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Sin vergüenza, Francisco encubre a curas violadores, pero pide “oír el llanto de esos niños”

El Papa envió una carta a obispos el Día de los Inocentes, donde propone combatir la “tentación” de sus clérigos con “tolerancia cero”. Del escándalo del Provolo en su país, ni una palabra.

Quizás en un rapto de ubicuidad los asesores de Jorge Bergoglio obligaron a postergar la publicación de la carta que el pasado 28 de diciembre se envió desde el Vaticano a los correos electrónicos de miles de obispos de todo el mundo. Es que de haberse difundido el mismo Día de los Santos Inocentes, probablemente el chiste “que la inocencia les valga” se hubiese colado en más de una abadía o seminario.

Lo cierto es que la carta firmada por Francisco, “con fraternal afecto”, el 28 de diciembre de 2016 se conoció públicamente recién el 2 de enero de 2017. Curioso, para una misiva tan “urgente” como densa en contenido. Pero bueno, los tiempos del cielo no son los mismos que los de la tierra.

El contenido de la carta es, básicamente, una denuncia vaticana a la situación que viven y sufren millones de niñas y niños en todo el mundo producto de los más diversos métodos de explotación y opresión, como la esclavitud laboral y sexual, la trata, la pobreza extrema, la desnutrición y las enfermedades. Para quienes conocen a Bergoglio desde hace años, nada que sorprenda ya que ése ha sido siempre uno de los ejes centrales de su discurso público.

Pero en esta ocasión el Papa aprovechó para “colar” en la denuncia un tópico que se le hace cada vez menos esquivable y más comprometedor: el abuso sexual sistemático cometido por infinidad de curas, obispos y monjas sobre niñas y niños en todo el mundo. Con gran cintura política, el sumo pontífice incorporó en su esquela una exhortación pública a las diferentes jerarquías católicas, pidiéndoles “tolerancia cero” ante los casos que salen todo el tiempo a la luz.

Sin embargo el talento papal quedó desplegado en plenitud al momento de explicar el por qué de esos abusos sexuales. En pocas líneas Francisco definió con precisión qué piensa la Iglesia de sus sacerdotes pederastas y cómo cree que hay que combatir sus desvíos.

“Como pastores hemos sido llamados” a ayudar a hacer crecer la “ alegría en medio de nuestro pueblo”, recuerda a sus destinatarios. Y agrega: “Quiero renovar contigo la invitación a no dejarnos robar esta alegría”. Acto seguido afirma, haciendo una comparación con el pasaje bíblico sobre el asesinato masivo de niños por parte de Hedodes, que “hoy en nuestros pueblos, lamentablemente –y lo escribo con profundo dolor– se sigue escuchando el gemido y el llanto de tantas madres, de tantas familias”.

Luego de algunas referencias a la Navidad, Francisco se pregunta, retóricamente, si “la alegría cristiana puede realizarse ignorando el gemido del hermano, de los niños”, en referencia a esos abusos y vejaciones que reciben a diario millones de infantes en todo el planeta.

Finalmente, en una voltereta dialéctica Bergoglio sugiere: “Escuchemos el llanto y el gemir de estos niños; escuchemos el llanto y el gemir también de nuestra madre Iglesia, que llora no sólo frente al dolor causado en sus hijos más pequeños, sino también porque conoce el pecado de algunos de sus miembros: el sufrimiento, la historia y el dolor de los menores que fueron abusados sexualmente por sacerdotes”. Así, sin escalas, el Papa transforma a la institución que dirije casi casi en una víctima tan merecedora de compasión y misericordia como esas niñas y esos niños vejados.

Eso sí, como es costumbre, la violación de infantes es mucho menos un grave delito que un “pecado que nos avergüenza”. Y como si fuera un recién llegado al altar, dice “lamentamos profundamente y pedimos perdón. Nos unimos al dolor de las víctimas y a su vez lloramos el pecado. El pecado por lo sucedido, el pecado de omisión de asistencia, el pecado de ocultar y negar, el pecado del abuso de poder. La Iglesia también llora con amargura este pecado de sus hijos y pide perdón”.

A esta altura el cinismo papal no tiene límites. Como ya desmotró este diario, el mismo Jorge Bergoglio sabía que en el Instituto para niños sordos Antonio Provolo de Argentina se refugiaron durante muchos años sacerdotes violadores y nunca hizo nada. En 2014 varias víctimas de abusos ocurridos en la sede italiana del instituto entregaron un video al Vaticano donde acusaben, entre otros curas, al mismo Nicola Corradi que hoy está detenido en Mendoza tras la valiente denuncia de familiares de víctimas actuales del viejo clérigo italiano.

Vale recordar, una vez más, que Francisco nunca respondió los pedidos y llamados de decenas de víctimas de Corradi y otros violadores para que el Vaticano realmente llevara a la práctica la “tolerancia cero” y pusiera todas las pruebas a disposición de la Justicia.

Ahora Francisco dice a los obispos que, “recordando el día de los Santos Inocentes, renovemos todo nuestro empeño para que estas atrocidades no vuelvan a suceder entre nosotros. Tomemos el coraje necesario para implementar todas las medidas necesarias y proteger en todo la vida de nuestros niños, para que tales crímenes no se repitan más”. Lisa y llanamente un doble discurso clerical.

Una vez más, como lo supo hacer en los tiempos en que en Argentina desaparecían hombres y mujeres por la acción genocida de la dictadura cívico-militar, Jorge Bergoglio se viste de santo y, con su sonrisa bonachona, intenta encubirir su verdadero rostro. Nada que sorprenda. Pero sí mucho que indigne un poco más.

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