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Segregados nos quiere el Señor

De un tiempo a esta parte se oyen algunas voces como la del ministro de Educación y Cultura, José Ignacio Wert, reclamando el derecho a una educación «diferenciada», eufemismo usado para designar, en el ámbito escolar, la segregación por sexo a financiado con dinero público. Dicen sus defensores, que niños y niñas poseen ritmos diferentes en el aprendizaje, habiéndose realizado estudios científicos que así lo demuestran. Por lo tanto, la coeducación, o educación en igualdad, lejos de beneficiar a las mujeres, en realidad resulta un freno para el desarrollo de sus capacidades. Choca un poco que educadores y educandos también deban tener el mismo sexo. Colegios homosexuales al 100% (salvo algún sacerdote, siempre varón).

También resulta curioso, que los defensores de la «educación diferenciada» pertenezcan casi todos a un credo particular: aquel que dice que hombres y mujeres fueron creados por Dios para desempeñar destinos sociales distintos y, en consecuencia, también su educación debía ser distinta. ¿No sería más sencillo exponer las verdaderas razones y dejar de marear la perdiz con supuestos estudios supuestamente científicos?

¿Acaso es necesaria una explicación diferente para la comprensión del teorema de Pitágoras dependiendo si los oídos y el posterior proceso de sinapsis se desarrolla en el cerebro de un macho o de una hembra?

Si, como argumentan los defensores de la segregación, la capacidad de las mujeres se ve mermada por la educación «mixta», cómo se explica que, después de siglos de educar separando los sexos, ni una sola de las descendientes de Eva haya ocupado la silla de San Pedro; cómo es posible que tanta capacidad femenina fomentada por monjitas en colegios femeninos, sea incapaz de oficiar misa y administrar sacramentos igual que los «torpes» varones que frenan su desarrollo.

Mienten. Lo llevan haciendo siglos. Lean la Biblia en cualquiera de ediciones. Allí se encuentra su locura. Los mitos, origen de su miseria. Allí describen a las mujeres: o putas origen de todo mal o sumisas madresposas. Esas son las capacidades femeninas para estos falócratas travestidos de defensores de las mujeres.

Hablan de la necesidad de educar en valores. Efectivamente, en valores femeninos y valores masculinos, como manda el misógino Yahvé. Piensan que la presencia de los dos sexos en la misma aula no puede sino procurar la caída en pecado libidinoso sea de pensamiento u obra, distrayendo su atención e incapacitándolos para el álgebra, las declinaciones latinas o la física de partículas. La visión de los tangas de ellas produce, en ellos, tremendas erecciones que golpean el fondo de los pupitres cuyo repiqueteo impide la concentración, amén que todo el flujo sanguíneo desplazado al pene disminuye el riego cerebral anulando la posibilidad de concepto alguno. Ellas siguen siendo Eva, la perdición de los hombres. Por eso al inquilino de la silla de San Pedro y acólitos les trae por la calle de la amargura lo que denominan como ideología de género y perverso laicismo. Odian la igualdad de la coeducación.

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