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De la alianza entre el emperador Constantino y la Iglesia católica, a la Coca-Cola y el marketing del Papá Noel de nuestros días.
La Navidad, celebrada como una de las principales festividades del año, tiene un origen que dista mucho de ser fundamentalmente religioso. Desde las maquinaciones políticas del Imperio romano hasta el despliegue comercial del siglo XX, esta festividad ha sido moldeada en funcion de intereses diversos, que van mucho más allá de la fe.
La Navidad, considerada por muchos como una festividad cristiana esencial, tiene un origen que dista mucho de ser puramente religioso.
A lo largo de los siglos, esta celebración ha sido moldeada por intereses políticos, religiosos y, en épocas más recientes, estrictamente económicos. En este artículo trataremos de informar a nuestros lectores cómo esta festividad evolucionó desde una herramienta de unificación en el Imperio romano hasta convertirse en uno de los motores más potentes del consumo capitalista global.
El origen político de la Navidad
Lejos de ser una festividad central en los primeros años del cristianismo, la Navidad no formaba parte del repertorio inicial de celebraciones cristianas. Incluso Orígenes, uno de los más prestigiosos teólogos de la Escuela Cristiana de Alejandría, señaló que no existía evidencia en las escrituras para justificar un festejo del nacimiento de Cristo. ¿Cómo, entonces, llegó la Navidad a ocupar un lugar central en el calendario cristiano?
La respuesta se encuentra en la política del emperador Constantino, quien en el siglo IV d.C. adoptó el cristianismo como religión oficial del Imperio romano. En un contexto de crisis y fragmentación, la consolidación de esta religión se convirtió en una herramienta estratégica para unificar a los diversos pueblos bajo el dominio romano. Constantino, con la complicidad de la jerarquía eclesiástica, eligió el 25 de diciembre para celebrar el nacimiento de Cristo, coincidiendo con el solsticio de invierno, una fecha clave para los «pueblos paganos» que rendían culto al dios Sol.
Al integrar esta festividad al calendario cristiano, se buscaba asimilar gradualmente las tradiciones paganas al cristianismo. Esta operación política fue una de las primeras colaboraciones entre la Iglesia y el poder político, una relación que se ha seguido manteniendo de forma estrecha hasta nuestros días.
De la unificación romana al consumo moderno
La importancia de la Navidad como celebración religiosa fue creciendo con el tiempo, pero no alcanzó la magnitud que conocemos hoy hasta el advenimiento de la era capitalista. Hasta hace unas décadas, incluso en países con fuertes tradiciones católicas como España, la Navidad era una festividad religiosa discreta: se centraba en la cena familiar y la misa del gallo, sin el despliegue comercial y mediático que caracteriza hoy las celebraciones actuales.
Sin embargo, en el siglo XX, especialmente a partir de las décadas de 1920 y 1930, la Navidad se transformó drásticamente. Aquí es donde entra en juego un actor inesperado: Coca-Cola.
El «espíritu navideño» según Coca-Cola
Aunque la figura de Papá Noel tiene raíces en tradiciones europeas precristianas y medievales, fue la Coca-Cola quien la consolidó como símbolo global. En las primeras décadas del siglo XX, esta compañía americana creó una campaña publicitaria que presentaba a un anciano regordete, vestido de rojo (el color corporativo de la marca), con una sonrisa bonachona y una imagen amigable. Esta versión de Papá Noel fue inmortalizada en ilustraciones que rápidamente se convirtieron en íconos culturales.
A través de un masivo despliegue mediático que incluyó prensa, cine y, más tarde, televisión, la Coca Cola no solo popularizó la imagen del Santa Claus moderno, sino que también transformó la Navidad en un fenómeno comercial. Este cambio no se limitó a Estados Unidos: se extendió rápidamente a Europa y al resto del mundo, convirtiendo la festividad en un pilar del consumismo global.
El capitalismo y la “magia” de la Navidad
Hoy en día, la Navidad ha dejado de ser exclusivamente una celebración religiosa para convertirse en una temporada de consumo desenfrenado. Tiendas, centros comerciales y plataformas en línea promueven ofertas y campañas publicitarias apelando al «espíritu navideño». Este concepto, presentado como una oportunidad para la unión familiar y la solidaridad, es utilizado estratégicamente para incentivar el gasto.
En el ámbito mediático, la Navidad también se ha idealizado como un momento de redención moral. Películas, series y anuncios nos presentan historias en las que incluso los personajes más corruptos o egoístas encuentran en estas fechas una razón para cambiar y «hacer el bien». Sin embargo, esta transformación dura apenas unos días, hasta que el ciclo del consumismo y las dinámicas de explotación habituales regresan con fuerza en enero.
¿Qué queda de lo religioso?
A pesar del protagonismo del consumo, la Navidad sigue siendo, para muchos, una festividad con un significado espiritual o religioso. Sin embargo, es importante reflexionar sobre cómo este aspecto ha sido eclipsado por el despliegue comercial. Incluso las actividades tradicionalmente religiosas, como las misas o la instalación de nacimientos, han sido absorbidas por una narrativa más amplia que enfatiza el espectáculo y el comercio.
Navidad, una festividad en disputa
La historia de la Navidad es una clara ilustración de cómo las festividades culturales y religiosas pueden ser moldeadas por intereses políticos o económicos. Desde su instauración como herramienta de unificación en el Imperio romano hasta su transformación en el motor del consumismo global, la Navidad ha sido adaptada a las necesidades de cada época.
Hoy, más que nunca, la festividad enfrenta un dilema: ¿debe ser un espacio para la reflexión y el compartir genuino, o un periodo de gasto y ostentación?
Si bien las tradiciones y significados varían de persona a persona, entender el origen y evolución de la Navidad nos permite cuestionar su verdadero propósito en nuestras vidas contemporáneas.
(*) Manuel Medina es profesor de Historia y divulgador de temas relacionados con esa misma materia