El actor encarna a un enfermo de cáncer en ‘Truman’, una película sobre la muerte que, sobre todo, irradia vida
Desde que lo descubriéramos (aquí) con Nueve reinas, el argentino Ricardo Darín (Buenos Aires, 1957) se ha convertido en favorito de varias generaciones de espectadores con sus interpretaciones cargadas de locuacidad y veracidad. Ha rodado películas radicalmente distintas –poco ha de ver el ‘thriller’ melancólico ‘El aura’ con la dislocada comedia negra ‘Relatos salvajes’–, pero en todas ellas ejerce el mismo efecto: Darín es una máquina de empatía. Sea cual sea su papel dentro de la historia, quieres, necesitas que sea él quien gane.
Su nueva película, ‘Truman’, tan solo llevará más allá el culto. Es una de sus mejores películas, en gran parte por contener una de sus mejores interpretaciones: en su papel de enfermo de cáncer decidido a acabar antes de tiempo con su calvario, Darín exuda la humanidad acostumbrada, pero, además, con un extra de sutilidad, de maestría y madurez. Ayuda a la explosión del lacrimal la labor, también perfecta, de Javier Cámara como el amigo de infancia del protagonista que pasa junto a él unos días de despedidas y catarsis. Ambos se llevaron el premio al mejor actor (ex aequo) en el último festival de San Sebastián.
Ninguno de los dos es Truman: Truman es el perro de la película. Un símbolo afectivo, como sabrán quienes vean el filme. No hablamos de perros, pero sí de un puñado de otros temas importantes con un Darín tan expresivo como en su filmografía.
Las películas sobre enfermedad a algunos nos ponen enfermos. ‘Truman’ es una excepción. Podría hacer tantas cosas dudosas…Y las esquiva todas.
Muchas películas con enfermedad por medio se limitan a clavar el cuchillo. Pero yo creo que, en este caso, Cesc [Gay, el director] fue más que prudente. Estuvo atento a eso. A veces teníamos ideas, se nos ocurrían situaciones y al final decíamos: “Casi mejor que no”.
Habla de la muerte, pero sin efectismos. Con serenidad.
Si le soy honesto, eso no fue exactamente lo que me atrajo. Lo que más me movilizó es que aborde el tema del derecho a decidir sobre tu propia vida. Todo el tiempo nos recuerdan a los ciudadanos, de donde fuere, nuestras obligaciones: haz esto, y tal cosa, y la otra. Muy poco nos recuerdan nuestros derechos. Truman me interesa porque nos hace recordar que deberíamos hacer lo que nos diera la gana con nuestra vida.
Este mismo mes, el caso de la niña Andrea ha reabierto el debate en España sobre el derecho a la muerte digna.
Por supuesto, es un gran campo de acción en el que habría que tener muy controlado, visualizar con mucha claridad, de qué trata cada caso en particular. Pero estoy de acuerdo con el derecho a la muerte digna. Atravesar toda una vida de sacrificios, de luchas, de superar obstáculos, generar una familia, en el mejor de los casos… Toda una vida venerando la vida no merece un final con decrepitud. Es decir, si alguien consciente de sus actos decide no rebajarse a su mínima expresión, a mí me parece que está bien. Y si está consensuado con sus seres amados, más todavía.
Al recibir el premio al mejor actor [compartido con Javier Cámara] en el festival de San Sebastián, citó un tuit de un joven espectador: “Con 23 años fui a ver una película sobre la muerte y creo que lo aprendí todo sobre la vida”. ¿A usted le ha pasado eso con alguna película?
Sí, con varias. Me encantó ‘Mi vida’, con Michael Keaton, que también abordaba la muerte con un gran sentido del humor, bastante oscuro. Me marcó no solo por la gran actuación de Keaton, al que admiro profundamente porque hace cualquier cosa y bien, sino también porque me gustaba el enfoque, muy vital, aunque sea paradójico. Hablaba de una vida que desaparecía pero también la de un hijo que llegaba.
También hay algo de películas de Alexander Payne como ‘Los descendientes’ y ‘Nebraska’…
Si es una referencia, no lo sé. En cine te sueles encontrar con guionistas y directores que usan películas de referencia para el trabajo. Yo siempre trato de quedarme al margen de eso. Primero, porque soy medio Zelig [un personaje de Woody Allen] y puedo llegar a boicotearme a mí mismo: si algo me gustó demasiado, me puede quedar pegado.