Estos últimos días, mientras escuchaba las acusaciones contra Rita Maestre por haber “herido sentimientos religiosos” cuando entró en una capilla de la Universidad Complutense hace cuatro años (junto con otras compañeras) reivindicando que la Universidad debería ser un espacio laico, la primera imagen que me ha venido a la cabeza es lo ofendida que me sentí yo en el año 2010 cuando el Papa de Roma hizo una visita a Barcelona y una de las pocas imágenes donde aparecían mujeres fue cuando las monjas limpiaban el púlpito para el Papa en la Basílica de la Sagrada Familia. A mi me ofendió, escandalizó y entristeció. Como mujer y como feminista. Seguro que como yo muchas otras mujeres y hombres lo sintieron. Pero no lo denunciamos como una ofensa a la falta de igualdad dentro de la Iglesia ni como una falta de respeto hacia la labor que realizan las mujeres dentro de la Iglesia ni como ofensa a las mujeres en general. No sé si deberíamos haberlo hecho.
No deja de ser curioso que esté tipificado judicialmente “herir los sentimientos religiosos” y no lo esté herir los sentimientos laicos. Las personas no creyentes también tenemos sentimientos. Y me parece una ofensa tanto o más importante cometida por un estamento tan poderoso como la Iglesia Católica menospreciar y discriminar sistemáticamente a la mitad de la población mundial: las mujeres. Cuando, además, esta situación es retransmitida –y por lo tanto legitimada– por los medios de comunicación como en aquella ocasión de la visita del Papa, hace pensar una vez más, que la justicia no es igual para todo el mundo. Tal como ya sabemos, el patriarcado se hace presente una vez más mediante instituciones como el sistema judicial y la estructura de la Iglesia Católica.
Tendría un punto casi esperpéntico si no fuera por el dramatismo de la situación juzgar a la portavoz del Ayuntamiento de Madrid por mostrarse en ropa interior dentro de una capilla y no juzgar a los centenares de curas que han cometido abusos sexuales con niños.
La propia Iglesia, si quiere modernizarse, debe entrar en los nuevos tiempos; y los nuevos tiempos deben tener irremediablemente una mirada diferente e igualitaria sobre las mujeres. Todas. Las que forman parte de la Iglesia y también sobre todo el resto de mujeres. Cuando somos juzgadas por ser dueñas de nuestros cuerpos, por no responder al rol de género previsto por nosotras (básicamente como un tipo concreto de madre y un tipo concreto de esposa), o por practicar la libertad de expresión, como en este caso.
Es necesario ser respetuosos con todas las creencias, todas. Y también es necesario ser consecuentes con ello. Pero el respeto implica que todas las creencias e ideologías tengan la misma posición de igualdad por ser expresadas, mostradas o juzgadas. Igual que ha pasado en el caso de la histórica lucha de las mujeres ante el patriarcado –David contra Goliat–, la laicidad no ha tenido en este país el poder o la legitimidad que ha tenido la Iglesia Católica. Quizá ha llegado el momento de preguntarnos si no tendrán relación las dos cuestiones. ¿No estará funcionando la Iglesia como una estructura opresora hacia las mujeres que al sistema patriarcal ya le interesa mantener en las mismas condiciones y ante cualquier manifestación de oposición o reivindicación hace caer todo el “peso de la ley”?
COMENTARIO: Los sentimientos, religiosos o no, son subjetivos y en consecuencia no deben ser objeto del Código Penal en ningún caso. La actuación penal debe responder cuando se conculcan derechos, no sentimientos, y debe ser igual para creyentes o no, para espacios religiosos o no. Por otra parte, quienes deben ser merecedoras de nuestro respeto son las personas, con independencia de las creencias o convicciones que tengan, pero esas ideas si que pueden ser objeto de crítica, comentario, sátira, burla,… sin que deban tener otra respuesta que el debate en los mismo términos.