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Sobre qué es la laicidad

En una primera aproximación puede resultar atractiva la propuesta de Taylor y Maclure de definir la laicidad (“Laicidad y libertad de conciencia”.- C. Taylor y J. Maclure) como una modalidad de gobierno, destinada a permitir que los Estados respeten “por igual a individuos que tienen visiones del mundo y esquemas de valores diferentes”. Para ellos la laicidad “descansa en dos grandes principios morales, el de la igualdad de trato y el de la libertad de conciencia, así como en dos procedimientos que permiten la ejecución de estos principios, a saber, la separación entre las iglesias y el Estado y la neutralidad del Estado respecto a todas las religiones. Los procedimientos de la laicidad no son tan sólo medios contingentes que nos podemos ahorrar. Por el contrario, son disposiciones institucionales indispensables”.

(Esta propuesta estructura lo que ha dado en llamarse “laicidad abierta” o “laicidad liberal y pluralista”, que intenta dar un estatuto de equivalencia a todas las estructuras ideológicas de las conciencias, en oposición a la calificada por ellos como “laicidad rígida” o “laicidad republicana de Estado” -al asociarla al modelo originariamente francés- a la que acusan de pretender igualar en una “falsa neutralidad” a toda la ciudadanía.)

Es obvio que los procedimientos planteados por Taylor y Maclure son asumibles por muchas otras formas de entender la laicidad ya que constituyen un mecanismo imprescindible para romper una de las más fuertes coacciones que se ha ejercido sobre la conciencia individual: la imposición a la fuerza o el dominio social de una fe considerada como verdad absoluta (en estas batallas nació el laicismo).

Otra reflexión distinta exigen los principios propuestos. Nada que decir de la imprescindible igualdad en el trato a todas y todos. Es un axioma fundamental para comenzar cualquier propuesta de organización social. Precisamente porque está muy distante de ser una realidad tangible.

Asunto más complejo, y nuclear en la laicidad, es la interpretación de la “libertad de conciencia”. Para la laicidad abierta todas las conciencias (sea lo que sea eso que llamamos conciencia), sin ninguna categorización, son equivalentes. Y eso puede dar lugar a discusiones. (Aquí resulta oportuna la comparación entre la conciencia del opresor y la conciencia del oprimido; entre la conciencia del hereje y la del inquisidor). Parece necesario establecer criterios que nos permitan comparar diferentes estructuras de conciencia, aprovechar lo que la mente humana ha aprendido evolucionando en el transcurso de la historia, para romper la indiferenciación introducida por el “pluralismo liberal”.

En esta línea resulta muy interesante la configuración del ideal laico que realiza Yuval Noah Harari (“21 lecciones para el siglo 21”.- Y. N. Harari). Para él, el compromiso laico más importante es con la verdad. Con esa verdad “que se basa en la observación y la evidencia y no la simple fe”. Según Harari “Los laicos se esfuerzan por no confundir verdad con fe. Este compromiso con la verdad está en la base de la ciencia moderna, que ha permitido a la humanidad desintegrar el átomo, descifrar el genoma, seguir la huella de la evolución de la vida y comprender la historia de la humanidad misma”.

Es obvio que este compromiso con la verdad rompe la equivalencia entre conciencias y establece un criterio de diferenciación. Ante la enfermedad no están en el mismo plano la explicación clínica que la milagrosa. No es lo mismo un axioma que un dogma. Como tampoco es lo mismo la conciencia del médico que la del homeópata.

En paralelo, Harari establece como el otro compromiso fundamental del laicismo la comprensión del sufrimiento. Para él: “La ética laica se basa no en la obediencia de los edictos de este o aquel dios, sino en una profunda comprensión del sufrimiento. Por ejemplo, la gente laica se abstiene del homicidio no porque algún libro antiguo lo prohíba, sino porque matar infringe un sufrimiento inmenso a seres conscientes”. Esa misma comprensión del sufrimiento es la que lleva a esa gente laica a defender la muerte digna y por tanto la eutanasia.

Vuelve a introducir aquí Harari otra rotura de la equivalencia entre conciencias. Es imprescindible diferenciar la conciencia que sufre de la que causa sufrimiento; la del explotado de la del explotador.

Entiende este autor que no es posible la ejecución de estos dos compromisos si no les acompaña, necesariamente, un compromiso con la igualdad. (“El sufrimiento es sufrimiento, da igual quien lo padezca; y el saber es el saber, con independencia de quien lo descubra”).

Señala ahora Harari que: “No podemos buscar la verdad y la manera de acabar con el sufrimiento sin la libertad de pensar, investigar y experimentar”.  Aparece entonces la libertad de pensamiento (y consecuentemente la libertad de expresión) como un corolario de los compromisos iniciales, y por tanto tan necesaria como ellos.

Reconoce la necesidad de una valentíaimprescindible para admitir que no sabemos y aventurarnos en lo desconocido”. Algo así como el impulso, que atribuía Kant a la Ilustración, necesario para alcanzar  la mayoría de edad como humanidad. Para Harari: “La historia moderna ha demostrado que una sociedad de individuos valientes dispuestos a admitir la ignorancia y a plantear preguntas difíciles suele ser no solo más próspera, sino más pacífica que las sociedades en que todos deben aceptar sin cuestionarla una única respuesta”.

Por último configura el ideal laico con un imprescindible compromiso con la responsabilidad. Para él, “nosotros, mortales de carne y hueso, hemos de aceptar la responsabilidad por lo que sea que hagamos o no hagamos. Si el mundo está lleno de desgracia, es nuestro deber encontrar soluciones.

A través de la verdad científica, la comprensión del sufrimiento, la igualdad, la libertad de pensamiento, y la responsabilidad,  se puede configurar un espacio de laicidad donde tengan cabida todos y todas, pues como reconoce Harari: “ Las sociedades e instituciones laicas se complacen en reconocer estos vínculos y en recibir con los brazos abiertos a judíos, a cristianos, a musulmanes y a hindúes religiosos, siempre que cuando el código laico entre en conflicto con la doctrina religiosa, esta última ceda el paso…Hay muchísimos científicos judíos, ambientalistas cristianos, musulmanes feministas e hindúes activistas por los derechos humanos. Si son leales a la verdad científica, a la compasión, a la igualdad y a la libertad, son miembros de pleno derecho del mundo laico.

Está claro que la propuesta de Harari rompe la simetría que tanto agrada a los defensores del laicismo abierto. Establece unos referentes absolutos, unos mínimos imprescindibles que deben encontrarse en la estructura ideológica de una conciencia para poder admitirla al espacio común (reconoce una “prioridad de paso”).

Pero además esos mismos referentes sirven de apoyo para algo tan fundamental en el laicismo como es el desarrollo de una conciencia libre. Esa conciencia cuya libertad reclama el laicismo no es algo que se dé, definido y cerrado, a cada uno, sino que es el resultado de una permanente construcción de cada yo a través de la interacción social. Por eso en la interpretación del laicismo que aquí se propone, siendo necesario trabajar para conseguir la separación entre las iglesias y el Estado y la neutralidad de éste ante las creencias individuales, sólo eso no es suficiente. Es imprescindible trabajar por construir en la conciencia de cada uno y cada una un ideal laico del tipo del planteado por Harari. Y por ello es necesario unirse, como laicistas, a otros movimientos sociales que, de alguna forma, luchen por alguno de los compromisos identificados por el laicismo (verdad, comprensión del sufrimiento, igualdad, libertad de pensamiento –y por tanto de expresión- y responsabilidad). Es necesario estar con ellos y aprender de ellos.

Hasta aquí se ha utilizado en la reflexión el contenido de la conciencia, pero también se puede realizar la aproximación al problema desde la libertad. Para Byung-Chul Han “La libertad es un episodio… La sensación de libertad se ubica en el tránsito de una forma de vida a otra, hasta que finalmente se muestra una nueva forma de coacción. Así a la liberación sigue una nueva sumisión.” (“Psicopolítica”.- B. C. Han). De alguna forma para Byung-Chul Han no hay libertad sino liberaciones. (No hay meta sino camino).

Y desde esa óptica los procedimientos del laicismo (separación de las iglesias y el Estado y neutralidad del Estado frente a las religiones) son mecanismos necesarios para impedir la generación de limitaciones a la libertad de conciencia, pero no son suficientes. Es imprescindible el desarrollo de una conciencia crítica capaz de detectar en cada momento las coacciones del sistema (las sumisiones), y por lo tanto capaz de ordenar los objetivos de la acción hacia la siguiente liberación.

Para el desarrollo de esa conciencia crítica es necesario estar junto a todos aquellos que identifican y chocan con las coacciones del sistema.

Luis Fernández González, presidente de Asturias Laica

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