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South Park y la tibieza de Occidente

No me gusta South Park. Es grosero, es zafio, es a menudo ofensivo. Pero South Park ha sido censurado y tengo que decir algo al respecto porque no es South Park el golpeado sino todos nosotros. Nos guste o no, Occidente es la suma de tres tradiciones culturales que han llegado a complementarse a pesar de sus tensiones originales: la fe nacida en Israel, la razón nacida en Grecia y el respeto de la ley procedente de Roma. De esa triple conjunción nace la diferencia, algunos afirman incluso que la superioridad, científica y organizativa, jurídico legal, de los occidentales frente a otras culturas… del respeto a la ley, de la división de la vida en esferas claramente separadas entre lo personal y lo público nacen tanto nuestra política –posible sólo en un mundo en el que ni siquiera reyes o presidentes están por encima de la ley–, como la ciencia, el progreso y el mundo moderno: tanto la Magna Carta que limitó el poder de los reyes como la ciencia moderna,  nacen de ese espíritu. Acostumbrados a vivir dentro de ese sistema se nos olvida demasiado a menudo, no sólo lo reciente que son muchas de sus manifestaciones políticas sino también que éstas no son compartidas necesariamente por el resto del mundo.

El Islam, la segunda religión mundial, la primera en términos de crecimiento global, ignora esa diferencia entre mundo privado y publico, entre ley y religión. Entre la llegada del cristianismo y su consolidaciòn como religión oficial, pasaron siglos y para llegar a ese punto fue necesario un Constantino. El Islam no necesitó de un Constantino para alcanzar el poder político: Mahoma fue su propio Constantino, a la vez lider religioso y político-militar, y la religión musulmana ha sido desde entonces incapaz de dar una respuesta al problema de la coexistencia de una esfera pública y una privada. Consecuencia de ello, el laicismo parece imposible en el mundo musulmán y junto al laicismo la coexistencia dentro del marco de un mismo estado de las diferentes religiones en grado de igualdad.
El espíritu y la ley occidentales se ven comprometidos en nuestros tiempos por una fe que no diferencia entre ley humana y ley divina, en que la blasfemia o incluso la indiferencia frente a la fe, son un delito.

South Park, un ejemplo de la cultura occidental por el que, en el mejor de sus días no siento sino la mayor de las indiferencias y demasiado a menudo incluso el mayor de los desprecios, ha sido amenazado por yihadistas… y la cadena comercial que lo emite se ha dejado chantajear y ha censurado ese programa. Una empresa del primer país que incluyó la libertad de expresión en sus leyes, se ha dejado amenazar y ha practicado no sólo la censura a secas sino incluso la censura religiosa.

No estamos frente a un caso aislado: uno de los caricaturistas que interpretó a Mahoma en la prensa danesa sufrió hace poco un atentado frustrado, hace ya algunos años, pero no tantos que lo podamos olvidar, fue asesinado el cineasta holandés Theo van Gogh. En ambos casos, tanto el asesino exitoso como el asesino frustrado, actuaron siguiendo una orden internacional, lanzada por sacerdotes, tal vez no representativos de su religión pero no por ello menos atendidos.

Somos tibios frente a esos ataques. La corrección política, el temor a ofender al otro, el sentimiento de culpabilidad por un colonialismo que ha quedado ya varias generaciones atrás confluyen para llevarnos dentro de nuestra propia sociedad a un estatus parecido al de la Dhimnitud. La Dhimnitud es el término que alude en árabe a la situación subalterna de las otras religiones toleradas, y de sus fieles, dentro de una sociedad islámica. Una dhimnitud que en la Europa moderna podemos percibir en la tibia respuesta dada por los estados laicos europeos a las imposiciones de las minorías musulmanas dentro de nuestros países.

Como, por ejemplo, que los niños holandeses no puedan llevar su bandera nacional en las mochilas para no ofender a los inmigrantes; las exigencias de censura presentadas al Gobierno danés por las caricaturas de Mahoma; la condena del Gobierno francés hace ya algunos años al semanario Charlie Hebdo por reproducir esas mismas caricaturas, en vez de defender la libertad de expresión –en donde se llegó al extremo de que el ex presidente Chirac llegó a ofrecer su propio abogado para que trabajase en el caso… pero para la acusación privada–; y, finalmente, el asesinato, por motivos religiosos, del cineasta Theo van Gogh en Holanda…

Es necesario que las sociedades occidentales se planteen un debate en profundidad respecto a estos temas. No hacerlo será asumir el riesgo de dejar el monopolio de la defensa de Occidente a aquellos que menos lo representan.

Jesucristo South Park

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