QUIENES se rasgan las vestiduras proclamando una persecución laicista en Sevilla contra las creencias cristianas y las costumbres católicas deberán ir a la óptica más cercana o cambiar de vestiduras. Porque en Sevilla no se ejerce el laicismo ni en la puerta del Ayuntamiento. Y no lo digo solamente por el sonrojante protagonismo de los políticos en las salidas de algunas cofradías, como si fueran obispos. Anoten que la Policía ha desalojado a los trabajadores eventuales de Tussam, con permiso gubernativo para estar en acampada de protesta laboral hasta el 15 de mayo frente a la fachada del Ayuntamiento. No eran un obstáculo para el paso de la Paz anteayer y el Museo anoche por la madre de todos los andenes en Sevilla. Son muchas las calles estrechísimas por las que transitan las cofradías sin que se prohíba por razones de seguridad. Sin embargo, la Policía ni lo dudó antes de que llegara la cruz de guía y les achacó de modo preventivo un posible desorden público, conminándoles a irse a otra parte.
Ninguna presión laboral que se pergeña con el escandaloso marchamo de Tussam es santo de mi devoción. Sólo subrayo que, si hubiese voluntad política de hacerle la pascua a la representación de lo religioso, la Policía habría defendido el derecho a manifestarse en ese lugar, habría admitido que el derecho a defender un empleo es más importante que el derecho a formar una bulla para ver una chicotá, y habría creado un cordón de seguridad a lo largo de apenas cincuenta metros de largo, por un solo lado, para conciliar el paso de las cofradías y su seguridad cerca de esa inusual vecindad callejera.
Nada de eso ha sucedido, ni Torrijos se ha puesto el sindicalismo por montera para arremeter contra la Policía por desarbolar a los currelantes en favor de nazarenos y espectadores. Si fuera un régimen laicista, eso es lo que sucedería. Dicho queda, para abrir los ojos a quienes ven fantasmas donde sólo hay medallas y coba.