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Su reino no es de este mundo

“Si la Iglesia no nos deja, lo bautizo yo en el chorro”, dice el padre del mal llamado bebé medicamento, que es católico a pesar de todo. No me sorprendería que un párroco de Algeciras tuviese más compasión cristiana que el propio Vaticano y no pusiese pegas para bautizar a Javier, el niño milagro. Hace ya tiempo que no sólo la sociedad sino también la propia infantería de la Iglesia, la gente que está ahí fuera, en primera línea, marcha a un ritmo distinto al que quieren imponer los sabios de Roma. En algunas misiones de África, son las monjas las que muchas veces reparten los condones; y cuando les preguntan por qué, responden que el quinto mandamiento dice que no matarás, y allí el SIDA mata.

Así es la Iglesia y sus contradicciones. En su seno, desde hace dos siglos, se libra una batalla interna entre los que defienden que la fe debería ser también de este mundo y los que, por el contrario, argumentan que es el mundo moderno quien debe cambiar, y no la fe; que se mueva la montaña y no Mahoma. En ese gran debate interno, ha habido avances históricos, como abandonar la misa en latín y otros cambios que impulsó Juan XXIII y su aggiornamento, su ‘puesta al día’ que se concretó en el Concilio Vaticano II de los sesenta. Pero hace décadas que mandan en Roma los sectores más conservadores, los que sólo se mueven para desandar lo poco andado.

Esta contrarreforma, que trata aquel agguiornamento como la nueva herejía, nació con Juan Pablo II pero ha dado con Benedicto XVI sus pasos más firmes. Una de sus primeras decisiones fue, por cierto, permitir de nuevo la misa en latín. Para Roma, la Tierra –centro inmóvil del Universo– vuelve a ser plana.

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