OTRA vez se ha repetido la mascarada en Santiago de Compostela. Este año ha estado precedida por una intolerable intromisión del arzobispo compostelano, el impúdico Julián Barrio, y sus secuaces los obispos auxiliar de Santiago y titulares de Ourense, Lugo y Tui—Vigo, firmantes de una carta conjunta, en la que se permiten criticar la actuación de las autoridades civiles elegidas por el pueblo, que al no estar fanatizadas rechazan acudir a sus fiestas. Hubieran preferido organizar un auto de fe con hogueras en la plaza pública, según costumbre de sus antecesores, pero ya no les resulta asequible, y deben contentarse con publicar sus irrisorias cartas.
Han acudido con sus disfraces de guiñol, con faldas y gorros, para repetir una vez más la falsedad histórica del inexistente voto al apóstol Santiago, un invento que les permite beneficiarse con la credulidad y la imbecilidad del pueblo más inculto. El arzobispo Barrio tuvo la desvergüenza de decir en su intervención que “la Iglesia es servidora de los pobres”, cuando lo que ha hecho en toda su historia ha sido robarles con sus bulas, indulgencias, sacramentos inventados, misas sacrílegas, peticiones de milagros a las imágenes de sus vírgenes y sus santos debidamente sobornados, y demás maneras de robar en nombre de su dios deseoso de riquezas mundanas.
Puesto que ellos fabrican las bulas, se reservan la de hacer y decir lo que les venga en gana, con objeto de fanatizar e idiotizar más todavía al pueblo. Nadie se atreve a hacerlos callar y discutirles sus privilegios seculares, por ahora. Hasta que un día suceda lo que cuenta la copla: “O cura de Carreira, / na monarquía, / facía dos veciños / o que quería. / E despois os veciños / tamén fixeron / do cura de Carreira / o que quixeron.” En justa correspondencia.
Allí estaba el delegado del rey Borbón, que es el mejor preparado de la dinastía, según su padre, pero resulta tan ingenuo como sus predecesores, por creer en el mito del voto. Aunque el artículo 16:3 de la Constitución vigente asegura que “Ninguna confesión tendrá carácter estatal”, el jefe del Estado designa a un vasallo para que lo represente en el cumplimiento del falso voto. Los borbones son tan ilegales como la misma tumba del presunto Santiago. Aunque tengo publicado cómo se gestó el engaño, resulta conveniente insistir en el tema, hasta que termine esta idolatría.
La Iglesia conoce y favorece el engaño
Ninguna persona inteligente admite, desde hace al menos un siglo, que en el lujoso templo compostelano se conservan los huesos del apóstol Santiago y sus dos discípulos. Quedó muy bien demostrado por Louis Duchesne (1843—1922), al publicar en 1900 en los Annales du Midi su estudio sobre Saint Jacques en Galice. El autor era sacerdote de la Iglesia catolicorromana, ordenado en 1867, una de las personalidades científicas más prestigiosas de Francia: director de la École Française de Roma, miembro de la Académie Française, comendador de la Légion d’Honneur, presidente de la Société des Antiquaires de France, director del Institut Française d’Archéologie Orientale de El Cairo, fundador del Bulletin Critique de Littérature, d’Histoire et de Théologie, catedrático en varios centros docentes, doctor honoris causa de varias universidades europeas (no españolas, claro está), y autor de una extensa bibliografía, traducida a numerosos idiomas (no al español, claro está), superada por la dedicada a él.
Es verdad que a Pío X le escandalizaban sus teorías, pero todo el mundo sabe que es uno de los papas más imbéciles de la historia eclesiástica. En 1912 puso en el Index librorum prohibitorum su monumental Histoire ancienne de l’Église, publicada en tres volúmenes entre 1907 y 1910, obra de erudición exactamente documentada, texto de consulta obligada para todos los interesados en esa cuestión que no sean papas.
Con ello no consiguió más que incrementar la admiración a Duchesne por parte de los estudiosos del tema en Europa (excepto España, claro está) y los Estados Unidos, además de demostrar su propia y supina estulticia. En 1973 Duchesne fue rehabilitado por Pablo VI, el papa que debió ir arreglando los disparates de sus predecesores, en lo posible, que no fue mucho, ya que toda la historia de la secta catolicorromana es un completo disparate, además de un genocidio continuado que deberá pagar algún día.
Siete siglos de silencio
Duchesne desmontó la leyenda sobre los huesos ricamente conservados en la catedral compostelana. Sin molestarse en negar los supuestos milagros coincidentes en la llegada del cadáver incorrupto de Santiago al Finisterre, adujo que ningún escritor, crónica o documento mencionan la existencia del sepulcro compostelano antes del siglo VII, porque el culto comienza en el IX, y la Iglesia mozárabe lo ignoró.
Es increíble que los cristianos españoles hubieran olvidado durante siete siglos los huesos del apóstol, cuando los monasterios y las iglesias rivalizaban en presumir de poseer las más absurdas reliquias de santos de menor relevancia. En opinión de Duchesne, todo fue un montaje eclesiástico para incitar a los crédulos medievales a la guerra contra los invasores mahometanos, y de paso obtener un beneficio económico, algo para lo que siempre está dispuesta la clerigalla catolicorromana, más fiel servidora de las riquezas que de su dios.
Sostienen el mismo criterio prestigiosos ensayistas, salvo los clérigos recalcitrantes. Por ejemplo, Claudio Sánchez Albornoz, Henry Chadwick, Delehaye, Tellemont, Natal Alexandre, y muchos más no fanatizados por las opiniones de los clérigos, que tienen organizado un próspero negocio alrededor de los huesos, como es lo usual en la secta que cobra por realizar sus estúpidos rituales y vende bulas e indulgencias a las personas incautas.
Un cuento para retrasados mentales
Remontemos ahora la historia para entender esta gran mentira mantenida hasta hoy mismo en el culto siglo XXI. La leyenda, no fundamentada en ningún documento o inscripción, además de increíble para las inteligencias sanas, cuenta que el apóstol Santiago se marchó de Jerusalén para evangelizar el Finisterre, el fin del mundo en la geografía antigua, que mantiene su nombre actualmente en una comarca, un municipio y un cabo de A Coruña, en gallego Fisterra. Se detuvo a descansar en Zaragoza, y allí se le apareció la virgen María “en carne mortal” el 2 de enero del año 40, y le dejó una columna de jaspe como recuerdo de la visita. Sobre ella se fueron edificando templos cada vez más esplendorosos, hasta llegar al barroco actual.
Por ello a esa virgen se la llama Pilar, y es la patrona de Zaragoza. Fue elevada al rango de capitana general de los ejércitos españoles por Alfonso XIII el 8 de octubre de 1908, saltándose todo el escalafón, y el mismo crédulo monarca la nombró patrona de la Guardia Civil el 8 de febrero de 1913. Cosas del rey católico, que no sabía en qué entretenerse cuando no estaba estuprando doncellas o tirando al plato. El valor de las joyas que atesora esta imagen de palo de 38 centímetros en su basílica, supera los mil millones de euros. Con su venta se podría paliar la hambruna en África, pero al arzobispo de Zaragoza no le importan los africanos, ya que no pertenecen a su secta.
Sigue contando el cuento santiaguero que al terminar su tarea evangelizadora el apóstol regresó a Jerusalén, en donde fue decapitado el año 44 por orden de Herodes Agripa I, dato aceptado como verídico. El cuerpo y la cabeza fueron recogidos por siete discípulos, según unas fuentes, o por dos, Atanasio y Teodoro, según otras, con intención de llevarlos a enterrar en el Finisterre. Se ignoran los motivos de ese capricho, dada la lejanía de ambos lugares, en una época en la que no existían ni aviones para viajar con velocidad ni cámaras frigoríficas para conservar los cadáveres.
Una navegación en barca de piedra
Ellos tenían resuelto el problema, porque contaban para realizar el viaje con una airosa barca de piedra, según la tradición, que surcaba los mares con tanta rapidez que en siete días de navegación llegaron a su destino en Iria Flavia, la actual Padrón. Las navieras debieran probar a utilizar barcos de piedra, que son más rápidos que los ferrys, y más seguros. Aunque tal ves tendrían que pagar royalties al llamado Estado Vaticano.
El cadáver estaba incorrupto, naturalmente, y lo depositaron sobre una piedra que milagrosamente se convirtió en sarcófago. Tal vez entonces debió de empezar la putrefacción, puesto que según los arzobispos solamente quedan de él unos huesos. Los científicos no han explicado hasta ahora por qué no se corrompió en siete días de navegación y lo hizo después. Es que los científicos son muy ignorantes, y cuando se enfrentan a intervenciones milagrosas pierden la cabeza, aunque no tanto como Santiago.
Con la llegada del muerto y los dos vivillos empezaron a sucederse los acontecimientos milagrosos en la zona. Fueron tantos y tan sobrenaturales que, según la leyenda, la legendaria reina del lugar, supuestamente llamada Lupa, se convirtió al cristianismo, y cedió su propio palacio como túmulo en el que guardar el cuerpo santo, que ya debía de estar en los huesos. Cuenta la tradición fabuladora que a la muerte de los dos discípulos fueron enterrados uno a cada lado de su patrón.
Un Hijo del Trueno hace de las suyas
Y nadie se volvió a acordar del sepulcro durante siete siglos. En tanto las iglesias reunían las más disparatadas reliquias, como las conservadas en la llamada cámara santa de la catedral de Oviedo, que yo vi hace años con estupor, incredulidad y regocijo, no hubo quien presumiera de tener nada menos que el esqueleto decapitado del apóstol Santiago y dos discípulos. Éste es uno de los argumentos utilizados por Duchesne para negar la autenticidad de las reliquias, y resulta sólido, por lo que nadie lo ha refutado.
La historia verdadera relata que en julio del año 711 fue vencido el último rey godo por los invasores mahometanos, en la batalla conocida por la del río Guadalete. Llenos de afán vengativo, los cristianos derrotados se dispusieron a reconquistar su tierra. Para animarlos en el empeño, un avispado obispo imaginó que convendría contar con la protección divina, por aquello que decía un quejoso caballero cristiano: “Vinieron los sarracenos / y nos molieron a palos, / que Dios ayuda a los malos / cuando son más que los buenos.” Así empezó a gestarse el mito de Santiago Matamoros.
El apóstol estaba bien elegido para colocarlo como estrella invitada en primera línea de las batallas, teniendo en cuenta que Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, fueron apodados Boanerges, esto es, Hijos del Trueno, por Jesucristo, dada su belicosidad (Marcos, 3:17). También se le conoce como el Mayor, para distinguirlo de otros personajes con el mismo nombre.
La leyenda santiaguera se fue enriqueciendo en los cronicones y romances. En ellos se relata que Mauregato consiguió hacerse con el trono de la Asturias resistente en el año 783, gracias a la colaboración de Abderramán I, emir de Córdoba. En agradecimiento, Mauregato aceptó pagar, así como sus sucesores, un tributo anual de cien doncellas a su benefactor. Este tratado molestó a los condes asturianos, que organizaron una sublevación contra Mauregato y lo mataron en 789. Durante su breve reinado de cinco años parece que fue compuesto el Himnus Sancti Jacobi fratris Sancti Johannis, quizá por Beato de Liébana, la primera pista fiable sobre el culto al apóstol.
También asegura la tradición que su sucesor, Bermudo I, consiguió cambiar las doncellas por dinero, lo que resultaba un poco menos vergonzoso, pero el nuevo sucesor, Alfonso II el Casto, se negó a pagar nada a los infieles, se enfrentó a ellos en combate y los derrotó en Lutos.
Estrellas para un sepulcro
Y aquí vuelven a aparecer los milagros tan frecuentes en el catolicismo romano. Ocurrió que en el año 813 un ermitaño, probablemente aficionado al rico vino galaico, anunció haber visto unas estrellas que revoloteaban sobre un campo, de donde parece derivarse el nombre de Compostela, es decir, campo de estrellas, aunque hay autores que niegan esa etimología.
El ermitaño descubrió allí el sepulcro donde se alojaban unos huesos, que él adjudicó a Santiago y sus discípulos. Se lo comunicó al rey Alfonso II el Casto, más bien El Cándido, quien lo creyó y ordenó edificar un templo para protegerlos. Nada se sabe sobre el palacio–túmulo de la reina Lupa. La palabra del ermitaño fue aceptada sin ningún examen científico, porque no estaban los tiempos propicios para perderlos en esas averiguaciones, ni la ciencia desarrollada para ejecutarlas, y comenzaron las peregrinaciones al lugar, lo que redundó también en el llenado de las arcas clericales.
¿Por qué hasta el 813 no se le ocurrió a la potencia celestial que fuera, colaborar en el descubrimiento de la tumba de Santiago, perdida y olvidada desde hacía tantos siglos? Pregunta absurda: los seres humanos carecemos de capacitación para comprender los designios celestiales.
Santiago se gana el apellido de Matamoros
Los dos reinos peninsulares, el cristiano y el musulmán, resultaban incompatibles, por lo que eran frecuentes las escaramuzas. El equilibrio se complicó en el año 844, cuando el emir Abderramán II reclamó el tributo de las cien doncellas al rey Ramiro I. Continúa explicando la leyenda que el monarca cristiano se negó a cumplirlo y armó un ejército que fue vencido por los sarracenos en Clavijo, en la comarca de La Rioja.
Pero no todo estaba perdido, porque hubo una intervención presuntamente celestial que modificó la situación. Aquella noche se le apareció en sueños el apóstol Santiago al abatido rey cristiano, y le prometió la victoria para el día siguiente, porque él mismo combatiría contra los moros infieles montado en un caballo blanco. Y efectivamente, asegura la leyenda que cumplió su palabra, y con enorme fiereza diezmó a las huestes sarracenas, exactamente el 23 de mayo del año de gracia 844. Y explica que la supuesta batalla se libró en el llamado Campo de la Matanza, y constituyó una gran victoria para el ejército cristiano, gracias a la valerosa participación del apóstol, que cortó más cabezas de infieles que todos los caballeros juntos, como buen Hijo del Trueno que era.
¿Por qué Santiago no tuvo a bien actuar de la misma manera en la batalla del Guadalete, para evitar la derrota de los cristianos y con ella la invasión de la península por los fanáticos mahometanos? Se hubieran ahorrado 133 años de enfrentamientos hasta entonces, y los que faltaban hasta el 1492, año de la victoria final con la toma de Granada al último rey moro. He aquí otra pregunta absurda. Como si los milagros debieran hacerse con arreglo a la lógica humana. Los santos actúan cuando le place a su santa voluntad.
La historia desmiente las leyendas
Éste es el motivo de que el apóstol sea venerado en España con el apodo de Santiago Matamoros: un altorrelieve en el pórtico de la catedral compostelana lo representa montado en su caballo blanco, sosteniendo un estandarte en la mano izquierda y blandiendo ferozmente la espada en la derecha. Esta iconografía, por lo general con un mahometano rendido bajo las patas del caballo, jalonaba los templos en el llamado camino de Santiago. En los últimos años, para no molestar a los emires dueños del petróleo en el Golfo, los colegas del antiguo rey católico Juan Carlos I, se han quitado varias figuras morunas de las imágenes. En las pinturas es más difícil eliminarlas.
El grito de “¡Santiago y cierra España!” resonó en toda la península, dando ánimos a los cristianos para reconquistar las tierras perdidas, transformar las mezquitas en iglesias, e invitar a los infieles a convertirse al cristianismo si deseaban conservar la cabeza en su sitio.
Queda muy bonito para un cronicón o un romance, pero la vulgar realidad confirma que nunca se libró una batalla en Clavijo, eso es incuestionable, y absolutamente todos los historiadores la niegan, incluso los pertenecientes a la secta catolicorromana. Sin embargo, sigue contando la fábula que, en agradecimiento por tan milagroso favor, el día 25, instalado exactamente en Calahorra, el rey Ramiro I estableció el voto de Santiago, por el que los reyes cristianos debían entregar todos los años a la basílica de Compostela el diezmo de los cereales cosechados, y el del botín conquistado en las batallas, entonces muy frecuentes, por encontrarse en plena reconquista. Este tributo especial se añadía al de las primicias de las cosechas y vendimias, que los campesinos debían entregar a los párrocos en todas las iglesias de la cristiandad. Hay que admirar la capacidad inventiva de los clérigos para vivir a costa del pueblo. Tienen más imaginación que vergüenza. Cambiaron el tributo de las cien doncellas por el del diezmo.
Naturalmente, no se conserva el documento firmado supuestamente por Ramiro I, que dicen lo vio todo el mundo hasta que se extravió. Qué despiste. Lo cierto es que el arzobispo de Santiago fue desde entonces uno de los hombres más acaudalados de España, y lo sigue siendo, cada vez más, porque la credulidad de los catolicorromanos se identifica con la estupidez.
Un mito que da mucho dinero
Está comprobado que el voto al apóstol es un invento creado en el siglo XIII por Rodrigo Jiménez de Rada, astuto arzobispo de Toledo, en su cronicón titulado De rebus Hispaniae. Los historiadores se atrevieron ya en el siglo XVIII, el definido como de la Ilustración, a separar la realidad de la leyenda, pero la Iglesia impuso silencio y obligó a seguir pagando.
Así se estuvo repitiendo el voto anual, como ejemplo de fanatismo del que se benefician por igual el altar y el trono, las dos instituciones deseosas de mantener la incultura popular para su provecho, hasta que las Cortes de Cádiz concluyeron en 1812 que si nunca se libró la inventada batalla de Clavijo, no era cierto el voto y debía suprimirse, como así se hizo. Por poco tiempo, ya que el indeseable Fernando VII lo restableció en 1816.
Durante la II República, puesto que no había rey obligado a cumplir el legendario voto de su lejano antecesor, quedó eliminada tan fanática costumbre. También por poco tiempo, ya que el exgeneral rebelde convertido en dictadorísimo la rehabilitó, y sus sucesores a título de rey la mantienen: lo dejó todo atado y bien atado. De nuevo el 25 de julio lo renovó sumisamente el actual rey católico de España, que es una nación constitucionalmente sin religión oficial, pero en donde se hace lo que manda la Iglesia catolicorromana. La Inquisición sólo ha cambiado de nombre, no de hechos. Lo mismo que los ignorantes reyes fanatizados.
Huesos viajeros
Queda por referir un capítulo más, en esta sucesión de leyendas increíbles para beatos crédulos. En el año 997 el caudillo musulmán Almanzor conquistó parte de lo que ahora es Galicia, y destruyó el templo en donde se veneraban las supuestas reliquias de Santiago y sus discípulos. Por otro milagro de los que sucedían en aquellos tiempos, el sepulcro quedó intacto.
Pasó el tiempo, y en mayo de 1589 el corsario Drake invadió Galicia, con sus marineros anglicanos incapaces de tragarse los inventos catolicorromanos. El arzobispo Juan San Clemente ordenó que las presuntas sagradas reliquias fueran ocultadas en lugar seguro, a fin de evitar su segura profanación por los pérfidos servidores de la pérfida reina Isabel I. Las ocultaron tan bien que olvidaron el lugar en donde las habían metido, aunque no dijeron nada para que los peregrinos continuaran recorriendo el camino, y dejando sus óbolos a la mayor honra y gloria del arzobispo y su gente.
Tres siglos después otro arzobispo de Santiago, el cardenal Miguel Payá, ordenó hacer obras en la catedral, en busca del tesoro, y al perforar la bóveda el 28 de enero de 1879, fecha histórica si las hay en el mito santiaguero, apareció una urna que contenía varios huesos humanos. Encargó el cardenal a tres catedráticos de la Universidad de Santiago que los examinaran y dictaminasen si podían ser los de Santiago y sus discípulos.
Pues claro que eran, cómo no, si estaban ocultos en la catedral. Informó el cardenal Payá a su jefe, el papa León XIII, del hallazgo, y el dictador romano envió al cardenal Caprara a examinar el asunto, encargándole redactar después un informe. Este cardenal romano confirmó que los huesos eran de quienes se suponía, porque lo decía él, y la palabra de un cardenal es indiscutible, si el discutidor no quiere exponerse al anatema.
En consecuencia, y para que nadie osara dudarlo, León XIII, que no se distinguió precisamente por su inteligencia y su sabiduría, promulgó el 1 de noviembre de 1884 la bula Deus omnipotens: en ella se asegura que aquellos huesos pertenecen a los esqueletos de Santiago y discípulos, porque lo decía el papa, que es infalible, y en consecuencia no había más que hablar.
Estaba tan contento con este nuevo hallazgo de los restos sagrados que concedió el privilegio a la catedral compostelana de declarar año santo al que tenga en domingo el 25 de julio, festividad del apóstol, con los beneficios espirituales que acarrea, como el perdón de los pecados; siempre y cuando se entregue una limosna al templo, por supuesto. Qué menos se puede pedir a cambio de tan grandísimo beneficio como es la absolución de todos los pecados cometidos. La generosidad de León XIII sólo es comparable a la de sus arzobispos trabucaires. En vez de usar armas de fuego, ahora solamente roban con bulas e indulgencias. Dos años después los huesos fueron introducidos en una urna de plata, donde continúan.
¿Serán de Prisciliano?
No obstante la imposición papal, los historiadores sensatos, incluso clérigos con buena formación intelectual, que hay algunos, aunque pocos, rechazan que los huesos pertenezcan a quienes se los adjudicó León XIII, que no tenía nada de infalible, dijera lo que dijese el Concilio Vaticano I. Los arzobispos no consienten que se abra la urna para examinar los huesos con las técnicas actuales, ellos sabrán por qué, si tan seguros están de su pertenencia, garantizada con una bula.
En Compostela se mantiene todavía el rumor de que los tres catedráticos habían encontrado huesos de más de tres personas, y entre ellos estaban los de una mujer, por lo cual se descarta cualquier relación con el apóstol. No pudieron escribirlo en su dictamen, porque hubiera caído sobre ellos el anatema si discrepaban de la tradición aceptada por la Iglesia romana.
Pero hay huesos y deben pertenecer a alguien. La opinión generalmente admitida es que corresponden a Prisciliano y sus seis discípulos, los primeros mártires cristianos asesinados en el año 385 por otros cristianos, al acusarlos de herejía. Lo que buscaba Prisciliano era la reforma de la Iglesia, basada en la doctrina de Jesucristo según se expone en el Nuevo testamento, que había corrompido la jerarquía eclesiástica. Para lograrlo aceptaba el libre examen de los libros canónicos de la Biblia, así como una separación entre el altar y el trono, de manera que los emperadores romanos no influyeran en las decisiones estrictamente eclesiales. Téngase en cuenta que Hispania era entonces una provincia del Imperio romano, y lo fue hasta la invasión en el año 409 de las hordas germanas bárbaras, destructoras de toda la civilización en la península. Es la costumbre germánica.
La conexión alemana
La exhortación de Prisciliano fue escuchada en lo que hoy conocemos como España, Portugal y Francia, y arraigó firmemente en la actual Galicia, de donde se piensa que era originario. Tuvo muchos seguidores, y fue elegido obispo de Ávila en el año 382. Como era de suponer, sus ideas reformadoras inquietaron tanto a los jerarcas eclesiásticos como a los servidores del emperador Graciano, quien mediante un rescripto lo desterró de todo el Imperio romano. Asimismo, un concilio de obispos reunido en Zaragoza, lo excomulgó en el año 380 con otros dos obispos.
Graciano murió asesinado en 383, y Prisciliano confió en poder defenderse ante su sucesor, Magno Máximo. El nuevo emperador convocó un concilio en Burdeos, para analizar la predicación de Prisciliano, y los obispos también condenaron sus teorías como heréticas. Por ello Prisciliano solicitó ser escuchado personalmente por el emperador, quien accedió a ello y le garantizó su protección. La corte se había trasladado a Tréveris, actualmente una ciudad del estado federado de Renania—Palatinado, en la República de Alemania. Allí acudieron confiadamente Prisciliano y seis discípulos, entre ellos un mujer, pero fueron decapitados después de sufrir tortura para intentar que abjurasen de sus ideas. La ejecución fue ordenada por el emperador a instancias de los obispos en el año 385. El poder civil amparó al poder eclesiástico, según es costumbre secular todavía vigente.
Se sospecha que los cuerpos de los siete mártires fueron recogidos por otros discípulos y conducidos a tierras gallegas, en donde tenía tantos adeptos el priscilianismo. Sus restos serían los que en el 813 encontró el ermitaño, y los que por una burla del destino veneran los peregrinos en Compostela. No es más que una teoría, desde luego más lógica que las leyendas urdidas sobre Santiago.