Todavía no está establecido científicamente cuántas veces es necesario que un acontecimiento social se repita para que alcance la categoría de tradición. Generalmente depende de los que la disfrutan o viven de ella. Lo que es incuestionable es que cuando una actividad humana obtiene ese marchamo, cualquier aberración queda amparada por el escudo de la tradición.
En el pueblo zamorano de Manganeses de la Polvorosa todavía discuten hoy cuántas cabras hay que continuar despeñando desde el campanario para conseguir que su fiesta salvaje obtenga el buen crédito que otorga la tradición. La ya secular fiesta de los toros se ganó a pulso el reconocimiento internacional y el apoyo de los artistas, hasta lograr que el lanceado, tortura, mareo, desangrado y muerte violenta del toro en la plaza escapara expresamente a la Ley de Protección Animal. Pero si haces algo parecido con un perro o un caballo puedes acabar con tus huesos a la sombra.
La “tomatina” de Buñol (Valencia), una fiesta que ya empieza a tener el crédito internacional de los sanfermines, apenas ha cumplido medio siglo, pero ha creado a su alrededor toda una industria turística próspera y una liturgia como solo las buenas tradiciones saben construir. Ciento veinte toneladas de tomates sirven como proyectiles para una batalla campal sin heridos. Imagino a esa gente del tercer mundo que nos espía a través de sus parabólicas hechas a mano, contemplando con estupor el despilfarro, mientras arañan de la olla común los últimos granos de arroz blanco.
Ignorantes. No saben que esos tomates redondos que caben justo en un puño, en su punto exacto de maduración, jugosos, de racial color sangre, se cultivan expresamente para esa fiesta, al igual que se cría el toro bravo tan solo para la lidia. A ellos posiblemente les parece una salvajada, un despilfarro, quizá un insulto o una forma necia de divertirse, porque ignoran que, si no fuese por la tradición, los humanos acabaríamos con la biodiversidad en una generación. Sin ella, por ejemplo, desaparecería para siempre el tomate proyectil.
Ahora que los toros bravos y los tomates proyectiles tienen de esta manera el futuro asegurado, propongo que vayamos a torturar linces a Doñana, que creo que están en peligro de extinción.