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Javier Ugarte Pérez

Respuesta al artículo “La mal llamada Ley Trans” de Teresa Galeote Dalama · por Javier Ugarte Pérez

Descargo de responsabilidad

Esta publicación expresa la posición de su autor o del medio del que la recolectamos, sin que suponga que el Observatorio del Laicismo o Europa Laica compartan lo expresado en la misma. Europa Laica expresa sus posiciones a través de sus:

El Observatorio recoge toda la documentación que detecta relacionada con el laicismo, independientemente de la posición o puntos de vista que refleje. Es parte de nuestra labor observar todos los debates y lo que se defiende por las diferentes partes que intervengan en los mismos.

El pasado 20 de enero, este medio publicó un artículo de Teresa Galeote donde se criticaba duramente el esfuerzo de quienes nacen en un cuerpo equivocado por cambiar su identidad sexual. Si, en lugar de reprobar los esfuerzos de las personas transexuales por conseguir que la ley reconozca su identidad, la señora Galeote hubiera reprochado los esfuerzos judíos por conseguir liberarse del gueto (bastaría sustituir en “lobby trans” por “lobby judío”), sin duda su escrito habría sido tildado de “antisemita”, por lo que no se publicaría.

Este tipo de escritos suelen denigrar a quienes se supone equivocados, por lo que se les atribuye ocultas maniobras para explicar sus éxitos; para comenzar, el reparto de dinero. Quienes suponen a la masa ciudadana permeable a la influencia de tales grupos de presión hablaban, hace años, del poder del supuesto “lobby gay” para explicar la aprobación del matrimonio igualitario. Pese a ello, la autora del artículo ha publicado su texto sin censuras y, además, en un medio de libre acceso. Hay que congratularse de que una persona, al menos, permanezca inmune a las maquinaciones del poderoso lobby LGBT+.

El problema del sexo

La señora Galeote parece estar muy segura de la distinción entre machos y hembras humanas; el género se adjunta luego como rasgo inseparable. El sexo sería la biología y el género la cultura. El problema es que no sabemos dónde reside el sexo de Homo sapiens: ¿en sus genes? ¿quizás en las hormonas? ¿tal vez se encuentre en los genitales porque, al fin y al cabo, resultan lo más visible? ¿es posible que todo esté en el cerebro? Puesto que la mayor diferencia fisiológica entre humanos y primates se localiza en el cerebro podría suponerse que ahí radica la identidad sexual (como todo lo demás), una vez filtrada por la cultura. Hace un par de años publiqué el libro Competencia o cooperación. Sobre la ideología que domina la biología donde intento responder a determinados interrogantes relacionados con la evolución de las especies y, de refilón, sobre el tema de los instintos. Parto del convencimiento de que la especie humana carece de instintos o la mayor parte de nuestros comportamientos resultarían incomprensibles y “antinaturales”, a poco que se comparen con las demás especies de vertebrados.

Los animales no practican abortos, pese a lo cual se supone que la señora Galeote no es partidaria de prohibirlos. Entre los comportamientos ajenos a los animales también está el suicidio; precisamente, la aprobación de los derechos transexuales constituye una vía para reducir la tasa de suicidios, especialmente en adolescentes. Por esa razón, en la mayor parte de los casos, los menores son acompañados en el proceso de transición por unos progenitores que buscan lo mejor para sus descendientes. Habrá ocasiones donde el juez imponga el derecho del menor sobre la opinión de sus tutores, al igual que sucede en aquellas situaciones donde se desatiende al interés de la persona más débil. En cualquier caso, si una parte de quienes fueron designados varones al nacer se convierten en mujeres, tal cambio no desprotege a las mujeres; ¿por qué habría de desampararlas?

La marginación hacia las mujeres

La autora del texto afirma que la posibilidad de que personas asignadas como varones al nacer vean reconocida su identidad femenina afectará a las competiciones deportivas porque (cito) “tenemos diferencias anatómicas y hormonales que producen una ventaja competitiva para los varones […] que no desaparecen jamás”. Tal temor soslaya que, en el ámbito público, la mayor marginación que sufren las mujeres se da en el trabajo. Por desgracia, la convicción de la señora Galeote sobre las diferencias arraigadas entre sexos asienta la desventaja femenina. El motivo radica en que los varones que dominan puestos reconocidos y bien remunerados, como militares de alto rango, políticos, ejecutivos de grandes empresas, siempre podrán argumentar que tales responsabilidades resultan congruentes con sus mayores niveles de testosterona (o cualquier otra diferencia biológica). Nunca serán consecuencia de patrones culturales.

Si se busca información en Internet sobre las fundaciones que la autora menciona como promotoras de la transexualidad (ARCUS, NoVo), parece que sus fines primordiales son mejorar la educación femenina, despenalizar el aborto, proteger los hábitats y, en conjunto, contribuir a un mundo menos violento y desigual. Pero la señora Galeote solo menciona su apoyo a los derechos transexuales porque, según parece, le disgusta que se les considere personas necesitadas de apoyo y protección. En su opinión, de ello ya se ocupa el lobby trans, a quien menciona pero no identifica: ¿son las fundaciones que menciona? No lo parece. ¿Los grupos LGBT+? Si lo fueran, hace tiempo que la ley trans se hubiera conseguido y con menos dramas personales.

La señora Galeote afirma que el reconocimiento de derechos a las personas transexuales conlleva (cito) “saltar sobre los derechos humanos”, pero no concreta ningún derecho impugnado o soslayado. A modo de comparación: los Estados separan la religión del Estado y despenalizan el aborto porque entienden que de esa manera sus ciudadanos son más autónomos y felices; no lo hacen a consecuencia de la presión ejercida por poderosos grupos ateos y proabortistas. Lo mismo sucede con la autodeterminación de género.

Para concluir

El artículo mencionado es trans-excluyente en dos sentidos usuales. Por un lado soslaya el caso de quienes fueron designadas mujeres al nacer, pero se convierten en varones. Por otro lado, la autora cae en una contradicción cuando defiende que las mujeres constituyen un colectivo socialmente marginado mientras sostiene que la incorporación de varones al sexo femenino conllevará la reducción de las seguridades y prerrogativas femeninas: ¿en qué quedamos? La marginación de las mujeres resulta cierta, pero es falso que las personas transexuales intimiden a nadie. Además de contradictorio, tal temor muestra poca generosidad hacia una minoría que sufre marginación y, hasta recientemente, también discriminación legal.

Javier Ugarte Pérez (Doctor en Filosofía)

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