La revista católica del Arzobispado de Madrid, Alfa y Omega, acusaba la semana pasada al Gobierno de “rozar la perversión de menores” a tenor de la inclusión como materia en la enseñanza de secundaria de la orientación afectivo sexual. “Perversión de menores” es una acusación muy grave sobre la que debieran reflexionar muy bien los mitrados antes de emitirla, además de hacer un sincero auto-examen de conciencia.
La perversión y el abuso sexual de menores es un hecho, además de abominable, delictivo, que suele ser consecuencia de diversas psicopatías y desviaciones provocadas en su mayoría por perturbaciones psicológicas derivadas de la represión sexual. En los últimos años se ha hecho público el abuso sexual de menores como una circunstancia frecuente y sistemática por parte de miembros de la Iglesia que, en lugar de ponerlo en conocimiento de las autoridades correspondientes, suele tener como norma la ocultación premeditada de los hechos.
Desde el punto de vista de la psicología del comportamiento, la represión de la sexualidad y el miedo al castigo constituyen una de las bases fundamentales de las técnicas que emplean religiones y sectas para la coacción psicológica y el control de sus adeptos. Efectivamente, anular y controlar bajo pautas rígidas y dogmáticas la vida afectivo-sexual de las personas es una manera muy efectiva de controlar sus creencias y, por tanto, sus esquemas conductuales.
Las religiones han anulado secularmente, tachando de “pecado”, este ámbito humano que es primordial para el equilibrio afectivo-emocional de los individuos. Incriminan como perversión cualquier cosa relacionada con la sexualidad; han creado durante siglos un enorme complejo de culpabilidad por sentimientos y tendencias naturales y hermosos que son propios de la naturaleza humana, y que no sólo tienen que ver con la fisiología, sino que forman parte también de la vida afectiva e, incluso, de ese ámbito que llamamos trascendente. Han reprimido, en definitiva, una de las funciones más bellas de la naturaleza que es la forma más elevada de la interrelación natural de los seres humanos.
El educar a los jóvenes y adolescentes en la información sana de la sexualidad, en la gestión madura y responsable de esa faceta de la vida, en el peligro y los riesgos que puede conllevar sin las medidas oportunas, en su relación con los ámbitos humanos de la afectividad profunda y en la importancia que tiene para el equilibrio psicológico de las personas es una buena manera de iniciar a las generaciones venideras en el respeto a la vida, a la propia y a la ajena. Y es una buena manera de desligarles de sentimientos negativos de culpa, de miedo y de temor al castigo que suelen generar represiones insanas, que conllevan, a su vez, la posibilidad de perversiones, desviaciones y aberraciones futuras, además de mucha infelicidad.
Porque lo humano no es ni pecaminoso ni vergonzante, es hermoso en su esencia. Lo pecaminoso es la represión, y la insania de quienes, por reprimir su humanidad (o la ajena), acaban siendo capaces de las más oscuras y viles depravaciones. La sexualidad humana es una faceta que pertenece en exclusiva a la intimidad de las personas, y tiene que regirse, no por ningún dogma inhumano y coercitivo, sino por los propios límites que impone la decencia y el respeto profundo a los demás y, por supuesto, a uno mismo.
Habría que recordarles a los señores obispos las cientos y miles de denuncias por abuso sexual a menores que soportan miembros de sus filas, habría que recordarles que la perversión nunca se halla en la información y en la luz del conocimiento, sino en la represión, la ocultación y el oscurantismo. Habría que hacerles ver que anular la sexualidad es prohibir la vida, y la vida no se puede prohibir; que detrás de la criminalización del placer y de la sexualidad, más que ningún cumplimiento de ningún supuesto código ético, se esconde la voluntad de anular la libertad, la felicidad y la plenitud de las personas. Porque los seres humanos libres, plenos y felices disfrutan de la grandeza de la vida, no necesitan de dogmatismos anti-natura, y no son manipulables.
Coral Bravo es Doctora en Filología y miembro de Europa Laica