En el año 680 d.C. la batalla de Karbala dividió en dos la comunidad musulmana a propósito de la sucesión del profeta Mahoma. Desde entonces, suníes y chiíes se han disputado el poder y la hegemonía en el islam. La guerra civil que estalló en Siria en 2011 al calor de la primavera árabe, la contienda en Yemen o las divisiones en el Irak post Sadam Husein reprodujeron el esquema: El eje suní liderado por Turquía y Arabia Saudí y el eje chií de Irán. Hamás y su guerra contra Israel ha cruzado esas líneas sectarias para convertir a Irán en uno de sus principales apoyos internacionales.
El chiísmo, que tiene en la República Islámica de Irán su principal baluarte, es una religión sumamente estructurada que pone mayor énfasis en los significados esotéricos. El sunismo rechaza la noción de una clase clerical organizada de los chiíes. Ambas, con importantes ramificaciones internas, son las principales corrientes junto al misticismo islámico del sufismo. La división del islam surge a partir de la elección del cuarto califa, Ali Ibn Ali Tálib. Los futuros chiíes abogan por la sucesión dinástica frente a la defensa suní de la fórmula tribal del “primus inter pares” (primero entre iguales).
Hamás
A Hamás e Irán les unen un enemigo común. Desde la revolución de 1979, Teherán ha hecho de su beligerancia hacia Estados Unidos e Israel una de sus señas de identidad. «Muerte a Israel» es una de las proclamas habituales en las manifestaciones en Teherán. «Esta operación (…) es el movimiento espontáneo de los grupos de resistencia y del pueblo oprimido de Palestina en defensa de sus derechos inalienables y su reacción natural a la política belicista y provocadora de los sionistas», han declarado desde el ministerio de Exteriores al valorar el ataque de Hamás.
El país, en busca de la hegemonía regional, ha desplegado sus tentáculos por toda la región: la vecina Irak, donde ha apoyado a las milicias y los partidos chiíes; Líbano, en auxilio de Hizbulá; Siria, donde su sustento junto al de Rusia ha sido vital para la supervivencia del régimen baazista de Bashar Asad; o Yemen, donde ha alimentado el ascenso de la milicia chií de los hutíes. Hamás, aunque suní, forma parte de ese puzzle de influencia regional que ha incendiado Oriente Próximo.
Irán proporciona a Hamás y a la Yihad Islámica Palestina al menos 100 millones de dólares al año, según Bruce Hoffman, experto del think tank Consejo de Relaciones Exteriores. En los últimos meses Teherán ha visto con preocupación los contactos entre Arabia Saudí e Israel para establecer relaciones diplomáticas a cambio de un pacto de defensa saudí-estadounidense. La implicación de Irán en la preparación y lanzamiento del ataque contra Israel es, sin embargo, aún un enigma. “Aunque Hamás y la Yihad, al igual que Hezbolá, con sede en Líbano, mantienen estrechos vínculos con Irán, también funcionan de forma independiente. Dicho esto, el largo historial de Irán en su intento de desestabilizar países de toda la región, incluidos Bahréin, Irak, Kuwait, Líbano y Arabia Saudí, está también muy bien documentado”, advierte Hoffman.
Siria
El régimen de Asad, que se ganó en los 80 del siglo pasado la enemistad de los vecinos árabes cuando apoyó al estado chií en su guerra contra Irak, ha actuado como el cordón umbilical mediante el que Irán arma a Hizbulá. Irán ha evitado que Asad padeciera la asfixia de los embargos impuestos por la comunidad internacional y que retuviera el poder a pesar de haber sacrificado para ello el mapa multiétnico del país, con millones de desplazados y refugiados. Con importantes intereses económicos en el país, Teherán ha suministrado personal, material militar, petróleo y equipos para cazar las comunicaciones de los rebeldes desde el inicio de la ahora marchita Primavera siria.
Yemen
Los hutíes, el actor apoyado por Irán en Yemen, nacieron a principios de la década de 1990 en campos de verano escolares que pregonaban la paz y el regreso a las esencias del zaidismo, una rama del islam chií que venera a Zaido ben Ali, el bisnieto del imam Ali que se levantó contra los omeyas en el 740 -cuando su capital aún residía en Damasco, años antes de que su último superviviente escapara hacia Córdoba- y pagó su osadía con el martirio.
Las protestas populares que surgieron en el país más pobre del golfo Pérsico provocaron la caída de Ali Abdalá Saleh, quien en 2014 se asoció con el grupo rebelde chií de los hutíes hasta obligar a su sucesor Abdo Rabu Mansur Hadi a buscar refugio en Arabia Saudí. Desde 2015 los bombardeos de la coalición árabe que lidera Arabia Saudí trataron de arrebatar a los hutíes el control de amplias zonas del país. El caos ha servido de acicate para Al Qaeda en la Península Arábiga y la filial local del autodenominado Estado Islámico y la propagación de la hambruna y enfermedades como la difteria y el cólera.
Líbano
El país que es un dificilísimo crisol de suníes, chiíes, drusos o cristianos maronitas que mantiene aún vivas las heridas sectarias de la guerra civil que arruinó Beirut entre 1975 y 1990. Irán mantiene una enorme influencia en la arena libanesa a través de la milicia chií Hizbulá. El grupo anunció el domingo haber atacado posiciones militares israelíes “en solidaridad” con Hamás, con el que reconoció “mantener contacto directo”. Israel respondió con descargas de artillería contra el sur del Líbano.
Respaldado por Irán, Hizbulá ha ido ampliando su poderío en el país: de una facción durante la guerra civil libanesa a una fuerza armada con gran influencia sobre el Estado libanés. Gobiernos como el de Estados Unidos lo han catalogado de organización terrorista, compartiendo etiqueta con Hamás. La Unión Europea restringe tal designación al ala militar de Hizbulá. La milicia libanesa fue fundada por la Guardia Revolucionaria iraní en 1982 para exportar su Revolución Islámica y luchar contra las fuerzas israelíes que habían invadido el Líbano. Hizbulá ha desplegado miembros en Siria e Irak.
Irak
La república islámica ha ejercido su poder en Bagdad a través de “Hashid Shaabi” (Movilización Popular, en árabe), una amalgama no siempre bien avenida de milicias que al abrigo de la guerra contra el IS (Estado Islámico, en inglés) amasó un extraordinario poder militar y político. A principios de enero de 2020 el asesinato del general iraní Qasem Soleimani y su asesor iraquí, Abu Mahdi al Muhandis por un dron estadounidense en Bagdad trató de cortar esa estrecha cooperación. Soleimaini dirigía la fuerza de élite Quds, la unidad de los Guardianes de la Revolución iraní encargada de las operaciones en el extranjero.
“Hashid Shaabi” nació el 13 de junio de 2014 después después de que el ayatolá Ali al Sistani, la máxima autoridad chií de Irak, instara a sus fieles a alistarse como voluntarios en la lucha contra el autodenominado Estado Islámico, días después de que la organización yihadista se hiciera con el control de la norteña urbe de Mosul y amenazara con desfilar hacia Bagdad. Está integrado en las fuerzas de seguridad de Irak.
La organización es, en realidad, una constelación de unas 40 milicias, en su mayoría chiíes, y está integrada por unos 150.000 hombres. Su composición no es monolítica y se puede dividir en hasta cinco categorías: La primera, grupos armados chiíes pre existentes, nacidos al calor de la invasión estadounidense del país y activos entre 2003 y 2011, desafiando la presencia militar de Washington y sus aliados. A este bloque pertenecen la Organización Badr, Kataeb Hizbulá y Asaib Ahl al Haq. La segunda, los brazos armados de los partidos políticos iraquíes como Saraya as Salam y Liwa ash Shabaab ar Rasali, afiliadas al clérigo chií Muqtada al Sadr. La tercera, los grupos fundados a partir de la fetua de Al Sistani y conformados por voluntarios del sur de Irak que reciben apoyo de las fundaciones que administran los santuarios chiíes de Kerbala, Nayaf y Bagdad. La cuarta, pequeñas milicias creadas a partir de tribus para mantener la seguridad en sus confines. Y la quinta, las brigadas de “Hashid Shaabi” que operan en zonas con presencia de la minoría turcomana, que han protagonizado graves enfrentamientos con los “peshmergas” (el ejército “de facto” de la región autónoma del Kurdistán iraquí).