MIENTRAS el rector Francisco González Lodeiro se probaba ante los periodistas unas gafas estrambóticas para ver la realidad desde una dimensión virtual, en la Facultad de Psicología una empresa denominada Constelaciones México impartía, con el aval de la Universidad de Granada, un curso destinado a formar a terapeutas capaces de transmitir visiones "sistémicas, transgeneracionales y fenomenológicas". Para asistir a semejante curso no hacían falta gafas de realidad virtual. La virtualidad, digamos, estaba implícita en el temario. Para ingresar como alumno en el curso, el aspirante debía exponerse a una serie de pruebas insólitas en una universidad pública: contestar un cuestionario, superar una entrevista, pasar por un proceso psicoterapéutico, entregar tres fotos, el currículo y una autobiografía de dos folios. Sólo faltaba renunciar a Satanás, a sus pompas y a sus obra y jurar fidelidad de sangre al inventor del tinglado, un tal Bert Hellinger, al parecer ya fallecido. Pero lo más extraordinario es que el alumno que alcanzara el grado de experto en terapia de constelaciones (o como se llame) obtenía de inmediato de parte de la Universidad de Granada ocho créditos, un generoso reconocimiento académico.
Según ha reconocido la propia Universidad, el curso de Constelaciones México se saltó hasta tres controles de calidad. El mismísimo decano de Psicología reconoce que no se leyó el temario del curso, que fue propuesto por una profesora que ya en marzo organizó una conferencia en la misma línea.
El desprestigio de la enseñanza universitaria no es sólo asunto presupuestario. Tiene mucho que ver con la calidad de los docentes que imparten las materias y con la aplicación de las exigencias científicas mínimos para garantizar una formación científica. Si la Universidad pública tiene vías para que se cuelen en las aulas la superstición, el fetichismo, los dogmas religiosos y todas las manifestaciones de las pseudociencias (con sus respectivos aparatos ideológicos) se está minando su estructura. En la Facultad de Ciencias son constantes las intromisiones escatológicas convenientemente maquilladas. Unas veces los creacionistas, otras los clérigos doctrinarios y otras más los enviados del arzobispo se dedican a cuestionar con dogmas los fundamentos de la antropología o de la biomedicina.
Una universidad pública no puede ser contaminada por intereses particulares y visionarios. El hecho mismo de que una empresa privada como Constelaciones México se haya colado en la UGR es ya preocupante. La excelencia de una universidad comienza en los controles de calidad. Si no los estudiantes acabarán tanteando, con gafas o sin ellas, la dimensión del absurdo.