos protagonistas de estos eventos, debiesen poner en tela de juicio la cancelación de este acto como acto oficial de un país y comenzar a instaurar nuevas tradiciones, para que nuestra donación a las siguientes generaciones lleve el sello de la tolerancia, la diversidad y el respeto al ser humano como tal, habitante de un país donde todas las cosmovisiones y cosmogonías sean bienvenidas y ninguna de ellas privilegiada. En síntesis, la anhelada neutralidad del Estado laico, de la que se escribía ya en el siglo XVII: “…todos estaban de acuerdo que la sujeción del Estado a la Iglesia era espuria. Montesquieu … compartía la división entre Iglesia y Estado propugnada por Locke y afirmaba que las religiones no debían ser tomadas como fundamento del Estado. Los no cristianos, como Voltaire, Hume y Smith, estaban de acuerdo con él y todos respaldaban la libertad de culto por la que Locke y Spinoza habían abogado” [Copson, 2017].

La segunda y final parte de este análisis, dice relación con una hipótesis que me gustaría plantear al lector, en cuanto al alicaído alcance y efectividad del discurso de los credos de turno que, de algún modo, fuerza a sus directores o autoridades a generar polémicas como la comentada. Ya desde el 2016, tras el episodio Ezzati, he sostenido con fuerza y, por supuesto, bastante data acumulada que estos incidentes son buscados o manejados por los jerarcas de los credos organizadores de los encuentros religiosos en fiestas patrias con tal de intentar hacer llegar su discurso a través de canales masivos y prensa, considerando el peso que arrastra un acto de Estado, dado que simplemente sus adherentes voluntarios, que no solo van en caída libre en cuanto a números de manera global (aunque entre los mismos credos haya traspasos), sino además a que sus preceptos no están siendo considerados siquiera por estos mismos creyentes. Veamos. Acorde a la última encuesta Bicentenario del 2019 (considerando que no hubo registro al respecto en el último censo nacional) realizada por la Pontificia Universidad Católica de Chile, el mundo de la creencia o no creencia se divide en un 68% versus un 32%, con un diferencial de 11 puntos este último y en un alza sostenida en cada medición. De hecho, entre el 2006 y el 2019, los creyentes, independiente de la religión a la que adhieren, pasaron de un 88% a un 68%. Es decir veinte puntos de diferencia en trece años. Esos mismos veinte puntos son la diferencia, pero al alza, en el lado de los no creyentes, lo cual refleja lo recientemente comentado, es decir, una secularización de la sociedad.

Continuando el análisis, si revisamos la última encuesta disponible referente al aborto, eutanasia, matrimonio igualitario, igualdad de género y otros temas similares mal denominados “valóricos”, vemos que la encuesta Plaza Pública N° 364 de diciembre del 2020 entrega interesante referencias actualizadas al respecto. Pueden hacer el ejercicio, de todos modos, con cualquier encuesta al respecto. Todas de números muy similares.

Si vamos al tema del aborto, algo vetado por la mayoría de los credos de turno considerados en la encuesta Bicentenario, siendo la vertiente católica y la agrupación de las evangélicas las principales, sus preceptos indican que la vida humana inicia en la concepción y no en el nacimiento mismo, como para la ley civil, momento en el que se considera persona [Art. 75 Código Civil] o desde la semana 12 a 14 acorde a las indicaciones provenientes de la ciencia, que corresponde al período cuando el sistema nervioso complejo comienza a desarrollarse o las semanas 14 a 16 que es cuando el cerebro comienza su desarrollo. Recordemos que hasta el segundo mes de embarazo biológicamente hablando se llama embrión y en el tercer mes recién recibe el nombre de feto. Bien. Considerando entonces, que estos preceptos son informados constantemente a los adeptos voluntarios a sus creencias y que estos representan en conjunto un 68%, debiesen coincidir con las opiniones vertidas en la otra encuesta. Sin embargo, vemos en la siguiente gráfica que las personas que están de acuerdo con el aborto en tres causales, actual ley, corresponden al 74%. Es decir, si bien se podría esperar casi un 70% de rechazo al aborto acorde a los dogmas y preceptos de los credos, lo que sucede es casi exactamente lo contrario. Más de ese 70% incluso está de acuerdo con él. En otras palabras, 3 de cada 4 personas están en desacuerdo con esa norma que proviene de la religión. En el segundo caso, el matrimonio homosexual o igualitario, el porcentaje es exactamente el mismo. Es decir, aún cuando según el actual mandamás local del credo mayoritario en Chile indica que lo referente al matrimonio distinto al que se da entre un hombre y una mujer es un valor innegociable, sus propios adherentes no están de acuerdo con ello y no en poca cantidad, como podemos ver.

El mismo ejercicio lo pueden realizar ustedes ahora con el tema de la eutanasia, cambio de género en adultos y menores y adopción homoparental. El resultado será el mismo. Décimas más o décimas menos, el mensaje que transmiten a quienes incluso voluntariamente adhieren las personas no está causando efecto. Y si no causa efecto siquiera, repito, en los que voluntariamente siguen estas directrices, que además están lejos de ser una ley científica o universal, ¿cómo esperan entonces dichas autoridades religiosas que quienes no siguen sus creencias, deban incluso someterse a ello? La respuesta de mi hipótesis es que lo quieren imponer a través de algo que sí nos compete a todos obligatoriamente, es decir, la ley civil.

Aunque suena no paradójico, sino descabellado, esto es lo que se busca cuando se pretende pautar a una autoridad civil cuya labor no solo está lejos de replicar mandamientos de las distintas creencias de turno, sino que está justamente en la antítesis de ello. Las leyes de un país afectan a todos los habitantes e incluso a los pasajeros del territorio en que estas rigen, sin importar su nacionalidad, género, credo, origen, etc. y es por ese mismo motivo que el laicismo es la herramienta clave que permite a un funcionario público electo dirimir entre, incluso las legítimas propias, creencias y bien común. Este concepto es el que siempre debe estar presente en una sesión legislativa. El día en que se legisle nuevamente sobre aborto, eutanasia, género, matrimonio civil, etc., los argumentos sobre la mesa deben ser netamente técnicos: médicos, psicológicos, socio económicos, sociales, demográficos, sociológicos, etc. En ningún, pero en ningún caso, debiese existir un argumento, por mínimo que sea, que provenga de las religiones, pues aquel mundo es un mundo voluntario, cambiante y, opuesto 180 grados a las leyes, que como mencioné, aplican a la totalidad de los habitantes y pasajeros de una nación o país y deben ser confeccionadas y trabajadas bajo esa premisa.

¿Quita lo anterior que una persona, incluso un legislador o un presidente, pueda tener, adherir fielmente e incluso practicar los dogmas y doctrinas de una religión? En absoluto. Mientras ellos queden en el fuero interno y/o voluntario y no intenten ser impuestos a otros que, también voluntariamente, no los quieran adherir, todo estará correcto y seremos una sociedad con un gran crecimiento en tolerancia, respeto a la diversidad y libre opción.

¿Cuáles son los motivos por los cuales ni siquiera sus propios adherentes voluntarios practican o están de acuerdo con sus lineamientos? La verdad es que no lo sabemos y considero por mi parte, sería un estudio digno de ser realizado.

¿Es correcto que, pese a lo anacrónico de este tipo de ceremonias y a que es culpa del mismo poder ejecutivo y legislativo el que se mantengan vigentes en cuanto se continúa asistiendo a ellas con su investidura y continúen siendo declaradas actividad oficial entre las ceremonias de fiestas patrias, nuestras autoridades tengan que recibir maltrato de parte de los “dueños de la casa” a la que fueron invitados? La respuesta a esa pregunta, en la misma encuesta Bicentenario, fue más o menos esbozada por sus propios adherentes. Sería interesante que las cúpulas de los credos, escucharan a su propia gente, que a veces sin ser experta en el término laicismo, entienden la importancia y efecto de su significado y alcance.

Este artículo ha aparecido en la revista Occidente #521 de octubre de 2021.

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