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Sobre nombres

En España lo hemos vivido, aunque ahora me da la impresión de que no está tan en boga, pero parece que en otros países es una tendencia en aumento. Hace unos años, a mi juicio, nos parecía más atractivo llamar a nuestros hijos Jonathan, Kevin o Jennifer, ahora parece menos extendida esta moda, puede que por la influencia de que muchos humoristas hicieron mofa de ella, me vienen a la mente Los Morancos con su “¡Joshuaaaaaaa!”. Parece que en otros países la cosa del nombre original vive ahora sus días mejores. Tanto, que el Papa Benedicto XVI llamó este domingo a poner a los niños nombres cristianos. Ahora vamos con las razones del Pontífice y otras.

Dijo Su Santidad: “Cada niño bautizado adquiere el carácter de hijo de Dios a partir de su nombre cristiano, signo inequívoco de que el Espíritu Santo hace que renazca de nuevo en el seno de la Iglesia”. Añadió que un nombre era un “sello indeleble”, inicio para “una vida de fe religiosa”, recomendando, por tanto, bautizar a los niños con nombres incluidos en el Martirologio cristiano. Los diarios italianos se despacharon al día siguiente con una gran cobertura, incluyendo titulares como “Dad a vuestros hijos nombres cristianos”, del Corriere Della Sera

Leo en un teletipo sobre el asunto papal que no tiene el Pontífice razones para preocuparse en Italia, dado que, según La Stampa, los nombres más comunes en Italia son Francesco y Giulia, ambos de santos. En España, la cosa es parecida: según el INE, los 10 nombres más puestos a los niños nacidos a partir de 2000 son Alejandro, Daniel, Pablo, David, Adrián, Javier, Álvaro, Sergio, Carlos e Iván. En cuanto a las niñas nacidas en la última década, los nombres más comunes son María, Lucía, Paula, Laura, Marta, Alba, Andrea, Sara, Claudia y Ana. Nada muy fuera de lo común. Jessica o Jennifer, que aparecían en las listas en los 80 y 90, no están ya entre los más comunes. Por cierto, echar un vistazo a estas listas del Instituto Nacional de Estadística es más que interesante. 

La tendencia sí parece en auge en países como Inglaterra o EE UU. En la cuna de los Beckham –no olvidemos que los vástagos del astro rubio balompédico y su pija esposa se llaman Broocklyn, Romeo y Cruz y esperan otro, ¡Válganos Dios!- la Oficina Nacional de Estadísticas registra el ingreso entre los nombre más populares los de famosos como Ashton por Ashton Kutcher, pareja de Demi Moore, o Lily por la cantante Lily Allen. Cuenta el Telegraph que Bob Geldof ha llamado a sus hijas Pixie (algo como pequeña hada) y Peaches (melocotones) y otros ejemplos igual de bonitos. Recordemos que Chris Martin, cantante británico de la británica banda Coldplay, y su señora, la actriz estadounidense Gwyneth Paltrow, nombraron a uno de los dos frutos de su amor Apple (manzana). 

En EE UU, un amplísimo estudio realizado por la Universidad San Diego State sobre nada menos que 325 millones de niños nacidos en el país entre 1880 y 2007 revela que el nombre original (unique name) está en alza y que el nombre común no es ya lo que fue. Por ejemplo, en 1955, un tercio de los chicos y una cuarta parte de las niñas recibieron uno de los 10 nombres más habituales, porcentaje que se redujo en 2007 al 10% y al 8,3%, respectivamente. Uno de los autores del estudio lo achaca a una creciente tendencia entre los padres a buscar que sus hijos destaquen: “Antes los padres nombraban a sus hijos con nombres comunes que les encajaran y fueran fáciles de pronunciar y deletrear. Ahora, les dan nombres excepcionales para que sus hijos se salgan de lo común y sean estrellas”. Otro de los autores del estudio dice que “los nombres originales pueden ser beneficiosos a la hora de crear una identidad individual, pero podrían impulsar una tendencia vinculada al narcisismo”. Al hilo de las palabras del Papa, Monseñor Andrew Faley, vicesecretario general de la Conferencia de Obispos Católicos de Reino Unido, declaró al Telegraph que “el nombre no es sólo una etiqueta. Llamar a los niños con el nombre de perfumes, bicicletas o países es poner un límite a su potencial”. 

A la hora de poner un nombre, es habitual, aquí y, por lo que he ido leyendo, en otras partes, tener en cuenta si puede ocasionar sufrimientos al niño o si el diminutivo es o no del gusto. En Italia, en 2008 se impidió a unos padres llamar a su hijo Venerdi (viernes) por “ridículo” y porque le expondría a la burla de sus compañeros de colegio. En España, la ley prohíbe, además de nombrar a un niño como un hermano, poner a los niños nombres que “objetivamente perjudiquen a la persona, así como los diminutivos o variantes familiares y coloquiales que no hayan alcanzado sustantividad, los que hagan confusa la identificación y los que induzcan en su conjunto a error en cuanto al sexo” (art. 54 de la Ley del Registro Civil).” Son nombres prohibidos por extravagantes los que por sí o en combinación con los apellidos resulten contrarios al decoro de la persona” (artículo 192 del Reglamento del Registro Civil). Por ejemplo, no se podría llamar a un niño Satán o iPad

Dentro de la legalidad, hay padres que no pondrían a sus hijos algunos nombres que podrían, por su diminutivo, afear el original. Así, Jaime enseguida podría convertirse en Jaimito, listo y dispuesto para hacer “jaimitadas”, como diría Pierre Le Rouzic, autor de Un nombre para toda la vida (Un prénom pour la vie, editorial De Vecchi, 2006). En este sentido, el diario británico The Guardian publica hoy una pieza sobre los nombres escrita por una chica que, además, se llama Mercedes Bunz, que en inglés se pronuncia muy parecido a Mercedes Benz –cuenta que ha sobrevivido a esa circunstancia poniendo cara de póquer y que es tan buen tema para entablar conversación como el tiempo, por ejemplo. Mercedes, criada, para más Inri, en Alemania y Austria, se apunta también a la teoría de que en una sociedad como la actual, en la que se toma como valor supremo destacar, estar bajo los focos, los padres, que no confían en que sus hijos sobresalgan por sí mismos, les hacen brillar con nombres originales. 

Dado que no soy nada original, el día que me enfrente de nuevo a la tarea de poner un nombre, visto lo visto, deberé evitar los nombres de cosas o países, echar mano del santoral o recurrir, si no hay acuerdo, al tradicional método de que cada integrante de la pareja haga una lista y centrarse en las coincidencias. No obstante, me cuenta una amiga que su hermano y su cuñada, con sendas listas de 15 nombres, no coincidieron en ninguno. ¿Una lista de 100? ¿Inspiración divina? ¿Alguna idea? 

P.D. Gracias, Victoria.

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