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Salafismo, prevención, convivencia y terrorismo

Hace apenas unos días Fernando Reinares, investigador principal y director del Programa sobre Terrorismo Global del Real Instituto Elcano, público un artículo en relación al difícil encaje del salafismo en nuestras sociedades pues su existencia deviene en factor activo de radicalización. La advertencia, lejos de cualquier tipo de exageración o de un estilo propio de una catilinaria toma como referencia diversas publicaciones sobre el fenómeno de la radicalización yihadista. El artículo opera en el plano de la advertencia  pues  el problema existe, a pesar de ser habitualmente ignorado por el miedo a tomar  decisiones.

Ya en este mismo medio apuntábamos al hecho de que la existencia de una comunidad o individuos que profesan el salafismo, no demuestra la existencia de actividades de apoyo al yihadismo, sino simplemente la existencia de comunidades que fácilmente pueden catalogarse como extremistas, pues difícilmente puede entenderse el salafismo sin el extremismo. En ese mismo artículo sobre la mezquita salafista de Corella se indicaba que existe un consenso por parte de académicos y profesionales en materia de seguridad, convivencia e integración sobre los efectos de la expansión del salafismo  en una comunidad determinada pues a la clara vocación de auto segregación debe sumársele el refuerzo de las prácticas de control social. Un claro retroceso en la convivencia de una sociedad que aspira a ser abierta. De ahí que los planes de prevención y lucha contra la radicalización violenta a nivel europeo comiencen a incluir conceptos tales como polarización y extremismo, aun cuando este no sea abiertamente violento. Quizás haya llegado el momento, no solo de encuadrar el salafismo como una manifestación más del extremismo si no de situarlo como uno de los factores clave de la actual movilización yihadista. ¿Debe de repensarse el concepto de radicalización? Si y la advertencia formulada por Reinares posee en este sentido elementos de interés.

Esta toma como base dos libros publicados recientemente. En el primero de ellos, “El terror entre nosotros. Una historia de la yihad en Francia” escrito por Gilles Kepel, Director de la Cátedra de Excelencia Medio Oriente Mediterráneo de la Universidad Paris Ciencias y Letras se analiza entre otras cosas el ecosistema salafista en el que ha proliferado el yihadismo francés. En él se apunta  al hecho de que tras la amenaza terrorista inaugurada a principios de la década de los noventa se encuentra la expansión del salafismo, movimiento que preconiza la ruptura con los valores de la democracia, los derechos humanos o la igualdad de género. Esta ruptura lleva de manera inexorable a deslegitimación de la sociedad de acogida y a la constitución de comunidades cerradas. El segundo libro al que hace referencia, “Radicalized” está escrito por Peter Neumanndirector del prestigioso Centro Internacional para el Estudio de la Radicalización y Violencia Política. En él se llega a la conclusión de que la inmensa mayoría de los jóvenes que desde 2012 han viajado desde Europa a territorio Sirio  para incorporarse a organizaciones yihadistas son reclutados en el seno de la subcultura salafista, que actúa como una suerte de contracultura activa. Para Neumann, el salafismo habría  dejado de ser una corriente rigorista del Islam para convertirse en un movimiento con tintes generacionales que proporciona un sistema cerrado de reglas y de una fórmula para rebelarse contra las sociedades occidentales. Además de la referencia a estos dos autores, el profesor Fernando Reinares toma como base para su advertencia sobre el Salafismo, un informe realizado por el servicio de inteligencia Belga en el que se advierte que el aumento de la influencia salafista puede constituir un problema social habida cuenta de su hostilidad hacia los valores occidentales y democráticos, como por propiciar el yihadismo.

Pese a que existe un consenso por parte de académicos y profesionales sobre los efectos de su expansión en una comunidad determinada, los decisores políticos siguen obviando el problema. En el que caso español, solo se hace referencia al salafismo en algunas sentencias y autos de procesamiento, refiriéndose la mayoría de las veces al “salafismo radical” diferenciando al “radical” de otras formas de salafismo que se intuyen como “menos radicales” o “no radicales”.

El termino más habitual utilizado en el ámbito académico español es del salafismo yihadista, aduciendo que puede haber otras formas de yihadismo no salafista y que el salafismo posee innumerables formas  y que  por lo tanto cabria distinguir entre aquellas corrientes dentro del salafismo con un cariz mas quietista y aquellas con una vocación mas política  en un claro ejemplo de erudición orientalista.

Así, la actual movilización yihadista de raíz salafista, es denominada como salafismo yihadista. No obstante, es natural que el elemento central del análisis haya sido el yihadismo, sin embargo, el haber focalizado el estudio en el yihadismo ha dejado de lado el estudio de la problemática del salafismo limitando la ideología terrorista a la del salafismo yihadista como una vertiente diferenciada del resto. El salafismo yihadista, no pasaría siquiera a poder denominarse como corriente, refiriéndose a ella en algunos casos como una subcultura. No todo el salafismo es violento. De hecho podría decirse que las expresiones violentas del mismo son minoritarias dentro del universo salafista. No obstante la problemática de la radicalización yihadista es de raíz salafista y si existe alguno tipo de denominador común entre todas las corrientes del salafismo es el extremismo ultraconservador. Así, difícilmente puede justificarse el enriquecimiento cultural que supone la existencia de una comunidad salafista, dada su impronta extremista y segregacionista.

El yihadismo es un término adoptado por el común de los profesionales en la materia de la seguridad  que bien podría sustituirse por la menos hermenéutica formula denominada como terrorismo. Al margen de las disquisiciones sobre su origen etimológico, su correcta traducción por el de “guerra santa”, “esfuerzo” o si su uso es o no islamofobo, lo cierto es que lo que entendemos como yihadismo como una forma de terrorismo de pretexto religioso no es otra cosa que terrorismo salafista.

Las formas y usos de vida de signo ultraconservador propias de salafismo  aun cuando puedan justificarse en la libre elección de los sujetos y  no tengan una finalidad terrorista o abiertamente violenta,  ahondan de manera inequívoca en la radicalización, la polarización y la fractura social. Hecho, que difícilmente resulta rebatible. Ya en su informe anual del 2014 y publicado en junio de 2015, la  inteligencia alemana afirmaba, según el autor Soeren Kern, que “el entorno salafista constituye un considerable campo de reclutamiento para la yihad. La ideología salafista afirma estar basada exclusivamente en los principios del Corán y en el ejemplo del profeta Mahoma y de las tres primeras generaciones de musulmanes. El movimiento también siente afinidad por la violencia. Casi sin excepción, toda la gente vinculada a Alemania que se ha unido a la yihad ha tenido contactos previos con estructuras salafistas”. Ya en un informe anterior se apuntaba a que “la naturaleza absolutista del salafismo se contradice con partes significativas del ordenamiento constitucional alemán. Concretamente, el salafismo rechaza los principios democráticos de separación entre religión y Estado, soberanía popular, libertad religiosa y sexual, igualdad entre los sexos, así como el derecho fundamental a la integridad física”.

El salafismo es profundamente excluyente no solo con la diferencia, sino también con los diferentes, tal y como dice el profesor Juan Ignacio Castien Maestro el salafismo en “calidad de ideología fundamentalista” puede considerarse “radicalmente heterófobo, radicalmente hostil hacia el otro, hacia el diferente”. Así, el salafismo, no solo promueve “la ortodoxia sino también una ortopraxia, lo que supone, en contrapartida, un fuerte interés por detectar y erradicar cualquier atisbo de heteropraxia” tomando claro esta como principal víctima al resto de la comunidad musulmana.

Limitar la radicalización y el reclutamiento terrorista a los elementos biográficos y al consumo de propaganda constituye, además de una simplificación, un grave error. Ningún plan de prevención puede garantizar un adecuado desarrollo psicológico o adaptabilidad social de los individuos considerados como vulnerables. Es sencillamente imposible. Destinar tantísimos esfuerzos en desvincular el terrorismo de las redes de sociabilidad de lo que se ha venido a denominar como comunidades musulmanas está generando una enorme confusión. Es obvio que conviene repensar el concepto de radicalización, para lo cual parece absurdo seguir ignorando en papel que en él juega el salafismo.

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