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Religión y política

¿Quién lo hubiera creído? Volvieron las guerras de religión como en tiempos lejanos, cuando los cardenales imponían su ley a reyes poderosos y provocaban conflictos sangrientos en nombre de Dios. No me refiero al Estado Islámico que se rige por los mismos patrones y comete barbaries indescriptibles contra los ‘infieles’. Me refiero a lo que pasa en estos mismos momentos en Estados Unidos, adalid de la democracia y tierra de libertades sin fin. Allí también se utiliza la religión malentendida a la hora de dividir y pescar en aguas turbias.

Para no ir muy lejos el incidente que surgió a principios de este mes cuando Kim Davis, una empleada pública de Kentucky, desobedeció una ley recientemente oficializada y se negó a firmar el acta de matrimonio de parejas del mismo sexo alegando sus creencias religiosas. Volvió a negarse cuando las autoridades le pidieron renunciar a su empleo o por lo menos delegar a sus ayudantes la función que su religión no le permite asumir. Fue entonces cuando la Corte Federal decretó su arresto y encarcelamiento. Por fortuna la tal Kim Davis recapacitó y se inclinó ante la ley. Entretanto el incidente acaparó todos los medios con gente a favor y otros en contra, discutiendo el alcance de la religión en la vida del país.

Políticos prominentes e incluso candidatos a la Presidencia encabezaron manifestaciones defendiendo la ‘libertad religiosa’ que según ellos fue violada en el caso de Kim Davis. Finalmente se impuso la razón que demuestra que en este caso la libertad de religión nunca estuvo en juego sino que se evitó que la religión se metiera en terrenos ajenos y pasara por encima de la ley. Y se hizo lo correcto.

Luego apareció Donald Trump, el candidato republicano que lidera los sondeos de la campaña presidencial republicana a punta de chistes, insultos y bravuconadas. Su gran incidente relacionado con religión surgió hace una semana cuando en una reunión en New Hampshire un asistente le dirigió esta pregunta: “Tenemos un problema, se llama musulmanes. Sabemos que el actual presidente es uno de ellos y ni siquiera es norteamericano. Tenemos campos de entrenamientos en los cuales se entrenan para matarnos. ¿Cómo deshacernos de ellos?”. A lo que Trump contesto: “Mucha gente dice que pasan cosas malas; las vamos a tratar en el futuro”. Obviamente tanto la absurda y malintencionada pregunta como la respuesta ambigua de Trump quien no se tomó el tiempo de rectificarla suscitaron una controversia sobre la manera de hablar de religiones, en este caso el Islam y la posibilidad y legitimidad de tener algún día un presidente musulmán.

A esta se sumó otra controversia igualmente intensa cuando el candidato republicano negro Ben Carson (segundo en los sondeos después de Trump) dijo en la entrevista televisada de ‘Meet the Press’ que un musulmán no debe ser presidente de los Estados Unidos. Al darse cuenta de su error y torpeza quiso suavizar su declaración al ‘explicar’ que aceptaría un presidente musulmán solamente si renunciara claramente a las ley islámica de la ‘Sharia’ y juraría abnegada obediencia a la Constitución norteamericana. Explicación irrelevante y muy tonta.

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